Hubo quienes imaginaron a los panameños sentados, jugando tranquilamente dominó o disfrutando de una pelea de boxeo o un juego de beisbol por radio o televisión.
Les resultaba imposible concebir que Panamá pudiera hacerse cargo de la administración del Canal, simplemente porque eran latinoamericanos.
Tan magnífica obra de ingeniería era demasiado para una nación pequeña, estereotipada como una banana republic , donde unos “nativos” soñaban y demandaban unos tratados justos que contemplaran la entrega de la vía interoceánica.
El prejuicio jugó un papel muy relevante en la discusión, en el Senado estadounidense, de los Tratados Torrijos-Carter, suscritos en setiembre de 1977 y que debían tener la ratificación de la Cámara Alta para su entrada en vigencia.
Era 1978, y el debate se seguía con gran interés en América Latina, toda vez que la suerte de esos documentos dependía de lo que los senadores decidieran y había mucha reticencia de los sectores más conservadores en Estados Unidos de que el Canal, en algún momento, pasara a manos de Panamá.
Finalmente, primó la racionalidad y se estableció una nueva relación, más justa y respetuosa, entre ambos países.
Desde 1999, el Canal lo manejan los panameños, y nada de aquellos temores se cumplió. Las autoridades y trabajadores demostraron que eran capaces de hacerse cargo, con eficiencia, del estratégico paso, y allí paz y después gloria.
Esa capacidad ha ido más allá. También supieron vislumbrar el paso del tiempo y, ante las necesidades de un comercio mundial de mayor volumen, que requiere barcos que hoy no pueden transitar a través del territorio ístmico, Panamá puso manos a la obra y se trabaja en la ampliación para adecuarlo a la realidad del siglo XXI.
Así, cuando el Canal cumpla el centenario, en el 2014, estará casi listo para mostrarse al mundo como un viejo experimentado y rejuvenecido.
El país vecino demostró que tenía capacidad para aprender a administrar muy bien y también para reinventar una grandiosa obra de ingeniería, de manera que el correr de los años no la volviera pieza de museo.
Panamá prueba también que la lucha por su canal era justa y que hacerse cargo de él no era una misión imposible.