Un poco al sur de Frankfurt, en Alemania, está la ciudad de Darmstadt. Aunque pequeña, su historia es fascinante, y en pocas décadas ha dejado huella en la música y la ciencia (nótese el Darmstadtium en la tabla de los elementos).
Desde 1946, Darmstadt es un punto de referencia de la vanguardia musical, primero alemana, luego europea, y ya del mundo. El eje de este desarrollo son los Internationale Ferienkurse für Neue Musik (Cursos Vacacionales Internacionales de música contemporánea, o nueva).
Los cursos convocan a unos 300 participantes (en su mayoría compositores, pero también intérpretes): asisten a conciertos, talleres, conferencias y clases maestras con muchos de los creadores más renombrados de la música actual (Brian Ferneyhough, Georges Aperghis, Cuarteto de Cuerdas Arditti, etc.).
La diversidad caracteriza los cursos. Contra el rigor excluyente que se le atribuye, en Darmstadt coexisten lenguajes musicales contrastantes. Se genera así una “dialéctica de perspectivas composicionales”: compositores establecidos “contra” emergentes, vanguardia “contra” tradición, instrumentos poco ortodoxos (guitarra eléctrica, vibráfono con cuartos de tono, megáfonos, etc.) “contra” cuarteto de cuerdas, improvisación “contra” control absoluto
“Escuela de Darmstadt”. Sin embargo, en Darmstadt no siempre hubo confrontación de estéticas, sino todo lo contrario. Poco después de su primera edición, de 1946, un grupo de jóvenes compositores encontró, en los cursos recién iniciados por Wolfgang Steinecke, un espacio para la innovación.
Bajo la tutela de compositores de la talla de Oliver Messiaen y Edgar Varèse, dicho foro alentaba a estos jóvenes a liberarse de las formas de composición existentes (Stravinsky, Bartók, etc.), que muchos ya consideraban caducas.
Así, Pierre Boulez, Karlein Stockhausen y Luigi Nono (entre los más sobresalientes) forjaron un lenguaje musical novedoso, que partía de la técnica serialista de Arnold Schoenberg y Anton Webern. De hecho, Webern se volvió figura de culto en Darmstadt pues la nueva generación veía, en su música, una mayor integración de la serie dodecafónica con respecto a la estructura total de la obra.
No era simplemente poner nuevos ladrillos sin un plan de construcción, como dijo el compositor estadounidense John Cage acerca del método de Schoenberg, imaginando la disolución de la tonalidad como una ciudad bombardeada que habría que reconstruir.
A ese grupo de compositores emergentes pronto se lo conoció como la “Escuela de Darmstadt”. Sus métodos y su estética eran homogéneos. Tales lineamientos se tendían a imponer a los demás compositores participantes de los cursos.
Dicha especie de “totalitarismo” generó reacciones que apostaron por una apertura, como la aparición de Cage en los cursos de 1958.
Después de los 50. Las ideas experimentales de Cage –como el indeterminismo, o la emancipación del ruido y el silencio– fueron incorporadas por Boulez y Stockhausen a sus sistemas de composición. Luego, tras la muerte de Steinecke, emergieron figuras polarizadoras, como Gyorgy Ligeti, Iannis Xenakis y Mauricio Kagel.
Los cada vez más polarizados cursos de Darmstadt eran ahora como una mina de oro para musicólogos. Los términos “micropolifonía” (Ligeti), “música concreta instrumental” (Helmut Lachenmann) y “nueva simplicidad” (Wolfgham Rihm) entre otros fungían como etiquetas para identificar nuevos lenguajes musicales.
En los años 80, con Friedrich Hommel como nuevo organizador, los cursos dan un nuevo giro debido a la importante afluencia de compositores e intérpretes británicos, cuya escritura musical peculiarmente intrincada dio origen al término “nueva complejidad”.
Brian Ferneyhough sigue siendo paradigma de esta denominación. Entre sus exponentes también están James Dillon, Chris Dench y Richard Barrett, y los intérpre-tes Nancy Ruffer (flauta) y Christopher Redgate (oboe). Todos ganaron el premio Kranichstein, máximo galardón concedido al final de los cursos.
En el 2010. Continuando con la tendencia al pluralismo estético promovido por Hommel durante los años 80, Thomas Schäfer, en su estreno como organizador, se aseguró de que la oferta estilística en el 2010 fuese variada.
La etiqueta de “escuela” sale sobrando ante la música precursora de Stockhausen, el experimentalismo americanista de Harry Partch, la música expansiva de Perluigi Billone y el estilo más ecléctico de Bernhard Lang. La variedad se agradece especialmente después de alrededor de 40 estrenos mundiales, cifra difícilmente alcanzable por otro festival.
La heterogeneidad de tendencias también contribuye a exacerbar la irritación de algunas facciones del público. Lejos de la anécdota legendaria (como la trifulca en el estreno de Le Sacre du Printemps (1913), de Stravisnky), el juicio (¿o prejuicio?) severo es casi normativo en el público de Darmstadt. Incluso, no sería exagerado decir que el abucheo y la intolerancia se han institucionalizado.
Por ejemplo, los ecos decadentes de la música tonal tradicional entremezclados con reminiscencias de “soundtrack Hollywoodense” tomaron por sorpresa a muchos tras el concierto del cuarteto de cuerdas estadounidense Jack.
Similarmente, el uso fácil del orientalismo en el repertorio kazakistaní del Ensamble Ómnibus, causó inquietud, risas, ruidos de papeles y otros gestos de inconformidad entre la audiencia.
Por el contrario, la afluencia de compositores y ensambles de países que han tenido poco protagonismo en la historia de la música moderna parece inyectar nuevos bríos a los cursos de verano.
La música del danés Simon Steen-Andersen (premio Kranichstein del 2008) se distingue por su autenticidad, casi una hazaña en medio de la miríada de obras que se tocan cada día en Darmstadt.
Entre los galardonados de este año figuran dos suecas (Malin Bång en composición y Karolina Öhman en chelo) y cinco belgas (Stefan Prins y Tim Mariën en composición). La mayor parte de los compositores premiados colaboraron con los ensambles Ictus y Nadar, ambos de Bélgica. En suma, una gran cuota para un país mas pequeño que Costa Rica (aunque triplemente poblado).
Costa Rica en Darmstadt. Por último, y como prueba de la internacionalización de Darmstadt, este año, Costa Rica estuvo por primera vez representada en los cursos. En distintos conciertos se estrenaron obras de Mauricio Pauly y de quien esto escribe.
El ensamble Noruego Asimisimasa interpretó Con tentáculos. No patente pero subpatente en el salón Orangerie. Esta obra le fue comisionada a Pauly como parte del premio Staubach Honoraria 2010, acreditado a cinco compositores antes de los cursos.
Miembros del cuarteto Anubis de Estados Unidos estrenaron Como la leyenda de la Gran Muralla China, de Pablo Chin, para dos saxofones, en la Akademie für Tonkunst.
Es difícil calcular el gran valor que tiene experimentar Darmstadt. Atestiguar el trabajo de más de un centenar de compositores de alrededor de 40 naciones permite al participante agudizar el juicio y la percepción de su situación histórica, lo cual es casi imprescindible en un mundo cada vez más globalizado.
PABLO SANTIAGO CHIN ES CANDIDATO AL DOCTORADO EN COMPOSICIÓN EN LA UNIVERSIDAD DE NORTHWESTERN (CHICAGO). HA RECIBIDO LOS PREMIOS CACAVAS, FARICY Y M. WILLIAM KARLINS. ES EGRESADO DE LA UCR. SUS OBRAS SE HAN INTERPRETADO EN EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS.