WANTED: DEAD OR ALIVE, Steve McQueen, 1958-61
Nació un día que Dios estaba de vacaciones. El padre lo abandonó sin conocerlo y la madre lo dejó tirado en la granja de los abuelos, Victor y Lilliam. Era carne de presidio, pero había algo en sus ojos de perro apaleado que le hacía creer a la gente que era buena persona.
Terrence Steve McQueen fue el epítome del sueño americano; se levantó de su propia desgracia y labró una carrera en el cine; fue considerado el rey del estilo, porque tenía algo que no se compra en el súper del chino: clase.
Era un “malamansado”, en sus entrañas rumiaba un odio visceral contra las reglas. Escaldaba a los demás con aquellos ojos azul acero; era voluble, amable en un momento y maligno en el otro; tenía un retorcido sentido del humor y era admirado por los hombres y amado por las mujeres.
Él, junto con Marlon Brando, James Garner y James Coburn definieron durante décadas al macho estadounidense: fuertes, resistentes, rudos, inflexibles.
Antihéroe por naturaleza, libró una guerra personal con Hollywood empeñado en sujetarlo en papeles de vaquero chovinista, limitando su capacidad actoral a películas de acción. Steve McQueen fue de los raros casos de un actor de televisión que pasó al cine con éxito, cuando lo usual es que suceda al revés y mal.
El trampolín que lo lanzó al estrellato fue la serie
Tras ese pastiche filmó
“Si le caías bien, le caías bien; no escondía lo que pensaba de uno. Era lo más sincero que se puede ser” , recordó Don Gordon, amigo de Steve. Esto a propósito de la animadversión que sintió McQueen hacia Yul Brynner, estrella de esa película. Algo más marcado sentía por Paul Newman, a quien conoció cuando estudiaron en el Actor’s Studio. Consideraba a Newman como un niño rico, a quien nada le había costado, sentenció Miguel Payán en
El canal TCM produjo un documental sobre este pícaro al que todos querían imitar, donde hace un repaso por su tortuosa infancia, la carrera fílmica, su pasión por la velocidad y sus mujeres, gracias a docenas de testimonios de quienes lo conocieron y trataron de comprender.
Entre 1974 y el 2010 fueron escritos casi 30 libros sobre el actor, algunos con su colaboración, otros con ayuda de su primera esposa Neile Adams; otros son de fotografías o sobre sus autos, motos, filmes, carteles y objetos de culto.
“Mi madre no me quería y no tuve padre. Supongo que no valía lo suficiente”. Con esa amargura y dolor recordaba Steve su infancia, transcurrida en la granja de sus abuelos en Missouri –donde su adolescente madre lo había dejado a los pocos meses de nacido–.
Julia parió a Steve el 24 de marzo de 1930, en el pueblito de Beech Groove –Indiana–; seis meses antes su marido William la había abandonado porque era marino mercante y le recordó a Neruda: “los marineros besan y se van, dejan una promesa, no vuelven nunca más.”
La apacible vida del niño, primero con sus abuelos y más tarde con su idolatrado tío Claude, acabó cuando la madre regresó y reclamó al retoño. Ahí empezaron los problemas. Julia era adicta al alcohol y cambiaba con frecuencia de pareja, por lo que el niño pasaba en la calle y pronto se convirtió en un pandillero juvenil: a los nueve años ya era un habitué de la cárcel local y unos años después se marchó de la casa con un circo.
El rebelde estuvo dos años en un reformatorio, La República de los niños, viajó en un barco petrolero, fue leñador, camarero y estibador y –antes de terminar en San Quintín– se enroló en el ejército donde aprendió el oficio de mecánico, que lo llevó al único amor en su vida: las motos y los carros. A pesar de que era disléxico y medio sordo cumplió en la milicia, donde continuas estadías en el calabozo le granjearon buena fama de taciturno, fatalista, solitario y con un humor negro impagable.
Pennina Spiegel, en
Recién salido de la marina, a los 22 años, aprovechó una beca para estudiar en el Actor’s Studio; de dos mil aspirantes solo él y Martin Landau lograron un cupo. Ahí perfeccionó su talento de la mano de Uta Hagen y Herbert Berghof, hasta que debutó en Broadway en la obra teatral
Después vinieron las películas en un arco de casi 28 años, en los cuales fue candidato al Óscar por
En plena gloria Steve afirmó: “A veces me despierto por la mañana y no me creo que sea una estrella de cine. Me gusta ir con mis amigos a beber una cervezas”.
Para sus amigos, el galán vivía con la idea de que en cualquier momento podía perderlo todo y estaba siempre a la defensiva, creía que todo el mundo le mentía.
Tenía manías particulares. Su amigo Gordon comentó: “Solía cambiar de número cada semana y era muy difícil de localizar; llegaba a mi casa y contaba una historia rara de que se había metido en una pelea y pensaba que había matado a un tipo”. Susan Pleshete, quien trabajó con Steve en el western
En su vida sentimental era igual de complicado. Entre 1956 y 1972 estuvo casado con Neile Adams, a quien le debía la transformación en un gran actor, porque le quitó la ropa de vaquero para convertirlo en un hombre refinado.
Con ella intentó encontrar al padre ausente. “Solo quería decirle la mierda de persona que era, pero cuando lo encontramos ya estaba muerto. Lamentablemente nunca pudieron conocerse” explicó Adams.
Neile lo recordó, en el documental de TCM, como un padre generoso, loco por sus hijos Terry y Chad. Al menor le enseñó a manejar moto y cada domingo “íbamos a una pista, en algún lugar de California, para hacer carreras y solía decirme: la vida no es justa, amigo”, rememoró Chad.
El matrimonio con Adams colapsó en 1972, sobre todo por el romance que sostuvo con Ali McGraw, su coestrella en
Era una relación insólita. Ella era refinada, culta, preparada. Steve era campechano, duro, ignorante. Los periodistas hicieron fiesta y sobrevolaban el
El idilio solo duró cinco años porque, según Katherine Haber, amiga del actor, este quería que Ali “dejara el trabajo, estuviera descalza en la casa, embarazada y en la cocina”. Por eso discutían.
Conoció a su tercera esposa, la modelo Barbara Minty, por un anuncio turístico de Las Bahamas. La entrevistó para que fuera su novia india en una película, salieron a cenar y se fueron de viaje.
Ya estaba enfermo de los pulmones. Tenía que usar bastón para subir las gradas de su casa en la playa y por recomendación médica se fue al campo, a criar caballos y sembrar árboles.
Por unos meses vivieron en un establo, donde Steve tenía aviones, carros, motos, era como el cuarto de juegos de un niño de siete años. Ahí tenía sus Porsche, Ferrari y Jaguar. Nunca pudo tener el legendario Ford Mustang GT 390 que manejó en Bullit.
El macho imperturbable, que tuvo de entrenador a Bruce Lee y Jeet Kune Do y resolvía sus diferencias a puñetazos o pistoletazos, se aferró a la vida y a una fe tardía en Dios. “Lo que quiero hacer es empezar a vivir otra vez e intentar de alguna manera cambiar la vida de algunas personas con lo que ahora sé del Señor”, mascullaba en medio de su dolor.
Tenía una faceta caritativa poco conocida. En Navidad visitaba el reformatorio donde pasó su juventud y les llevaba juguetes y dinero a los muchachos. Frecuentaba hospitales infantiles y donó, según dicen, $50 mil para lo damnificados del terremoto de Nicaragua, en 1972.
Los médicos le diagnosticaron mesotelioma, una especie de cáncer de pulmón, que al parecer contrajo por usar los trajes revestidos de asbesto de los pilotos de carreras, aunque otros afirman que fue por los periodos de aislamiento a que lo sometieron en el ejército.
Murió, a los 50 años, el 7 de noviembre de 1980. Fue considerado en su momento el mejor actor del mundo, además del mejor pagado.
“Correr es vida. Lo que sucede antes y después es solo una espera” dijo Steve en la película