Esta época predispone a la empatía y a la generosidad. Sin solidaridad, no hay sociedad. Una sociedad no es solo un espacio de trabajo, un dormitorio o un comedero. Las sociedades se construyen para el beneficio mutuo, con esfuerzo comunitario y con buena disposición mayoritaria.
La solidaridad nace de la empatía, de ponerse en los zapatos del otro. Sin embargo, se puede ser insolidario por egoísmo o por falta de información. Si no conocemos la necesidad del otro, no hay móvil para entregarle la ayuda.
Espero que llegue el día en que tengamos información en tiempo real sobre múltiples necesidades de los demás y sobre el impacto positivo que tendría nuestra contribución.Otro obstáculo es la timidez o su versión social, el individualismo, que nos lleva a pensar que es mejor “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Así se puede entender que personas bien intencionadas se frenen antes de responder a las necesidades de vecinos cercanos.
Otra barrera es el costo de entregar la ayuda. Es más fácil hacer un donativo mediante medios electrónicos que atravesar la ciudad para entregarlo.
Las sociedades, para su sostenibilidad, necesitan de la solidaridad, pero no solo de que ayudemos a la familia que padeció un incendio. Hay una solidaridad de nivel superior a ese, como la posición a favor de la seguridad social, de quienes, gracias a sus medios, nunca irán al Ebais. O la de los abuelos que ya educaron a sus nietos, pero siguen pugnando por que el país tenga un buen sistema de educación, o la de los vecinos que contribuyen a la seguridad de su vecindario, o la de quienes, en vez de sumarse fanáticamente a un partido, realizan actividades de control ciudadano o de adecentamiento de la política.