Quiero decirle a la autora de “Odioso integrismo” (Página Quince, 1/6/2010) que la mayoría de las personas que estamos en contra de las uniones entre homosexuales no somos oscurantistas ni opuestos a los derechos humanos. Sin embargo, nosotros somos objeto y sujetos de esos mismos derechos y podemos expresar opiniones diferentes: que se les conceda a grupos gais y lésbicos ciertos derechos, eso es justo y laudable; pero que pretendan que sus uniones sean aceptadas como un matrimonio, eso no es posible.
Sería absurdo, por ejemplo, pensar que los bancos estén pisoteando mis derechos cuando me ordenan por razones de seguridad que yo descubra mi cabeza al entrar. ¿Quién podría pensar que conculcan sus derechos por obligarlo a respetar la luz roja del semáforo o la señal de alto en la encrucijada? Ni lo discutimos.
Respeto a la familia. Lo que pretende el referendo, no del odio como lo llama la autora, sino del respeto a la familia y a los valores cristianos, no es el grito de un grupo devoto; es el clamor de una mayoría que también tiene derecho a ser escuchada.
Resulta paradójico: ahora para tener razón se debe escuchar a las minorías. Escucharlas, sí; respetarlas también; pero que respeten nuestros valores, en los que se ha fundado una sociedad con cultura milenaria, que ha probado con obras y no solo con razones el sentido de sus enseñanzas.
Cualquiera que sepa exponer con palabras bonitas y de manera elegante; cualquiera que tenga los medios, hoy más que nunca podría enseñar sofismas y mentiras a sus lectores, alumnos o seguidores. ¿Ahora resulta que la misma Presidenta no puede declarar lo que piensa porque puede herir a las minorías, especialmente a las más discriminadas?
Si los ciudadanos de grupos minoritarios sienten orgullo de expresar su manera de pensar, ¿por qué en un país de derecho como el nuestro la presidenta o cualquier otro ciudadano en ejercicio de sus derechos no puede expresar sus convicciones religiosas, filosóficas o ateas, con tal que no se opongan al bien común?
Hacia el abismo. De algo estamos seguros y la historia nos demuestra que cuando la sociedad irrespeta y conculca los valores naturales y religiosos, más fácilmente va hacia el abismo.
Matrimonio quiere decir: sociedad donde se ejerce el oficio de madre. Ningún homosexual podrá ser mamá. Las sociedades antiguas, como la griega, romana, etc., se corrompieron y hoy son recuerdos de historia.
Hay todo un proceso: abandono de los valores y principios naturales y religiosos; aceptación de uniones contrarias a la naturaleza, pederastia, promiscuidad, aborto, eutanasia, etc.
Todos son peldaños de la misma escalera. Ni Francia, ni España, ni Estados Unidos van a enseñarnos cultura, ni valores, cuando ellos se están pudriendo en la olla de caldo que han cocido.