No piense. ¡Prohibido pensar! Solo compre. Adquiera. Acumule. ¿Para qué pensar? Pensar produce calvicie, insomnio, obesidad mórbida, pesadillas, obsesiones diversas. ¡Por decreto general del Mundo, se declara una moratoria sobre el pensamiento! Compre, gratifíquese, hágase cosquillitas a sí mismo, complázcase en todo cuanto se le antoje, sucumba a todos los caprichos, a todas las tentaciones' y si cree que ya está saciado, invéntese nuevas “necesidades”, nuevas apetencias. Irreprimibles, compulsivas, de esas que no pueden esperar. No lea, no estudie, no reflexione, no consuma cultura y conocimiento. ¿Para qué?
Dedíquese de ahora en adelante a vivir de la “grasa cultural” acumulada en el bajo vientre del espíritu durante su juventud, ya no adquiera más nutrientes: como los osos que hibernan, consuma sus propias adiposidades culturales. Y compre, compre' No crear, no crear: más fácil, más cómodo, más rápido comprar. Que otros creen: usted simplemente dedíquese a comprar. Rodéese de materia, de chunches, de chatarra, de artefactos, de electrodomésticos, de cuanto nuevo juguete cibernético la sociedad le quiera empujar por la garganta. ¡Construya su paraíso artificial en cómodas mensualidades! Si en algún momento se ve usted tentado por el pensamiento, ¡combata de inmediato el peligroso impulso accionando monigotes en la pantalla de la computadora: usted sabe, esos jueguitos en los que se simula la vida para no tener que vivirla! Ello acabará con lo poco de la función sináptica neuronal que ha de quedarle. Apretar botones, el automatismo de la repetición, la hipnosis, la lobotomía pre-frontal, el embeleso de la pantalla, descerebramiento total y garantizado.
¿Los libros? ¡Aléjese de ellos! ¡Vade retro, Satana! ¡Malleus maleficarum! Haga en el patio de su casa una pira con leña verde, y quémelos en medio de danzas rituales: ¡hay que exorcizar la inteligencia! Molesta, incómoda inquilina, generadora de conciencia –es decir, de dolor– es imperativo narcotizarla, silenciar de una vez por todas su infernal parloteo. Viva “hacia afuera”: sin contemplación, sin reflexión, sin interioridad. ¿No trabajó ya todo el año ardua, honestamente? ¿No merece ahora acaso liberarse del pensamiento, premiarse, por su esfuerzo, con un mes de embrutecimiento auto-inducido?
El lema de la Navidad en Costa Rica es: “Sea tonto durante un mes”. La sociedad nos da permiso para “volvernos loquitos”, para “ser libres”, para “desahogarnos” durante cuatro pinches semanitas' ¡y nosotros lo tomamos como un inmenso privilegio! Guaro, bombetas, toriles llenos de estiércol, eructos, chistes de cantina, barullo, frenesí, la apoteosis y glorificación del pachuco, vulgaridad, anestesia general, ¿contra qué? Contra la vida, contra nuestros sordos conflictos, contra los problemas que enfrenta el mundo, contra nuestras inconfesas frustraciones, contra el íntimo sentir de que estamos siendo instrumentalizados, condicionados' porque en el fondo lo sabemos, y eso genera en nosotros profundo, inocultable malestar. Por eso, amigos, ¡prohibido pensar!
Tomar guaro, comprar, y vivir esta mentira, esta perversa farsa que la sociedad escenifica cada año para hacernos creer que somos libres. ¿Libres? ¡Y a eso lo llaman entretenimiento popular! ¡Qué insulto al pueblo, qué manera de subestimarlo, de prostituirlo, de usarlo, de privarlo de los bienes culturales que podrían –esos sí– hacerlo feliz!
“Sed cultos para ser libres”, decía Martí. Si tal es el caso, el nuestro es un país de vasallos, de siervos de la gleba.