Una de las cosas más agradables de la primera temporada que presentó la Compañía de Cámara Danza UNA, en el Teatro de la Danza, fue la energía que transmitieron los intérpretes.
Un elenco está constituido por bailarines jóvenes y algunos miembros de mayor trayectoria, quienes ejecutaron a cabalidad las tres obras del espectáculo.
Las coreografías fueron el estreno de
Las obras de Álvarez tienen la dicotomía como elemento común, que ayuda a construir el nudo dramático para articular el discurso coreográfico, el cual está cargado de resoluciones de movimiento dinámico y rico simbolismo.
Las creaciones de esta temporada no son descriptivas ni dan soluciones, tampoco sugieren caminos o acciones posibles en cada conflicto planteado, razón por lo cual el espectador debe involucrarse de lleno e interpretarlas creativamente.
En el primer trabajo se planteó la relación entre la memoria y el olvido, aspecto fundamental para generar el crecimiento individual y, por ende, el desarrollo de la colectividad.
Para este montaje grupal, en el cual predominó el color blanco y los movimientos periféricos, la coreógrafa utilizó un video realizado por Fiorella Álvarez, que interactuó acertadamente con la propuesta espacial.
Con un escenario aforado con cámara negra y un edredón blanco, como único recurso plástico, intervinieron Silvia Ortiz, Christopher Núñez y Adriana Zamora, destacándose la primera por plasticidad y rica proyección interpretativa.
El espectáculo cierra con
En esta versión revisada, cabe destacar los aportes plásticos de Herbert Bolaños en el vestuario que le otorgaron mayor armonía cromática y Tamara Mauksch con el diseño de la escenografía que le dio un trazo estilizado al escenario. Ambos recursos permitieron que los bailarines pudieran expresarse en un espacio limpio y en el que se propicia mayor libertad de movimiento.
No obstante, el detalle del agua, que supuestamente gotea ante la audiencia, quedó tímido y su efecto se perdió durante la representación de la obra.
Para las tres propuestas coreográficas, la banda sonora estuvo compuesta por piezas de varios estilos musicales y diferentes autores, aspecto creativo frecuente en la autora.
Por su parte, en la iluminación, Telémaco Martínez abordó las luces creando ambientes nítidos y contrastes que enriquecieron los montajes.
Reitero que es un gusto poder ver a nueve bailarines cohesionados para transmitir con mucha pasión, el placer de estar juntos en el escenario y comprometidos con su trabajo.