Otra vez caímos en la maraña de la confusión. La visita del presidente Obama nos deparó dos días de transparencia. Gobierno y pueblo se lucieron con un comportamiento ejemplar y con discursos y declaraciones oficiales que fueron un dechado de decoro y respetabilidad. Hago hincapié en este pasaje de la vida nacional porque, en verdad, habida cuenta de ciertas conductas anteriores, todos temíamos lo peor. Pero, no fue así. Nos lucimos. La prensa internacional recogió esa actuación. Apenas, sin embargo, partieron los visitantes, volvimos a las andadas o a las ticadas, que tanto daño nos causan. Pasaron unas horas y nos cayó la maldición de la avioneta de un narcotraficante, que removió al país y traspasó las fronteras. Desde ese día, le he dado pensamiento a este nuevo capítulo de la historia patria y, a fe mía, que no entiendo nada. ¿Por qué ocurrió? ¿Quiénes fueron los responsables? ¿En qué consiste nuestro sistema de seguridad? ¿Por qué se repitió el uso de esa avioneta si ya la DIS había alertado a la Fiscalía General, dos años antes, sobre la presencia del empresario colombiano? ¿Por qué nadie sabía nada? ¿Por qué tantas contradicciones?
¿Por qué este escándalo si no es la primera vez? ¿Nos olvidamos de que por el aeropuerto Juan Santamaría ingresó, hace unos 20 años, como Juan por su casa, un narcotraficante, una ballena, dizque al amparo de una autoridad política superior y nada pasó? Ni siquiera se le indagó para conocer la red de sus contactos en Costa Rica, pues de inmediato se le dejó ir a México. Otro día, un maleante hondureño, amigo de funcionarios, secuestró al ministro de Seguridad de Costa Rica en ese entonces y con él a la embajadora de México, y se los llevó en avioneta a Honduras, sin que el presidente de Costa Rica se enterara a tiempo. Luego, el secuestrado escribió un libro delicioso sobre dicho secuestro, la obra más cómica escrita jamás. Este mismo ministro dio, un día de estos, declaraciones furibundas sobre el honor patrio, a raíz del viaje de la presidenta Chinchilla a Perú'Y ¿las relaciones entre un alto político nacional y los barones de la droga de Bolivia? Y ¿las habidas entre políticos ticos y Robert Vesco? ¡Qué memoria más flaca la de los ticos y cuán suculenta es nuestra hipocresía!
Pero, no, nos escandalicemos. En el caso del viaje a Perú de la presidenta Chinchilla, al menos se levantaron fuertes voces de crítica. En todos los otros citados, aun comprobadas las relaciones entre el narco, los delincuentes y ciertos políticos nacionales, todo se tapó. Y nada pasó. Estamos, pues, avanzando. La crítica, al menos, está viva. La presidenta Chinchilla dijo la semana pasada: “Nunca deberemos olvidar esta lección”. Que así sea, Dios mío, pues ya son muchas las lecciones, no aprendemos y nos hacemos los tontos'