Los principios no nacen, ni pueden ser sostenidos, sin las personas. A la vez, los principios son, potencialmente, lo más valioso o pernicioso que producen las personas. ¿Acaso Adolf Hitler y Mahatma Gandhi no eran ambos hombres de principios, principios de racismo y evolución guerrera, principios de amor y unidad universal, respectivamente? Los principios, por ser abstractos, parecen perfectos, en su correspondiente sentido, mientras las personas, por ser de carne, hueso y alma, al decir de Unamuno, son imperfectas. ¿Contradicciones? Sí, pero no. Voy a tratar de explicar esta cuestión: es difícil; pero ¡ojalá! me dé a entender. Ayúdenme.
De la sociología inglesa aprendí una distinción de gran trascendencia: el término “hipóstasis” no solo tiene forma sustantiva, como en español (hypostasis), sino también forma verbal (hypostatize), que no existe en español (“hipostatizar”). La primera significa “sujeto o persona de la Santísima Trinidad”; la segunda significa 1. “dar forma material a un concepto”, 2. “atribuir existencia”.
La forma verbal conduce a dar capacidad de acción y, eventualmente, reconocer voluntad extra (o supra)-humana a determinados entes; por ejemplo, a ciertas instituciones, en general, y algunas organizaciones, en particular, se les reconoce “personalidad” separada, e inclusive independiente, de los individuos que las forman o actúan en ellas. En estos casos, los sociólogos ingleses dicen que se “hipostatiza” esas instituciones y organizaciones; en otras palabras, que se incurre en “hipóstasis”. Otra forma de “hipóstasis” o de “hipostatizar” es la idolatría: construcción o elaboración de objetos que luego son adorados como divinidades (p. e. “El becerro de oro” de los israelitas).
Es riesgoso “hipostatizar” principios y valores de comportamiento político, igual que instituciones y organizaciones políticas, como hace mi apreciado amigo Ottón Solís, al sostener que el “el PAC no tiene líder, que el líder son las ideas y los principios éticos que nos vieron nacer” (La Nación, 12/ 11/ 11, p. 6A). El PAC sí tiene líder y líderes; y digo que, hasta la fecha, don Ottón ha sido el más importante. Él no puede ni debe abdicar de ese liderazgo, que no significa necesariamente candidatura presidencial. El liderazgo es un fenómeno creado, sostenido y manejado por hombres y mujeres de carne, hueso y alma, generado en el proceso democrático, fiel a la acción ciudadana. Pero, seamos claros, ni la democracia ni los líderes son infalibles: así, cuando la democracia falla, al líder le corresponde enderezarla; y, si el líder falla, los mecanismos democráticos lo pueden corregir.
Cuando ambos coinciden en fallar, es la mayor desgracia de los pueblos; cuando ambos aciertan, es la máxima dicha de la sociedad; cuando se “equilibran”, dinámicamente, los pueblos avanzan y, por lo menos, anidan esperanzas para un futuro mejor. No nos engañemos, un líder puede fallar, como ser humano imperfecto; fallará una y otra vez; más no debe temer el error. Con humildad y amor por su pueblo, puede pedir perdón y redimirse, cada vez que se equivoca; y así madurarán sus capacidades para servir mejor a su pueblo. Por otro lado, todo pueblo puede ser infiel a la democracia, una y otra vez; pero regresando a ella, aguijoneado por su líder, también se redimirá cada vez, madurará más y se facultará más para el desarrollo sostenible.
Necesitamos abrirnos unos a otros, con sinceridad y paciencia, para sumar energías. Al inmediatismo o el cortoplacismo, a la desconfianza y el resentimiento, al cansancio y la desilusión, debemos decir: “¡Ponte tras de mí, Satanás”. Así, todos podremos ejercer liderazgo, todos contribuiremos a la democracia, todos parti- ciparemos en la construcción de una Costa Rica mejor. ¿Quién dará ese ejemplo? ¿Quiénes darán un paso adelante en esa marcha, y otro y otro, sin cesar?