En ciertas geografías, el paisaje del progreso se oscurece con miseria. En Costa Rica, somos más ricos que hace 20 años (PIB), pero tenemos cada vez menos cohesión social. Políticas de Estado que dábamos por descontadas, no existen, en realidad. Una administración las pone, otra las quita.
Habíamos creído que existía, por ejemplo, Política de equidad de género. Un estudio reciente sobre Apertura comercial, género y pobreza en el Istmo centroamericano (Costa Rica) , nos abre los ojos: para las mujeres de nuestro país han significado poco los beneficios aportados por el comercio. El mismo resultado daría si a la variable “género” se le sustituyera por “deserción escolar”, “tugurios”, “seguridad ciudadana” o cualquier otro índice de equidad.
Pero nada más apropiado para ilustrar abandonos que la Educación Superior Estatal. La población universitaria –la más culta– mira con recelo la apertura comercial. Es un contraste inaudito, pero sería demasiado fácil atribuirlo a ideologías (Chávez no da para tanto). Razones sociales más profundas sustentan ese resentimiento. Son muchos años de olvido. Mientras más riqueza traía la apertura, menos invertía el Estado en Educación Superior. El PIB crecía un 5% anual, pero la participación del financiamiento universitario disminuía del 1,15% al 0,79% del PIB.
Las universidades estatales fueron la cenicienta de la apertura comercial. El progreso económico compartió paisaje con miseria universitaria. En la época de don Abel Pacheco, se aseguró un 13% de crecimiento real del FEES por varios años. Todo el mundo aplaudió el giro que apenas compensaba dos décadas de indiferencia. Se asumió que era una nueva Política de Estado, por encima de ideologías y partidos. Triste despertar. Aún no existe Política de Estado frente al financiamiento de la educación superior pública.
Pero el frío no está en las cobijas. La estabilidad económica de Costa Rica tiene mucho que agradecer a la apertura comercial, a la inversión extranjera y a sus consiguientes consecuencias en diversificación de productos y destinos. La coherencia de nuestra estrategia de posicionamiento en el mundo permitió, en palabras del FMI, que nuestro país tuviera mayor resiliencia para paliar los estragos de la crisis. Comex, Procomer y Cinde jugaron con solidez su rol por competencia: atraer flujos constantes de riquezas, abriendo destinos exportadores, atrayendo inversiones, favoreciendo empleo calificado y propiciando mayor sofisticación en la producción. Nunca se dirá suficientemente que la tubería de acople para redistribuir esa riqueza no era automática. El frío estaba en otra parte.
La riqueza llegó con un grado de concentración nunca visto. Con el café, la riqueza se distribuía entre miles de pequeños agricultores. Ahora, la propiedad de la tierra se concentra y la redistribución de riqueza es por otra vía. La apertura demanda mejor educación: las exportaciones industriales se especializan con empleo calificado, la inversión y el comercio de servicios demandan un acervo humano de alto nivel educativo. Las universidades públicas cobraban importancia, al tiempo que se descuidaba su financiamiento. La apertura comercial apuntaba en un sentido, la inversión estatal en educación superior, en otro.
El Estado dormía en laureles de conformismo. El imaginario colectivo se volvió menos cierto: patria de maestros y no soldados, país “pura vida”. Crecimos con esas premisas como si estuvieran escritas en piedra. Pasaron décadas perdidas de generaciones de jóvenes sin escolaridad. Dilapidamos el sitio de privilegio que teníamos y pasamos a estar debajo de la media latinoamericana en cantidad de graduados en secundaria. En calidad, hasta el Quijote ha sido invitado a dejar las aulas.
Todo el discurso de la nueva administración expresa su comprensión de la necesidad de un cambio. Faltan los medios para lograrlo. La historia enseña que si se quiere asegurar políticas públicas distributivas, que restauren la equidad; el Estado necesita aumentar la proporción que toma de la riqueza que llega. Ahí está el meollo, pero ahí está también el silencio.
Ahora que queremos coronar con Corea nuestra inserción en Asia, es hora de entender, ya que queremos competir con esa nación, que ese país otorga a las universidades el 33% de su inversión total en educación. Esa es su apuesta en investigación e innovación. Mucho más de lo que piden los rectores aquí. El Gobierno pide a los coreanos la donación de un parque científico latinoamericano en la UCR. Ojalá no contrastemos ese enorme progreso, poniendo nosotros la miseria.