Parece la trama de una película de Indiana Jones. Un avión que se estrella en un valle perdido de Nueva Guinea. Los pocos sobrevivientes quedan a merced de una tribu caníbal que jamás ha visto a un “hombre blanco”. Y como no pueden salir por sus propios medios, el ejército estadounidense intenta un rescate tan arriesgado como insólito. Todo ello, a fines de la Segunda Guerra Mundial.
Mas no es un guion de cine sino una historia verídica, la que cuentan las páginas del libro Lost in Shangri-La, de Mitchell Zuckoff, profesor de periodismo en la Universidad de Boston y colaborador de The New Yorker, Fortune y el Boston Globe, entre otras publicaciones. Hace siete años él, revisando los archivos del Chicago Tribune, se encontró con este episodio.
“Probablemente fue el momento más emocionante de mi carrera”, dice Zuckoff. “No podía creer que una historia tan increíble no hubiese sido objeto de libros y películas. Mientras más leía, más me daba cuenta de que había tropezado con algo maravilloso”.
Mayo de 1945. La Alemania nazi había sido derrotada, pero los aliados continuaban la lucha contra Japón en el Pacífico. A pesar de eso, para las tropas estadounidenses –emplazadas en la entonces Nueva Guinea Holandesa (hoy dividida entre Indonesia y Papua Nueva Guinea)– cada cierto tiempo podía existir la posibilidad de algún vuelo recreacional por la isla. Especialmente si podían sobrevolar un profundo valle al que, un año antes, dos pilotos habían bautizado como Shangri-La.
Cuando el transporte C-47 (llamado Gremlin Special) despegó el 13 de ese mes con 24 personas a bordo, parecía un vuelo más. Pero en menos de una hora el paseo terminó en tragedia cuando el avión se estrelló contra una montaña. Al comienzo hubo seis sobrevivientes: la cabo Margaret Hastings, el teniente
John McCollom, el sargento Ken Decker, el capitán Herbert Good (quien falleció a las pocas horas), la soldado raso Eleanor Hanna (murió al día siguiente por sus graves quemaduras) y la sargento Laura Besley (falleció a los dos días por heridas internas).
A partir de ese instante, comienza una historia digna de Hollywood. Hastings, McCollom y Decker abandonaron el lugar selvático donde se habían estrellado y bajaron hasta el fondo del valle, donde entraron en contacto con los habitantes de la aldea de Uwambo, caníbales que jamás habían conocido a alguien diferente. Pero su líder, Wimayuk Wandik, los protegió al recordar una profecía apocalíptica que hablaba de espíritus de piel clara que bajarían del cielo. Tal como lo menciona Zuckoff, en ese momento la naciente era atómica estuvo cara a cara con la Edad de Piedra.
McCollom había llevado consigo una lona amarilla, lo que permitió que los localizaran desde el aire, y a las autoridades, confirmar la existencia de sobrevivientes. A seis días del percance, se lanzaron dos médicos en paracaídas para tratar a Hastings y McCollom, que ya tenía gangrena en las heridas. Además, Decker sufría de amnesia debido a una profunda herida en la cabeza. El valle, rodeado de altísimas montañas, era inaccesible por tierra, los primitivos helicópteros de la época eran inservibles, no existían condiciones para aterrizar un avión y persistía la amenaza de ataques japoneses.Así que, mientras buscaban una solución, comenzaron a dejarles caer provisiones, radios y herramientas en paracaídas. El 20 de mayo se lanzó sobre el valle un equipo especial de diez paracaidistas filipinos entrenados en operaciones tras las líneas enemigas, cuyo lema era “Cueste lo que cueste”.
Liderado por el capitán C. Earl Walter Jr., el grupo de rescate llevaba armas automáticas, pero al enfrentar a miles de guerreros, optaron por ganar su confianza, en vez de combatir. Eso permitió llegar hasta los sobrevivientes y posteriormente ir hasta los restos del Gremlin Special para enterrar los cuerpos. Los días se volvieron semanas y seguían sin encontrar una forma de salir del valle. La paciencia también se acababa y, para colmo, Yali Logo, un importante guerrero de la tribu, comenzaba a planificar el asesinato de todos los "invasores blancos".
Finalmente, un mes y medio después del accidente –basados en el plan del teniente Henry E. Palmer– se aprobó la idea de sacar tanto a los sobrevivientes como a los rescatistas usando tres planeadores de guerra, en una peligrosa e inédita maniobra.
En 1958 un equipo del ejército estadounidense regresó al valle y recogió la mayoría de los cuerpos que habían sido enterrados.
Sin embargo, la salida del valle no fue el final de la aventura. Mitchell Zuckoff, quien para su libro realizó numerosas entrevistas, revisó archivos militares desclasificados, cartas y tuvo acceso al diario de Hastings; también viajó hasta Nueva Guinea.
“Sabía que sería importante contar esta historia no solo desde la perspectiva de los sobrevivientes y los rescatistas, sino también a través de los ojos de los habitantes del valle donde esto ocurrió”, cuenta Zuckoff, quien gracias a la ayuda de un guía e intérprete se entrevistó con un hombre llamado Helenma Wandik.
“Su padre, Wimayuk Wandik, fue el primer nativo en hacer contacto con los sobrevivientes. Helenma me contó la historia desde su perspectiva y la de su padre. Él probablemente tenía 12 o 13 años en ese momento (1945), explica el autor. Antes de irme, le di una copia de una fotografía de su padre con John McCollom. Helenma no tenía fotos de su padre, así que fue un tesoro para él. A cambio, me regaló una piedra pulida negra que tengo aquí, en mi escritorio, y que es un tesoro para mí”.
Zuckoff también llegó hasta el sitio donde se estrelló el C-47. Restos del avión todavía están esparcidos por toda esa área.
Hoy el lugar se llama Valle de Baliem, ya no es un lugar aislado, y sus habitantes registran los índices más altos de pobreza y sida de Indonesia. Incluso existe un