De la edición impresa de
The Economist
30 de setiembre del 2010
© The Economist Newspaper
La gente pobre –los indigentes, los enfermos y los desnutridos de “los mil millones del fondo”– viven en países pobres. Esa ha sido la presunción operativa central de las actividades de ayuda durante más de una década.
La tesis era cierta en 1990, cuando más del 90% de los pobres del mundo vivían en los lugares más pobres del orbe, pero parece desfasada ahora.
Andy Sumner, del Instituto de Estudios del Desarrollo de Gran Bretaña, considera que casi tres cuartas partes de los aproximadamente 1.300 millones de personas que subsisten por debajo de la línea de pobreza de $1,25 al día viven ahora en países con ingresos medios. Solamente la cuarta parte vive en los estados más pobres (la mayoría en África).
Este cambio refleja el éxito de los países en vías de desarrollo para escapar de la miseria. En 1998, el Banco Mundial clasificó a 61 países (de 203) como de ingresos bajos (ingresos anuales per cápita de menos de $760, en dinero de aquella época).
En el 2009, el número se redujo a 39 de 220. India, Pakistán, Indonesia y Nigeria se pasaron todos al estatus de ingresos medios en ese período (China había pasado el umbral con anterioridad). Pero aún excluyendo a China e India, la cuota de pobreza global que corresponde a otros países de ingresos medios se triplicó entre 1990 y el 2008, para alcanzar el 22%.
Otras cifras apoyan lo que Sumner descubrió. De los niños más pequeños de lo normal (un buen indicador de desnutrición), el 70% viven en países con ingresos medios.
En cierto sentido, difícilmente tiene importancia para un indigente nigeriano o hindú el hecho de que su país haya sido reclasificado por un distante banco de desarrollo. Pero provoca difíciles cuestionamientos si la ayuda exterior debe ser para la gente pobre o para los países pobres. Gran Bretaña, por ejemplo, tiene una regla de que el 90% de la ayuda se supone que está destinada a los países más pobres. Las instituciones de ayuda caritativa apoyan con fortaleza ese enfoque. El resultado, conforme escasea el dinero de los contribuyentes, es que los donantes han consignado programas en países de ingresos medios a una “hoguera”, dice Alex Evans, quien solía ser asesor del Departamento para el Desarrollo Internacional de Gran Bretaña. Sin embargo, estos son países donde vive la vasta mayoría de los pobres.
El 29 de setiembre, Bob Zoellick, del Banco Mundial, pidió un profundo “cambio en la forma en que conducimos la investigación para el desarrollo”.
El presidente Barack Obama quiere un replanteamiento del confuso programa de ayuda de los Estados Unidos. Los datos de Sumner hacen que eso parezca algo que se debió hacer hace mucho tiempo.
La pobreza, dice, puede estar pasando de ser un problema de distribución internacional a uno nacional.
La mayoría de los países de ingresos medios, a través de programas nacionales de transferencias condicionadas de dinero –tal como la Bolsa Familia de Brasil– han resultado mejores para ayudar a su propia gente que cualquier otra cosa inventada y financiada por la industria internacional de la ayuda. Dar es fácil, pensar puede ser mucho más difícil.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación