El Colegio de Periodistas (Colper) fue castrado hace casi 30 años, pero todavía le arden las heridas. Su llanto toma diferentes formas. Una de tantas queda expuesta cuando el señor Wilberth Arroyo propone que, mediante algún tipo de conjuro legislativo, se entienda el periodismo profesional como algo que hacen solo quienes se gradúan de una escuela de esa disciplina.
Sin dar argumentos, muestra disgusto por el criterio de la Corte Interamericana que eliminó la colegiatura obligatoria, y, para su conveniencia, omite decir que ese órgano estableció que “(...) el periodista profesional no es, ni puede ser, otra cosa que una persona que ha decidido ejercer la libertad de expresión de modo continuo, estable y remunerado”.
Sí, esta discusión sobre la categoría que se le otorga a un periodista es absurda, pero sigo el juego porque las razones dadas por Arroyo desnudan algo serio: una visión gremialista añeja, egoísta, temerosa, que defiende los intereses de un grupo de señores y señoras urgidos de recolectar, con una etiqueta, un poquito del poder ilegítimo que les quitaron en 1985.
Su argumento fundamental es que resulta injusto para quienes cursaron la carrera de periodismo, pues se les debe reconocer su esfuerzo. A eso, por otro lado, se le une una campaña para que los medios y el Estado contraten únicamente periodistas titulados en periodismo y, ojalá, colegiados. Así, asumen, se trae al periodismo la dignidad perdida y hasta podrían mejorar los salarios de quienes vivimos de esto.
Nótese –y acá lo grave– que en esa línea argumentativa la calidad del trabajo periodístico es lo de menos. Si el público gana con esas imposiciones, poco importa. Si realmente los medios de comunicación harán un periodismo más responsable, independiente, crítico, justo y de calidad con esas medidas, queda en segundo plano. Y lo es porque falta evidencia: nadie demuestra que en Costa Rica o cualquier lugar del mundo los licenciados en periodismo hacen un mejor trabajo que quienes no tienen ese grado académico o tienen estudios en otras disciplinas, pero eso es lo que asumen. Esa es la falsa premisa sobre la que montan toda su retórica.
Apertura. Y no es que para ser buen periodista sea innecesario estudiar o que las escuelas de periodismo no sirvan para nada. Nadie ha dicho eso. Es que el trabajo fundamental del periodista es plantear y responder preguntas de interés público utilizando métodos rigurosos, y ese oficio lo comparten muchas otras disciplinas y escuelas, no exclusivamente las de periodismo. Si un periodista fortalece ese músculo en una escuela de periodismo, excelente. Pero si alguien quiere desarrollar esa habilidad desde una escuela de informática, de políticas públicas, de leyes o de economía, para luego usar su conocimiento en un periódico, nadie morirá. Más bien, con eso las salas de redacción se enriquecen, obtienen perspectivas diferentes, frescas, se utilizan métodos apropiados de análisis, gana el público y se hace un trabajo más profesional y especializado—aunque el Colper, Arroyo y una parte del gremio lloren.
Matemos el mito de que las salas de redacción abordan problemas periodísticos sui géneris y entendamos que lidiamos diariamente con problemas sociales, al igual que los sociólogos, historiadores, antropólogos y economistas, y para entenderlos, analizarlos y explicarlos con independencia, se requiere conocimiento en los métodos utilizados por esos científicos sociales, no hay salida. Un reportero debe someterse al fuego del método científico si pretende generar conocimiento.
Así, pienso que una sala de redacción debiera ser un think tank, una unidad de inteligencia, una selección de personas altamente educadas, especializadas en diversos temas de interés social, con un sentido crítico agresivo, una creatividad excepcionales y una habilidad para convertir los datos en conocimiento e historias atractivas.
El título académico de personas con esas virtudes es lo de menos. El reto no está en estudiar periodismo, sino obtener conocimiento que nos permita abordar de mejor manera los problemas de investigación que nos planteamos como periodistas.
Las escuelas de periodismo han formado personas talentosísimas, con espíritus rebeldes, pensamiento metódico y sentido crítico envidiable (algunos han sido mis jefes, mis compañeros de redacción o me han criado). Pero también las de economía, filosofía, literatura, etc. ¿Quién pierde con el hecho de que esas mentes potentes utilicen sus métodos de investigación, planteen sus preguntas y las publiquen firmando como periodistas bajo las formas, la ética y el estilo periodístico? Únicamente quienes defienden los intereses gremiales, pues los lectores, el periodismo y la democracia ganan mucho.
Esa retórica rancia, basada en intereses de un grupito de señores y señoras egoístas, muchos sin años de poner un pie en una sala de redacción moderna, centrados en sí mismos, pero lejanos al interés ciudadano y a la modernización del periodismo, implícitamente se opone a que los periódicos abran las salas de redacción a los métodos de estudio de las ciencias sociales, a que se conviertan en equipos multidisciplinarios que aporten, con su propio análisis e investigación, soluciones e ideas nuevas a la sociedad, y rompan paradigmas absurdos, como la obsesión por los comunicados y conferencias de prensa o la recolección de opiniones de “expertos” y funcionarios estatales. No intenten imponerme su forma de entender el periodismo, y mucho menos vengan, con el respaldo de esa argumentación gremialista añeja, argollera, que pone en segundo lugar al público sediento de periodismo serio y creativo, a hablarme de ética, dignidad y profesionalismo. Importan las buenas ideas, no su título.