El escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura de 1998, falleció el viernes 18 a los 87 años. Toda su obra posee un fuerte trasfondo religioso, como denotan sus novelas El Evangelio según Jesucristo (1991) y Caín (2009).
Esta obsesión por lo religioso sorprendía en quien se consideraba ateo. Saramago aseguraba que ser ateo no lo salvó de tener una mentalidad cristiana, y que la religión está presente en quien desea ocuparse del ser humano. En noviembre del 2009, en la isla de Lanzarote, Saramago concedió esta entrevista, que sería la última.
–¿Experimenta lo que algunos filósofos llaman una espiritualidad sin fe?
–Se necesita tener un altísimo grado de religiosidad para ser un ateo como yo. En el sentido etimológico, la religión es lo que une. Sabemos que estamos ligados al universo. Ahora bien, inferir que detrás de esta relación hay una causa primera me parece una afirmación gratuita sin base científica. A lo mejor hay dos dioses: uno que se llama física y, el otro, química.
–En ‘ Los hermanos Karamásov’ , Dostoyevski siembra una frase que se ha vuelto emblemática: “Si Dios no existe, todo está permitido”. ¿Qué le parece?
–Esa conclusión catastrofista de que, si se destruye a Dios, todo el mal invadirá la vida humana, no es cierta para mí. No se puede decir que cuando he hecho mal a alguien es por el hecho de no creer en Dios.
“Si deseo hacer daño a alguien y decido no hacerlo, no es porque Dios me toma del brazo para que no lo haga. Es la conciencia interior propia, está en tu naturaleza que no puedes hacerlo. En este sentido digo que soy ateo, pero no mala persona.
–Nada quita que la fe pueda ayudar a la comprensión de la ética, como de hecho ocurre.
–Yo no necesito a Dios para tener una ética. Si hay personas que no pueden vivir sin este bastón para apoyarse, pues lo respeto. No soy un ateo militante, en el sentido de ir a la guerra contra los que creen, pero que me dejen en paz si no creo.
–La ciencia no puede decir que Dios no exista, como tampoco puede decir que exista. Su campo es explicar el cómo del mundo, no el porqué del mundo.
–Si resulta que Dios existe de todos modos, yo le preguntaría: “¿Por qué nos has abandonado? ¿Qué es eso de crear un ser a tu imagen y semejanza para después decir que poseemos libre albedrío y así justificarte y poder decir que no tienes la culpa de los males del mundo?”; pero la verdad es que, cuando Ratzinger en Auschwitz dice: “¿Dónde estaba Dios?”, hacía una pregunta retórica. La conclusión es que no estaba porque, si estaba, ¿por qué lo permitió?
–En ‘ Las pequeñas memorias’ , sus descripciones autobiográficas poseen un profundo halo de religiosidad, de contemplación de la naturaleza desde un sobrecogimiento cuasi trascendente.
–No lo niego. Digamos que es ciertamente religioso, pero por la vía de la naturaleza. Ahora bien, no digo que Dios está en una flor o en una semilla, o en el conjunto de imágenes y de sensaciones que forman un paisaje.
“En todo caso, sentimos algo, emociones, una experiencia estética, pero no puedo tener la ingenuidad de decir que todo esto es Dios, o que nos viene de Dios, o que es la forma que Dios tiene de relacionarse con nosotros”.
–Si se proclama ateo, ¿por qué la religión resulta el tema fundamental de casi toda su obra?
–Presumo de estar muy atento de lo que acontece a mi alrededor. Una de las cosas que está ahí es la religión. Por el hecho de ser ateo, no puedo decir que la religión no me interesa. Si no fuera por este interés, no hubiese escrito El Evangelio según Jesucristo . Yo no voy a la guerra contra la religión, sino contra la institución.
–Su trabajo como escritor está unido a un compromiso de denuncia social. ¿Cuál es su filosofía en este sentido?
–Que no cambiaremos la vida si no cambiamos de vida, empezando por el respeto humano y siguiendo con un sentimiento de bondad.
–Me parece interesante que recurra precisamente a la bondad y no a la justicia.
–Por encima de todo, yo antepongo la bondad. La bondad se convirtió en algo risible. Para la gente, ser bueno es ser tonto. ¿Cómo se puede ser bueno en un mundo como este? Realmente no es fácil. Reivindico la bondad como el primer elemento que nos hace ver que el ser humano es superior a los animales.
“Los animales no son buenos ni malos, pero el ser humano puede ser bueno; aunque la verdad es que no somos buenos. Hay manifestaciones de bondad, pero la bondad difícilmente existe”.
–¿Existe algún modelo histórico de bondad manifiesta que nos pueda ilustrar en el camino?
–San Francisco de Asís era bueno. Para ser bueno hay que ser santo; pero no podemos ser santos como condición para llegar a la bondad. Más bien, deberíamos empezar por la bondad para llegar a ser santos.
–En una de sus obras se lee: “La santidad subvierte la permanente e indestructible animalidad, perturba la naturaleza, la confunde, la desorienta”. ¿Siente un anhelo de santidad laica?
–Desde un punto de vista amplio, no restrictivo, creo que sí. Un laico puede ser santo, pero aún más, también un ateo. En el panteón de la iglesia se echa de menos un santo para los ateos. ¿Por qué no? No me propongo llegar a la santidad; pero volvamos a la figura de san Francisco de Asís: lo que caracteriza mejor al santo es esa especie de tolerancia universal. Un corazón abierto a todos: ¿por qué no también abierto a los ateos?
–¿Cómo escribió el ‘Evangelio según Jesucristo’?
–Se me quedó una impresión de haber visto algo mientras pasaba por un puesto de revistas en Sevilla. Leí literalmente Evangelio según Jesucristo. Regresé y no estaba: era una ilusión óptica. Pensando en ello, el resultado es el libro. El libro no es un Evangelio según Jesucristo, pues no es Jesucristo el que cuenta, sino yo; pero así nació el título. El título es ya la idea. Mantengo siempre el título original, aunque a veces suene forzado y no corresponda al texto.
–¿Y el método?
–Mirar lo que está por detrás. Al final, son los hombres quienes dicen: “Perdónenlo porque no sabe lo que ha hecho”. Dios no sabe lo que ha hecho. Es rotundamente el otro lado de la cosa. Si Dios pudiera recrear los hechos desde el principio de su creación hasta el día de hoy, debería llegar a una sola conclusión: no ha merecido la pena.
“Los seres humanos no nos merecemos la vida. Es la visión más pesimista que uno se pueda imaginar, y es mi convicción más profunda.
–Usted comenzó combatiendo y hasta erradicando a Dios, luego establece una profunda desesperanza en torno al ser humano. La existencia del hombre es lo que usted ha utilizado como prueba de la inexistencia de Dios. Finalmente, siento que se acerca a una reconciliación con la naturaleza.
–Es curioso lo que dice pues, cuando yo era joven, me imaginaba un planeta sin habitantes, sin todos nosotros y me parecía bien: el planeta entregado a sí mismo, con sus animales, sus ríos, sus mareas, sus cataclismos'
–Usted escribió: “Cuando los hombres mueran, la gaviota que me sobrevoló y el grito que lanzó fue una señal de vida no humana”.
–Aunque nosotros desaparezcamos –y eso ocurrirá–, quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido.
–¡Es un evangelio de la desesperanza!
–Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo: ¡estamos atrapados! No tenemos salida. No hay salida.
–¿Siente que la muerte, al menos desde el vuelo imaginario, puede depararle un destino insospechado?
–La vida antes de que yo naciera era para mí nada. Nací, viví, he morir y regresar a la nada.
–¿Le consuela al menos que la obra literaria triunfe sobre sus creadores?
–Por un tiempo, pero la eternidad literaria tampoco existe.