En estas vacaciones de mis hijos, aproveché para sacar una tarea pendiente. Habíamos hablado de tomar el tren interurbano a San Antonio de Belén para satisfacer su curiosidad sobre este sistema de transporte colectivo.
El viaje resultó ser una combinación de sentimientos y de imágenes que no me quise guardar solo para los míos. En primera instancia, para mí fue un reencuentro con el ferrocarril del país desde tiempos idos. La salida de los patios del Ferrocarril al Pacífico hacia el oeste revivió imágenes de cuando el tren iba acompañado de gallita achiotada, pasados, semillas de marañón, el vendedor de refrescos con una cubeta de lata con hielo y otras cosas que ahora pertenecen al pasado.
Al llegar a la Sabana, me encontré con elementos de la Costa Rica que quisiera ver a lo largo y ancho de todo el territorio. Un tren más o menos moderno, calles amplias y ordenadas a ambos lados de la vía férrea, áreas verdes, un parque espectacular, puentes peatonales, edificios de agradable arquitectura y prosperidad en materia de infraestructura.
Después vendría una transición, en la que a lo largo se divisaba la ruta 27 y Escazú al otro lado del cañón del río Tiribí, y cerca de la línea desfilaba la zona industrial de Pavas. En parte, decidí llevar a mis hijos hasta Belén por la oportunidad de exponerlos a una imagen de nuestro país que muchos sabemos que está ahí, pero no queremos saber de ella y que contrasta con el orden y la limpieza vistos solo unos kilómetros atrás.
El paso por Rincón Grande de Pavas, en donde miles de almas se hacinan en un gris paisaje de latas de zinc herrumbradas, es una fuerte sacudida para cualquier líder político que se precie. Allí los discursos del país más próspero de la región chocan con la dura realidad de niños que conviven en medio de la basura, la droga, la violencia y el olor de la descarga de las aguas negras de buena parte del área metropolitana al cauce del río sin ningún tratamiento.
Al frente queda expuesta toda la crudeza del relleno sanitario de La Carpio. Para cerrar con broche de oro, al cruzar sobre el cañón del río Virilla, se puede admirar en todo su “esplendor” uno de los cauces más contaminados de la región centroamericana. Irónicamente, al otro lado del río encontramos verdes potreros, caballos, ganado y las elegantes casas del cantón de Belén. ¡Vaya un viaje en tren!