Sic transit Samsa

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Había transcurrido mucho tiempo desde que habían tenido lugar las más resonantes de sus hazañas. Hundido en un acolchado pero aburrido lecho, esperaba ansiosamente el momento de salir de nuevo a sumarle glorias a la alucinante epopeya de una vida dedicada a ejecutar extraordinarias obras que deslumbraban a los seres humanos de muchas latitudes. No obstante, no dejaba de atormentarle el recuerdo de la vacilación que había percibido en quien, con diestra mano, tantas veces le había masajeado suavemente el cuerpo utilizando tan solo los dedos índice y pulgar. Durante el último deslizamiento voluptuoso de las milagrosas yemas sintió que la mujercita le descubría, en su redondez, una leve y amenazadora escoriación. Deseó fervientemente que la cicatriz fuera todavía microscópica y se encontrara tan lejos de su ápice como de su rostro. No cesaba de pensar en que, cualquiera que fuera el caso, con el tiempo el desarrollo del incipiente cáncer significaría irremediablemente el final de las placenteras caricias de centenares de metros de telas de seda, lana, algodón y lino.








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