Tenemos el impulso –y la obligación– de ser felices.
Para Aristóteles, la ética conduce a la vida buena y feliz. La ética es la disciplina que trata de los valores. Son valores decir la verdad, ser solidario, respetar la propiedad del otro. Decía un amigo que un sistema ético es como un conjunto de señales de carretera.
Si el límite de velocidad es 80, ello no obedece al capricho de la Dirección de Tránsito, sino a un análisis de las circunstancias, que llevan a prescribir, que viajar a más de 80 puede ser peligroso. Ir contra los valores es peligroso.
El carterista que nos roba el dinero, lo hace para ser feliz. Quien dice una mentira, también.
¿Qué diferencia hay entre la búsqueda de la felicidad conforme a la ética y su búsqueda violando la ética?
Para quienes creen en el cielo, el camino para llegar allá implica disciplina, rectitud, esfuerzo.
El cielo, para ellos, es la felicidad infinita pero, de tiempo en tiempo, aparece la tentación. La tentación es un espejismo, es una propuesta cortoplacista para alcanzar la felicidad.
En la primera tentación en el Paraíso, el tentador le propone a Eva que al comer la fruta prohibida “se os abrirán los ojos y seréis como Dios”. Supongo que Eva no quería desobedecer ni hacerle un feo a Dios; pero sí que le ha de haber parecido estupendo eso de tener los ojos más abiertos y ser como Dios. Buscaba aumentar su felicidad, buscaba otro Paraíso.
La ética, decía mi amigo, es una ciencia natural. Así como la física nos dice qué ocurre a un cuerpo al cual dejamos caer, la ética nos dice cuáles acciones nos producirán infelicidad, aunque nos prometan lo contrario a corto plazo.
Siempre estamos buscando un Paraíso. Hay dos formas de intentar llegar a él: o por el camino de la ética o por “la cocina”. Acceder a la tentación es intentar llegarle a la felicidad “por la cocina”.