La procesión iba por dentro. Un silencio, un grito callado, una noche insomne, así fue la vida de Margaux Hemingway, una
Una amiga, Judy Stabile, preocupada por su ausencia, la encontró tendida sobre la cama de su apartamento en Los Angeles, California. Tenía varios días de muerta; el sofocante calor del verano descompuso el cuerpo y, para identificarlo, fue necesario un examen de la dentadura.
Murió a los 41 años. La mitad de su vida la pasó luchando en vano contra el alcoholismo, la dependencia a los fármacos, las depresiones, los fracasos amorosos, los celos y la bulimia.
De la noche a la mañana la oruga se convirtió en mariposa. Gracias a un spot de la firma Fabergé voló hacia el éxito en el resbaladizo universo del modelaje, la publicidad y el cine.
A los 19 años, en 1975, Margaux fue la portada de
Su cara iluminó las portadas de
Las luces de Nueva de York la cegaron; pronto fue una cara conocida en la decadente discoteca Studio 54 junto con luminarias como Liza Minnelli, Bianca Jagger, Andy Warhol, la andrógina musa de la cultura gay Grace Jones y Roy Halston, célebre sombrerero y modisto. Ellos fueron los que le abrieron el camino del alcohol y las drogas.
Del modelaje saltó al cine y en 1976 filmó
De poco le valía la belleza y la fortuna para luchar contra el alcoholismo, agravado por la epilepsia y un grave accidente de esquí, que la obligó a consumir medicamentos para atenuar el dolor.
En una entrevista para la televisión dijo: “Yo creo en la lucha contra los obstáculos. En eso consiste la vida, hay que echarle corazón y seguir adelante.”
El apellido Hemingway la sofocó. Su abuelo Ernest, Premio Nobel de Literatura, era un bebedor contumaz y padecía de fuertes depresiones que intentó controlar con electrochoques; todo fue inútil porque se pegó un tiro en la cabeza. Lo mismo había hecho antes su padre y más tarde sus dos hermanos.
Puck, la madre, y Jack Hemingway –hijo mayor del escritor– estaban tan borrachos cuando la concibieron que la llamaron Margot, en honor al vino que libaban esa noche: Chateaux Margaux.
Pasó su niñez en una granja familiar en Idaho, con sus hermanas Mariel y Joan. Con dificultad estudió porque padecía de dislexia y convulsiones; eso le impidió leer los libros de su afamado abuelo y aprenderse los guiones de las películas.
La fama y los aplausos le llegaron pronto, gracias a su guía y amigo Zachary Selig, quien le montó un plan de relaciones públicas e imagen hasta convertirla en una celebridad planetaria. El la vinculó con la meditación y la relajación oriental, en un afán por librarla de sus depresiones y trastornos mentales.
Ya el destino la tenía marcada. Con 19 años se casó con Errol Wetson, “el rey de las hamburguesas”, y se instaló en Nueva York, en el departamento que Selig usaba para sus fiestas privadas. Ahí conoció a Marian Mcevoy, editora de la revista
En ese entonces tenía recaídas depresivas, pero eso no le impidió que se casara, en 1979, con el millonario venezolano de origen francés Fauchier Bernard. Vivieron en París y en 1987 se divorciaron. Un año después tuvo un severo accidente de esquí que le paralizó la carrera y la engordó a 90 kilos. Para enfrentar la bulimia acudió al alcohol y dos años más tarde se internó un mes en el Centro Betty Ford, para desintoxicarse.
Siguió dando tumbos, intentó relanzar su carrera en el cine con filmes de pésima calidad, posó desnuda para
Las cosas se complicaron mucho porque acusó a su padrino de acoso en la niñez y partió lanzas con su familia. Su madrastra Angela afirmó a la revista
Abrumada por las deudas, pero dispuesta a dar siempre la pelea, consiguió un empleo como narradora, en una serie televisiva de programas marinos en el Discovery Channel.
El 1 de julio de 1996, en el 35 aniversario del suicidio de su abuelo, Margaux Hemingway no resistió más y se tomó una enorme cantidad de tranquilizantes: nunca más despertó.