04-02-13 Centro de Atencin Institucional Barrio Cocor, Aguacaliente, Cartago. Presos de esta crcel tienen un proyecto de elaboracin de zapatos para escolares de escasos recursos, adems de confeccionar otro tipo de zapatos para vestir y bultos. Andrs Rojas, edad 31 aos Foto: LUIS NAVARRO (Luis Navarro)
Randall Cisneros lo sabe bien: “Tener a un ser encerrado entre cuatro paredes no es sano para la mente, ni mucho menos para el espíritu. A la gente hay que ponerla a hacer algo”.
Con esa convicción es que este privado de libertad y otros cinco compañeros suyos en la cárcel de Cocorí, en Agua Caliente de Cartago, invirtieron los últimos tres meses de su vida en confeccionar 400 pares de zapatos.
Entre recortes de cuero, hormas y moldes, Cisneros, de 37 años, explica, en su pequeño taller de talabartería –ubicado dentro del presidio–, que el fruto de su trabajo dará pasos firmes y seguros a escolares vecinos de Talamanca y Sarapiquí.
Los niños que todos los días caminan largas distancias para asistir a la escuela recibirán el calzado como un obsequio de la Asociación de Empleados del Banco de Costa Rica, Asobancosta. Mientras que Cisneros y sus compañeros obtendrán un pago a cambio de la labor realizada.
Esta es una forma de ayudar a los pequeños de escasos recursos y también de “apoyar a los privados de libertad, comprando los artículos que ellos producen”, dice Julio César Rodríguez, encargado de Mercadeo y Negocios de Asobancosta.
Crear. Mientras que el trabajo los acerca al sueño de salir de la cárcel y poner un negocio propio algún día, a Randall Cisneros le es difícil disimular la satisfacción que le brinda saber que sus manos pueden ser una herramienta útil.
“Así como yo cometí un delito, hace 17 años, hoy quiero reparar ese daño ”, comenta.
Este programa de ocupación productiva remunerada, que permite a los privados de libertad tener un proyecto gestionado por ellos mismos, también permite a hombres como Andrés Rojas colaborar con los recibos de la luz, agua, o incluso costear los gastos escolares de sus propios hijos.
“Aparte de estos zapatos que hicimos para estos chicos, yo tengo dos hijas que van a recibir calzado de parte mía. Eso me motivó bastante, saber que podría aprender a hacer cosas que les sirvan a otros y también beneficiarme yo”, dice Rojas, entusiasmado.
Él lleva año y tres meses elaborando calzado y bolsos de cuero, junto a Randall Cisneros, quien lo inspiró a salir del módulo (pabelló n de detención) y a aprender bien el oficio de la talabartería.
“Cuando estaba dentro, en el módulo, pensaba que qué bonito se veía aquí afuera, ese montón de sol y de aire, adentro se respiraba otro diferente aire. Acá estamos más tranquilos, tenemos oportunidad de hacer nuestras cosas”, afirma.
Como ellos, otros internos en el Centro de Atención Institucional Cocorí (CAI-Cocorí) encuentran el camino para convertirse en microempresarios. “La posibilidad de salir de los ámbitos en los que ellos están mientras cumplen su pena es una motivación. Lo es no solo con este proyecto, sino también otros que tenemos como los de pintura, madera y cuero”, dijo Ricardo Calvo, director del CAI-Cocorí.
El camino no ha sido fácil, pues a Randall, Andrés y sus otros compañeros han tenido que ganarse la confianza de la Administración. “Cuando empezamos se veía muy raro, que tuviéramos acceso a galones de cemento y navajillas... pero estamos marcando pauta. Con esto le decimos a la gente que sí se puede”, dice Randall Cisneros.
Con esa visión coincide el ministro de Justicia y Paz, Fernando Ferraro: “Lo que hacen falta son oportunidades; eso lo pretendemos aliviar con el préstamo del BID , creando unidades productivas para que ellos se ocupen”.
Mientras más opciones como estas llegan a las cárceles del país, Randall tiene claro cuál es el ideal de este tipo de proyectos: “Nosotros como personas y seres humanos, a pesar del delito que cometimos, merecemos una segunda oportunidad: ese es el fin de la adaptación social”.