Antes de hablar del tiempo, primero cuatro palabras sobre las relaciones padres-hijos. Ante todo, darles razones, convencerlos, no vencerlos, y disimular sus mentiras; ya sabremos después por ellos mismos la verdad. Si ganamos su confianza, poco a poco se van creando relaciones de apertura o aceptantes y de amistad, sobre todo si se tiene en cuenta la regla de oro de las relaciones humanas: decir y hacer las cosas con cariño. – Sí; muy bien –dice un padre–, pero no tengo tiempo, no coincidimos; los horarios son diferentes. Y se olvida una razón fundamental e ineludible: los hijos son el negocio más importante de nuestra vida. Más importantes que la profesión, el trabajo, los negocios, la diversión, o la política. Son personas, no cosas o seres no deseados, como pregonan algunos demógrafos a sueldo.
La cuna de las buenas personas, tan anheladas por la sociedad, está en la familia. No obstante, existe una verdad muy abandonada en nuestro medio, y es esta: no hay nada más importante que la persona humana. Aunque se tenga noción de ella, no basta saberse personas mientras no nos metamos dentro de nosotros mismos y nos poseamos. Así comienza el camino de la mejora personal.
La carencia de principios, ideales, valores y moralidad que acusa nuestra sociedad, procede de haber pasado la familia a segundo plano, convertida muchas veces en un centro de descanso del ajetreo laboral, donde la televisión y la computadora pasan a ser un centro de referencia constante, casi más buscados que los hijos. De ahí que cada miembro de la familia persiga su propio afán y bienestar por caminos insolidarios. Falta comunicación. Cada quien va a lo suyo. Desde luego, se dan excepciones y hay hogares modelo. Pero esto no es la tónica. Con frecuencia no se piensa en el sentido y contenido de la vida, ni existe preocupación por preguntarse quiénes somos y hacia dónde vamos.
Ni la escuela, ni la calle, ni los conciertos masivos, ni bares y casinos, ni las redes sociales ni los “piques”, forman en virtudes. Humildad, generosidad, veracidad, sinceridad, justicia, honradez, orden, laboriosidad no se adquieren en esos “ambientes”; solo en la familia, si los padres sacan un tiempo para formar a los hijos desde pequeños. La institución familiar no puede rehuir responsabilidades porque no tiene sustituto. Donde se aprende a ser persona, a amar a Dios y al prójimo, y donde se inculcan también la fraternidad, el respeto a los demás, la solidaridad social y la paz es en la familia.
Los padres pueden sacar un tiempo, llamado de calidad, corto pero plenamente dedicado a los suyos. Los sábados, domingos y días feriados pueden visitar museos, parques, iglesias, leer y caminar juntos, practicar un deporte, disfrutar de juegos y paseos, conversar, oír música' Se trata de querer querer, no de darle cabida a la indolencia. O por lo menos estar más en casa. Y si se omite la formación sobrenatural de los hijos, pasa como dice Chesterton: “Quitad lo sobrenatural y no queda más que lo que no es natural”.
En su libro El eclipse del padre , el autor alemán Paul Josef Cordes, basado en el trabajo investigativo, premio Pulitzer, de la feminista norteamericana Susan Faludi, informa cómo la figura del padre se ha desvalorizado y cómo el padre es el mayor apoyo y seguridad para que el adolescente construya su propia identidad.
Cordes combate la “paternidad defectiva” y afirma que el hijo busca siempre la paternidad y espera “protección y entrega”. O sea, que no podemos empequeñecer la vocación de padres.
Jesús Urteaga, gran conocedor de la institución familiar, y en referencia a las relaciones padres-hijos, da un consejo muy práctico: “Tenéis que conseguir que aprendan a luchar y que perseveren en el empeño. Nos jugamos mucho. Sin esfuerzo no se vende ni una escoba”.
Tiempo para los hijos. No lo esperemos todo del Estado, que no da para tanto. Salgamos de la poltronería y del egocentrismo. El país necesita hombres y mujeres bien formados, con espíritu de servicio y de entrega, honrados y trabajadores, de pensamiento y análisis. Y este fruto integral solo lo produce la familia, que no puede permanecer ociosa y a la vigilia de un mañana que nada ni nadie le puede suplir. Costa Rica espera hombres y mujeres que quieran ser columnas de la patria.