“ Fiestas . Hoy señores, es víspera de las que se celebrarán en esta capital. Sentimos ya el cosquilleo en todo el cuerpo por la holganza y la diversión. Haced pues, pertrecho de buen humor y de algunas pesetas y ¡adelante! que la vida es corta”. Con estas palabras de regocijo, el editor del periódico La República (29/12/1888) dejaba ver la sensación de alegría que capturaba el ánimo de los vecinos antes de la celebración de las fiestas cívicas de la capital.
Los festejos populares, de raíces coloniales, se realizaban entre fines del año e inicios del siguiente, una vez que pasaban ciertas celebraciones religiosas, como las posadas, los rezos del niño, los actos litúrgicos en los templos y, por supuesto, la Navidad.
Ya en el fin del año, las fiestas se revestían de un carácter laico, y los habitantes capitalinos y los de provincias aledañas se animaban en busca de espacios de ocio y entretenimiento, amparados bajo los nuevos patrones de consumo, promovidos por el creciente capitalismo.
Las fiestas no constituían un monopolio de los josefinos. En las ciudades que rodeaban a la capital, los festejos se ejecutaban con anticipación al cierre de año. Eran actividades de menor envergadura, pero también formaban parte de una tradición de profundo arraigo popular.
En las provincias. La visita del presidente de la República y de una comitiva oficial formaba parte de las actividades que daban realce a las festividades organizadas en las ciudades colindantes de la capital. El programa de actividades incluía concursos de disfraces, corridas de toros, bailes y juegos de pólvora. Por las noches era frecuente cerrar con “funciones” de gritos, reparto de puñetazos e intervenciones policiales con dosis ocasionales de garrotazos.
Así, el editor de La República (23/12/1892) daba una pintoresca descripción de los festejos acaecidos en la provincia de las flores: “ Fiestas de Heredia. En los días 18, 19 y 20, la ciudad de los cafetos estuvo engalanada. Por todas partes veíase el pabellón nacional luciendo sus vistosos colores. En esos días dábanse cita en Heredia, el culto josefino, el austero cartaginés, el entusiasta alajueleño y algunos pocos habitantes de otros lugares de la República; todos con el plausible objeto de divertirse a más y mejor”.
Algunos informes de prensa hablaban de festejos alegres, en los que reinaban el orden y la armonía en la provincia de Alajuela; o bien, de actividades populares llenas de gracia y colorido en la antigua capital colonial: Cartago.
No obstante, las fiestas que se realizaban en el casco urbano josefino eran las que por su dimensión y notoriedad conseguían un profundo impacto en los feligreses.
“Las fiestas cívicas de diciembre”. Bajo este título, el Diario de Costa Rica (7/12/1987) comunicaba al público las corridas de toros que se efectuarían en el hipódromo que se construía en los alrededores de La Sabana.
También en la prensa se promovían múltiples actividades, como concursos de disfraces, cuyos permisos se daban en el Teatro Variedades; retretas que se ejecutaban en el parque Morazán; ventas de aguardiente de primera calidad, y horarios especiales del ferrocarril, dispuestos para trasladar parroquianos de las provincias vecinas a los festejos popula-res capitalinos.
Las fiestas de fin de siglo incorporaban la venta de novedades, como uvas frescas, “acabaditas de llegar de España y frescas como almíbar”. El negocio La Espiga de Oro anunciaba: “Para las fiestas. Tiene gran surtido de licores de los mejores que se introducen al país, refrescos, confitería. En el saloncito reservado, con toda calma se pueden saborear los magníficos coktails, cervezas y refrescos” ( El Diarito , 29/12/1897).
Junto a comentarios de prensa que destacaban la presencia de pintura fresca en edificios públicos y en residencias particulares –para entonarlos con los festejos–, resaltaban los anuncios que ofrecían mercaderías variadas, como pañoletas, corbatas, calzado, mesitas de nogal con mármol, velocípedos y coches para pasear a los niños.
Pese a todo, en medio del regocijo, las voces disidentes no dejaron de tener presencia en la Costa Rica de esa época:
“Estamos en vísperas de fiestas, y, a juzgar por ellas, de suponerse es que el jolgorio será de lo mejor. Como la crisis ha hecho por ahora el vacío de muchos bolsillos, la gente se da prisa por cambiar el poco haber disponible en chuminos , como se dice en la patria del pinolío, para así hacerse la ilusión de que hay tela donde cortar y que las faltriqueras estarán repletas para satisfacer los múltiples caprichos que despiertan los llamativos consumidores” ( La Prensa Libre , 29/12/1899).
A juzgar por la nota editorial del matutino, queda la impresión de que las fiestas arrastraban a propios y extraños a una inusitada adquisición de bienes y servicios, situación que iba más allá del estado temporal de bonanza o crisis que se vivía.
La realidad del siglo XXI parece confirmar la presunción de que, en materia de consumo, los hábitos en época de festividades tienden a relajarse, promoviendo actitudes de dilapidación de los pocos o muchos recursos disponibles'
El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.