El escultor Jacob Epstein nació en 1880. Pablo Picasso nació en 1881. Tanta proximidad de fechas natalicias proporciona una demostración más de una de las tesis favoritas de mi Ciencia de la Cultura: la de la insignificancia de las relaciones cronológicas frente a las relaciones culturales.
Al igual que Juan Jacobo Rousseau representa una posición contraria radicalmente a la de su contemporáneo Voltaire, Epstein –al cual, para llamarlo algo, llamaremos “expresionista”– se colocó en seguida en el polo opuesto al de Picasso: el primero, con una sustancia tanto mas ochocentista cuanto que se pretendía revolucionaria; el segundo, con otra que ha debido esperar cincuenta años para inspirarse, aun más que en el siglo XX, en el XXI; o, lo que es lo mismo –en los dibujos picassianos se ve claramente–, en los siglos del Renacimiento.
El pintor Picasso tiene, sí, su cómplice cultural en la escultura. Tiene a nuestro Gargallo, tan clásico y tan actual en la escultura, que una de sus obras, El profeta , ha podido servir de cubierta simbólicamente representativa a una obra dedicada a caracterizar la producción artística de hoy.
Gargallo fue muy desigual. Tiene aciertos tan grandes, como el de El profeta y errores tan supinos –o, peor, groseros– como el del busto del actor Fontova. Gargallo retrató a Fontova, y Epstein, que les gustó inmediatamente a los ingleses, al duque de Marlborough. Epstein también ha retratado al rey de Abisinia, a Bernard Shaw, a Joseph Conrad y a Albert Einstein. Asimismo se atrevió con Jesús.
Lo que llevaba a Epstein en la expresada coyuntura era un gran ímpetu de publicidad. Esto sí que es incompatible con la pureza lineal del Renacimiento. Cualquier figura, concebida con espíritu de reclamo, ha de resultar turbia. Lo turbio de las representaciones del escultor es la característica de un espíritu ajeno a las ideas claras.
Hace ya bastante tiempo que no se oye hablar de Epstein. La originalidad de Moore le ha arrebatado lo que Dante llamaba “il grido”, hablando de la sucesión entre Cimabue y Giotto. El grito de Moore se caracteriza precisamente por no ser un grito, por ser una expresión sumergida en las expresiones de un mundo alado. Moore es muy lógico. El que no sea vertebrado, que se contente con la geología.
Foto: Manos de Jesús crucificado, de Jacob Epstein.