El sábado pasado, 8 de diciembre del 2012, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, anunció por televisión su propia muerte. El anuncio consistió en proclamar a su sucesor y al próximo equipo gobernante, pues, al parecer, según sus cálculos y los de los médicos cubanos, no podrá juramentarse para su próximo período presidencial. Así de simple.
Aquel hombre brutal, soberbio, fortachón, vulgar, astuto, dominante, poderoso, estrafalario, parlanchín, corrupto, irrespetuoso y todos los calificativos que podrían caber en este periódico, se ha convencido de que le llegó la hora de la rendición de cuentas. Solo así se explica que, por primera vez en su vida política, ha hablado en serio.
Eso es la muerte. Lo más serio de la vida. Eso es la vida, una preparación en serio para la muerte. Nos dirigimos irremisiblemente, día a día, segundo a segundo, hacia la muerte. Fidel Castro se rio un día del anuncio de su muerte. Ahora sabe bien que, en esta competencia existencial, no caben las risas, sino responder a una pregunta: ¿Quién se irá primero? ¿Él o Hugo Chávez?
Vamos hacia la muerte y llegará el momento en que seremos un cadáver. Ese día, se consumará lo que nunca quisimos hacer: la gran renuncia del YO. Alguien dijo que no se puede aceptar la muerte si no se cumple primero con la renuncia al YO por el que afirmo y reconozco la singularidad de mi vida.
El YO. Ni el dinero ni el poder ni todo' El YO, he aquí el problema capital. Esta es la cuestión de Chávez y de Fidel Castro, contemporáneos, hoy o mañana, de su propia disolución física. Vanidad de vanidades y todo vanidad. ¿Qué sentirán ahora frente a la muerte, que no perdona al robusto y mentiroso, y tampoco al otro, ya envejecido?
¡Qué soberana lección para los poderosos, para los políticos y para todos aquellos que se han construido un altar donde ofician el rito monstruoso de su propia vanidad! ¡Qué eminente lección para nuestro país, que debe abrevar en la fuente de los valores éticos, de la sencillez, del respeto, de la humildad y del trabajo, de la verdad y de la vida!
Se ha dicho insistentemente que nuestro problema es político. Fue político también el de Venezuela, sumida hoy en la desesperanza y, ¡dolorosa paradoja!, que confía su salvación y su restauración en la muerte de un dirigente político más que en su propia vitalidad.
El caso de Hugo Chávez y de Fidel Castro, unidos hasta la muerte por una ideología de muerte, debe ilustrar a nuestros jóvenes, educadores y dirigentes. ¡Cuánta mentira, cuánta falsedad!