¿Quién dijo que las rubias son tontas? Zsa Zsa Gabor es una eximia matemática que resolvió la ecuación para salir de pobre: dejar a los hombres como términos variables y sustituir las incógnitas por quilates. Ella partía de un axioma: “Nunca odiar tanto a un hombre como para devolverle sus diamantes.”
Hoy, a los 94 años y muriéndose a pedazos, posee la marca mundial de maridos y divorcios; nueve por un lado y ocho por el otro. Solo Elizabeth Taylor estuvo a una nariz de alcanzarla.
La diva vive a plazos con su noveno consorte, el príncipe alemán Frederick Prinz von Anhalt, un aristócrata venido a menos que tuvo la bíblica idea de engendrar un hijo con la actriz, ella nonagenaria y el casi setentón. ¡Fruslerías para la ciencia! Solo se necesitan un espermatozoide de von Anhalt, un óvulo prestado, un vientre alquilado, $100 mil y cuatro toneladas de buena suerte.
Superadas esas minucias técnicas queda en entredicho la puntería del galán, quien el año pasado confundió el esmalte de uñas de su mujer con gotas para los ojos y se lo aplicó. Pasó varios meses tuerto y con un parche.
Frederick es un padrote teórico, quien hace varios años tuvo la desfachatez de reclamar la paternidad de la hija de Anna Nicole Smith, malograda conejita de Playboy.
Gabor solo tiene una hija, Francesca, nacida de su segundo matrimonio con el hotelero Conrad Hilton; la misma que Zsa Zsa demandó por estafa: supuestamente Francesca –para más señas tía abuela de Paris Hilton– pidió un préstamo de $2 millones sobre la mansión de su madre en el exclusivo Bel Air de Los Ángeles. La estrella perdió el juicio porque no acudió a la audiencia, ya que ese mismo día la hospitalizaron, pero la jueza no quiso oír razones.
De poco le valieron la belleza y el dinero a la actriz para salir avante en sus líos judiciales. Hace más de una década manoteó a un policía de Beverly Hills, quien osó detenerla por conducir su Rolls Royce con la matrícula vencida. El juez la encontró culpable y le impuso 72 horas de cárcel y 120 de servicio comunitario en un refugio para mujeres.
La
Sári Gábor –señorita Hungría en 1936– nació con una cuchara de oro en la boca. Arribó a Estados Unidos en 1941 y alcanzó notoriedad –al margen de sus 30 películas– por el buen gusto por las joyas; el marcado acento húngaro y sus frases impagables.
“Yo elijo los hombres; no dejo que los hombres me elijan a mí”. Con ese grito guerrero entró a saco entre las huestes enemigas y cortó nueve cabelleras, más uno que otro entremés como Porfirio Rubirosa, el gigoló dominicano de los 50’.
Acicateadas por su madre, Janka Tilleman, Zsa Zsa y sus dos hermanas, Magda y Eva, vivieron para pescar buenos partidos; por algo la actriz sentenció: “Creo en las familias numerosas, toda mujer debería tener al menos tres maridos”.
Paseó su deslumbrante belleza por el Hollywood de los años 50 donde filmó al alero de grandes directores: Orson Welles, Vincente Minnelli y John Huston. Con este último hizo
Sus matrimonios, romances, la volcánica vida social y una fuerte personalidad marcaron su trayectoria artística. Casarse y descasarse nunca fue problema: “Debo ser una buena ama de casa, porque cuando me divorcio, siempre me quedo con la casa.”
En 1937 se casó con Burhan Belge, director de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de Turquía, con el que viajó a Estados Unidos antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años después lo mandó a freír churros para unirse con el magnate hotelero Conrad Hilton.
El siguiente platillo del menú fue el actor George Sanders, que dejó a su esposa Susan Larson por la Gabor, quien lo primero que miraba en otra mujer era “a su marido”. Al cabo de cinco años Sanders abandonó a la rubia por su hermana Magda, lo cual confirmaría la frase de Gabor: “Solo conoces a un hombre hasta que te has divorciado de él.”
Este vivió un año con la cuñada, escribió una biografía titulada
La actriz se dio un respiro de ocho años, aunque entrenó con Rubirosa al cual despreció por considerar que el vividor caribeño no reunía los requisitos para ser su marido, aunque según ella fue “el único hombre que la satisfizo en la cama, porque su profesión era hacer el amor”. El despechado le atizó un pescozón y le dejó el ojo negro, según relata Isabel Wall en el libro
En 1962 despertaría con hambre y lazó a Herbert Hutner, un petrolero y financista. Este apenas aguantó media docena de años. Seis meses antes conoció a Joshua Cosden Jr., que la conquistó con un anillo de zafiros y diamantes. Le dio calabazas a Hutner y se casó con Cosde,n pero solo duró 12 meses porque “un hombre enamorado está incompleto hasta que está casado; entonces, está acabado.”
Pasó el tiempo y reincidió con Jack Ryan. Este marido fue más que una simple estadística conyugal. Ryan era un ingeniero electrónico graduado de Yale; inventó sistemas antimisiles y fue el precursor de los transistores, pero más famoso aún por diseñar la muñeca Barbie, ideada por Ruth Handler.
En el libro de Jerry Oppenheimer
Se divorció y tres días después se casó con Michael O’Hara porque “cuando un hombre se echa atrás, retrocede de verdad. Una mujer solo lo hace para tomar impulso.” O’Hara era abogado y productor; pero muy celoso, a pesar de ello duró hasta 1982.
Mientras, inventó casarse con el conde Felipe de Alba, en un yate cerca de Puerto Vallarta; la boda fue anulada por que no se realizó en aguas internacionales y aún estaba casada con O’Hara. No siguió con Felipe porque “era un aburrido, y ella una actriz muy ocupada.”
La carrera de relevos matrimoniales acabó con Frederik, con quien se casó en 1986 en una ceremonia que su madre, Janka, y su hermana Eva intentaron boicotear. Ya llevan 25 años juntos; tal vez encontró lo que buscaba “Un hombre que sea amable y comprensivo. ¿Es mucho pedirle a un millonario.?”
El príncipe teutón tiene ideas muy singulares sobre el futuro post-mortem de Gabor, como contratar al
El proceso consta de cuatro fases. La primera es inyectarle al cuerpo líquidos preservantes a través de la arteria femoral; sigue deshidratar todos los órganos con alcoholes de 70 y 80 grados. En la tercera fase se le inyectan polímeros como silicona o caucho, previamente teñidos, para dar el aspecto juvenil y “plastificado” al cadáver. El retoque final es colocar pestañas postizas, peluca, perfumarlo, moldear defectos, quitar arrugas y dejar a Zsa Zsa como nueva, solo que muerta.
Gabor está grave. Tal vez se cumpla la profecía de Hollywood según la cual las actrices mueren de tres en tres; ya pasaron por el aro Jean Harlow y Elizabeth Taylor en marzo; solo queda ella.
La administración pública, erróneamente, la dio por muerta en el 2010 y le canceló su pensión de jubilación.
Como sea, Zsa Zsa Gabor nunca engañó a nadie, vivió con descaro, cinismo y unas ganas tremendas de comerse el mundo, aunque se indigestara de hombres. A los 94 años siente que clavan su ataúd y que los minutos hieren, pero los segundos matan.