Decía Alberto Cañas que el tico tiene la firme creencia de que el mundo se destruye y reconstruye a las 12 del día del 8 de mayo cada cuatro años.
Eso puede explicar la afluencia del gentío al traspaso de poderes: había que ser testigo y participante del acto de fe secular costarricense.
La mañana de ayer fue un retrato del cosmos llamado Tiquicia, donde todos “somos hermaniticos”, según proclamó, henchido de furor, el entonces candidato liberacionista Luis Alberto Monge Álvarez en el cierre de la campaña electoral 1977-1978.
Si bien Monge fue derrotado en aquella ocasión y la Costa Rica del siglo XXI cada vez es “menos hermanitica”, la creencia de la igualdad permanece en el imaginario colectivo.
Por eso, una señora se jactaba de conocer a todos los Fallas de Desamparados (segundo apellido y lugar de origen del padre de la Presidenta).
Sin embargo, George Orwell nos enseñó en Rebelión en la granja una verdad tan grande como un templo: “Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”.
Ayer sucedió lo mismo del Titanic y sus botes salvavidas: mucha gente y poco espacio; así, el área de prensa y sus sillas se convirtieron en bienes preciados para quienes se quedaron de pie, tiquete de invitado especial en mano.
Finalmente, unos cuantos se sentaron en ese espacio reservado, gracias a los “buenos oficios” de Carlos Roverssi, flamante viceministro de Relaciones Exteriores, quien permitió la utilización, sin más, del área de trabajo..., a pesar de las protestas de los encargados.
“No empujen, en Costa Rica hay campo para todos, gracias a Dios”, expresó un conciudadano desafiante de la ley de la gravedad sobre una de esas sillas.
El tico de brazos abiertos es otro componente del costarrican way of life..., aunque a algunos se les para el pelo cuando se mencionan ciertas nacionalidades y opciones de vida.
Tiquicia se dio cita ayer en La Sabana: desde lo muy chic de los sombreros de ala ancha hasta las sandalias y el full aceite de coco. Nadie faltó: ni los chinitos del Estadio, con todo y casco.