San Isidro de Heredia. Trabajo sobre Quesada, equipo de ftbol de tercera divisin. / Juliana Barquero (Juliana Barquero)
Rubén Villegas Vega termina su turno en la plataforma de servicios del Banco Nacional de San Pedro de Montes de Oca pasadas las 5 de la tarde y llega a su casa, en San Isidro de Heredia, cuando empieza a oscurecer. Abraza a su hijo y se sienta a hablar con su esposa, tras dejar su saco junto a la corbata, en una silla, y colocar su gafete en una repisa.
Si es martes, miércoles o jueves, Rubén se desabotona la camisa blanca y se quita el pantalón formal para ponerse uniforme deportivo. Acto seguido, saca de su armario los guantes de portero talla 10.
Y ahí sí que no tiene tiempo de comer ni de conversar gran cosa: a las 7 de la noche lo esperan sus compañeros del Deportivo Quesada para el entrenamiento.
Ya en la plaza de futbol de San Isidro, iluminada apenas por tres de las seis torres reflectoras que posee, se repite la rutina que, tres veces por semana, protagonizan estos ‘fiebres’ con edades entre los 17 y 37 años.
Entre ellos hay topógrafos, asistentes de contabilidad, trabajadores agrícolas, estudiantes, comerciantes... Pese a sus diferencias, en algo se parecen: después de trabajar de 8 a.m. a 5 p.m., todos prefieren ir a sudar la camiseta de un equipo de aficionados, que quedarse disfrutando en la quietud de sus hogares.
“Lo he hecho toda una vida y aquí seguiré hasta que las piernas me lo permitan. La verdad, es el único vicio que tengo y no puedo renunciar a él”, confiesa Villegas, quien acaba de cumplir 30 años de edad y no ve cercano su retiro de las canchas.
Las noches de San Isidro de Heredia han atestiguado cuán tenaces y esforzados son estos hombres: pese a que, año tras año, siguen en las filas del futbol aficionado, no pierden motivación ni entusiasmo.
La Asociación Deportiva Quesada es un equipo de futbol fundado hace 55 años en esta localidad herediana.
Sigue flotando precariamente en la primera división de la Liga Nacional de Futbol Aficionado (Linafa), dos pisos por debajo del Saprissa y el Alajuelense, sin que haya señales que sugieran alguna posibilidad de crecimiento.
No hay salario para alimentarse de eso; hay que buscar otro trabajo. No hay fama más que frente a los niños que
Tampoco hay –jamás– publicaciones en la prensa los lunes después de los partidos; de hecho, la mayoría no conoce a ningún periodista en persona.
En este pueblo atrincherado en las montañas al norte de la capital, un grupo de perseverantes demuestra lo que es el verdadero amor por la camisa.
Ninguno come del futbol, pero todos viven de él.
Doscientos metros al norte de la iglesia de San Isidro, en un edificio gris, funciona la casa club de la Asociación Deportiva Quesada, según reza un letrero.
Bajo el nombre del equipo, destaca su lema: “La ayuda a un deportista hoy será un riesgo menos en la sociedad mañana”.
Las instalaciones no son nada lujosas: una pequeña área común en la primera planta, con tres mesas de ping-pong donadas por el Comité de Deportes; dos baños que aspiran a vestidores y una cocina con lo básico. En el segundo piso, el sector previsto para hacer pesas cuenta con un par de máquinas y, al fondo, se ven dos pequeñas bodegas.
Para ser la casa club del equipo, parece faltar algo, pero quizá es una omisión intencional: no hay vitrina para los trofeos.
Una semana antes de la celebración de su 55.° aniversario, a mediados de julio, el grueso de los jugadores se reunieron para acicalar su local para el festejo.
A la entrada, se divisa a un hombre con delantal de ebanista, subido en una escalera, arreglando láminas del cielorraso.
–Buenas, ¿conoce usted al presidente del club?
Su mano áspera se extiende para responder con tono amable.
–Héctor Ramírez Azofeifa, ¿cómo le va?
Es un tipo bonachón, que muerde con alegría el borde lejano de los 50 años y lleva 35 como socio del club.
“Mi idea para este año es ascender el equipo. Es hora de dar el salto del futbol aficionado”, sostiene con seguridad.
Ramírez fue el gestor de la histórica –y única– hazaña del club: hacer campeón provincial (por Heredia) al equipo juvenil de Quesada en 1981, y alcanzar luego el cuarto puesto a nivel nacional.
Treinta años después de aquella heroica gesta, él sueña entusiasmado con la segunda división, y habla del potencial que ve en el equipo este año.
Con más amargura, se detiene a mencionar las eternas limitaciones que enfrentan: falta presupuesto para construir una estructura y manos dispuestas a trabajar sin paga.
Solo en la inscripción para el próximo torneo de Linafa se gastan casi ¢250.000 y, durante la temporada regular, los gastos mensuales ascienden a ¢500.000.
El equipo debe pagar el alquiler del estadio de Concepción de San Isidro para jugar los partidos, las luces para entrenar de noche en la cancha del pueblo, el simbólico salario del cuerpo técnico, las bebidas para los entrenamientos, la lavada de los uniformes y otros gastos.
A falta de presupuesto que atraiga a gente nueva a llenar espacios en el club, directivos y jugadores no tienen más remedio que multiplicarse.
“Yo me traigo a un muchacho de mi taller a arreglar cosas para que no se vea fea la casa club.
Aquí todo es ad honórem, más bien hay que poner”, explica Ramírez, dueño de un taller de ebanistería a dos minutos del centro de San Isidro.
Llega al local un camión que transporta una nevera para la celebración y Ramírez comenta, con toda naturalidad, que el conductor también es parte de la junta directiva.
Los ‘operarios’ responsables de bajar la carga son miembros del equipo. Aquí todos juegan en varias posiciones, unas adentro y otras fuera de la cancha.
David Solís Salas es uno de los cuatro que baja la refrigeradora del camión y la deja en la cocina, lista para ser usada el fin de semana. Al terminar la labor de descarga en la casa club, regresa a la finca familiar.
Los domingos ocupa la posición de defensa central con la camisa morada del Quesada, pero de lunes a sábado, le toca calzar botas de hule y colgarse el machete al costado para hacerse cargo, junto a un tío, del ganado que pasta en su propiedad.
Esta doble identidad es la constante en los jugadores, el cuerpo técnico y el personal administrativo: son trabajadores anónimos de día y tenaces ‘fiebres’ de futbol por las noches.
Es de noche en San Isidro de Heredia y 15 minutos antes de empezar el entrenamiento, la plaza está llena de niños que corren tras una bola.
Conforme se acercan las 7 p.m., los jugadores se van congregando en el costado este de la plaza. Algunos bajan del bus, otros dejan la bicicleta junto a un poyo y los menos guardan las llaves del carro en el maletín de deportes.
Todavía visten de civiles y esperan las camisas amarillas que el equipo les presta para entrenar; así lavan menos en casa.
Para quienes necesitan, también hay diez pares de tacos disponibles. Unas veces el entrenamiento empieza con 20 muchachos; otras, con menos de 10. Uno de los más fieles es Melvin Parkinson, quien trabaja como vendedor de celulares en una tienda contiguo al ICE en Heredia.
A sus 31 años, es uno de los jugadores que el Quesada heredó luego de desmantelarse su archirrival, el Tournón. Parkinson lleva ya seis años de vestir la camisa amarilla en las prácticas.
En el centro de la plaza, camina un hombre bajo y compacto; cruza las manos en la espalda y viste sudadera y zapatillas deportivas. Su nombre es Pedro Chacón Fonseca y, desde hace varios años, recibió el titánico encargo de llevar a mejor puerto el futbol del Quesada.
“Este es un torneo largo y desgastante. Si alguno de ustedes siente que no va a poder entrenar tres veces por semana y reservar los domingos, mejor se va ahora y así seguimos todos siendo amigos”, sentencia el entrenador ante las 14 caras que lo miran con atención.
Chacón es un amante del futbol colectivo, de la liga inglesa y de los equipos que no dependen de figuras individuales. Calza a la perfección en un cuadro donde el trabajo grupal es la mejor arma.
Habla pausado, pero cuando se cuadra frente a sus pupilos, todas las miradas van hacia él. Durante el día, trabaja como profesor de educación física en un colegio privado de Heredia, y en las noches se transforma para intentar mantener unido el proyecto deportivo de Quesada.
Chacón es una de las dos personas, las únicas dos, que reciben salario en el equipo. El otro es el preparador físico, Randall Alvarado, quien también se desempeña como profesor en un colegio de Alajuela y lleva un par de meses con el equipo.
La dinámica del entrenamiento es sencilla: la primera hora es de acondicionamiento físico, a cargo de Alvarado, y después Chacón toma la batuta.
Si la noche es lluviosa, y eso es frecuente en San Isidro de Heredia, la cancha se llena de charcos y no permite que ruede bien el balón. Entonces, el grupo se traslada a la casa club y Alvarado planifica una sesión de pesas.
“Lo que más me gusta del Quesada es que parece una familia. Usted escucha a los de la junta directiva decir que hay que apoyar a este o aquel muchacho. No hay pasión por el lucro o el dinero, solo amor por el deporte”, asevera Chacón.
Como es imaginable en un equipo que no ha perdido la pasión ni la tenacidad pese a la ausencia de mayores triunfos, las anécdotas abundan.
A principios del 2009, varios integrantes del equipo esperaban el inicio del entrenamiento cuando se vieron en medio de un operativo antidrogas del Organismo de Investigación Judicial.
“De pronto, salieron policías de todo lado y nos dijeron que nos tiráramos al piso. Yo me sentía como en el cine o en una serie de detectives”, recuerda Randall Chacón , quien cumple el rol de coordinador deportivo.
Durante una hora, estuvieron en la acera, boca abajo y esperando a que finalizara la acción de la veintena de oficiales. Todavía recuerdan que uno de los jugadores no pudo ni apagar el radio del carro por lo que la acción policial se dio en medio de gran “bullón”.
“Este equipo se hizo para prevenir vicios como este. Por eso, no nos molestó colaborar con la policía. El que nada debe, nada teme”, comenta Randall Chacón.
Fechas importantes en San Isidro de Heredia son la construcción de la iglesia en 1898, la apertura de la escuela José Martí en 1928, y la fundación de la Asociación Deportiva Quesada en 1956.
En sus orígenes, quedó escrito el nombre de un sacerdote que fue designado párroco a mediados de la década de 1950: Óscar Guillermo Quesada Chaverri.
Al encontrarse el cura con una plaza de deportes mal cuidada y varias docenas de chiquillos mejengueros, decidió hacer algo.
“El padre organizó a los jóvenes para arreglar la cancha, incluso se metió con ellos a
Desde entonces, la vida del Deportivo Quesada se escribe con la misma tinta que la de San Isidro. La consigna es simple: apoyar a Quesada aunque, en toda su historia, lo más lejos que ha llegado ha sido a octavos de final, hace varios años.
“A nivel del futbol aficionado, se compite entre pueblos y no entre equipos”, sentencia el presidente, Héctor Ramírez. Los mismos habitantes del cantón han asumido estoicamente el financiamiento del equipo, casi como si fuera un deber patriótico.
Quesada no cuenta con patrocinadores, aunque por años ha buscado convenios con empresas de la zona. “Aquí nos ayuda el Comité Cantonal de Deportes con árbitros y canchas, pero lo demás nos toca sacarlo a como podamos”, explica Héctor Ramírez.
El empuje definitivo lo dan más de 50 socios activos que, mes con mes, pagan su cuota de ¢1.000 al equipo. Misael Ramírez, quien todavía paga, recuerda que, cuando se fundó el club, la mensualidad era de ¢0,50.
El corazón geográfico del equipo es el mismo que el del pueblo: la plaza de futbol y las viviendas de la mayoría de sus integrantes están a escasos cinco minutos de ahí.
Por las listas oficiales del Quesada han pasado más de mil nombres y, en algún momento de su historia, casi todas las familias de San Isidro han estado vinculadas de algún modo al club.
En la última de nuestras visitas, faltaban 22 días para el inicio del campeonato de Linafa, y los muchachos de Quesada se estaban cambiando en el camerino del estadio de Concepción de San Isidro, la sede oficial que usan para el torneo.
Sin embargo, durante la pretemporada no disponen de la cancha, lo cual los obliga a aceptar cualquier reto que les permita familiarizarse con el terreno. En esta ocasión, es un cuadro sub-17 de una liga juvenil de Concepción.
La mayoría están a tiempo a las 7:30 p.m., hora en que fueron citados. Los tres o cuatro que van llegando después, son objeto de chotas de los compañeros y a David Solís, que arriba al estadio de último, lo encara el entrenador.
“Hoy tenemos dos objetivos: dar espacio a los que casi no han jugado y tener la pelota. Véanlo como un entrenamiento de pases”, explica Pedro Chacón a sus pupilos.
Las fatalidades persiguen al equipo hasta el camerino, minutos antes del encuentro. De entre el bullicio y la algarabía se alza una voz: “
Pedro convoca a los muchachos y resuelve el problema al anunciar la alineación. Aplausos para cada nombre y, terminada la mención de los 11 titulares. Quienes no fueron llamados para jugar en los primeros 45 minutos deben entregar su camisa.
Durante el encuentro, la banca es una alegría, el equipo se ve ordenado y los jugadores que están de prueba dan la talla.
“Yo creo que este año sí tenemos una oportunidad real de llegar lejos”, opina, durante el medio tiempo, Melvin Parkinson, que lleva la banda de capitán durante los partidos.
Para el medio tiempo ya llegó Randall con un juego de camisas completo. Los que continúan en la segunda mitad se cambian la morada por la roja y en la banca queda un popurrí de colores.
Alguno revienta el balón más allá de la cerca natural que bordea el estadio y Randall Chacón, quien además hace de
El encuentro termina y siguen las risas y las burlas por las jugadas que no se concretaron y porque Rubén Villegas tuvo una noche sin angustias: no le llegó una sola bola a su marco.
El jolgorio va perdiéndose conforme entran al camerino de visita del estadio. Mientras, varios niños de siete años, ya saltaron al campo para aprovechar los marcos abiertos y las bolas que quedaron sobre el terreno.
Chacón se queda callado unos segundos, mirando a los chiquillos patear la bola bajo la lluvia y no puede contener la sonrisa: “¿Qué será lo que tiene el futbol que le gusta a tanta gente?”.
Adentro del camerino, todavía suenan los ecos apagados de los hombres que hasta hace poco sudaban en la cancha.
El día siguiente es jueves y tocará madrugar y vestirse otra vez de estudiantes, oficinistas, comerciantes, contadores o ganaderos. En la noche, podrán revelar de nuevo su otra identidad.