Todos los hombres la deseaban en secreto y todas las mujeres la odiaban en público. Como una esfinge emergió desde el fondo de las arenas rojas del desierto egipcio y hechizó a sus acólitos, con sus ojos abismales y su melena negra.
Madre ancestral de las divas oscuras de la pantalla silente, Theda Bara fue forjada en los talleres de mercadeo de la Fox Films y vendida al público como una diosa oriental, mezcla de súcubo y vestal.
Era una veterana de 30 años, en 1915, cuando Eva Fox, esposa del magnate fílmico William Fox, puso sus ojos en ella y olió los millones de dólares que sería capaz de generarle a la incipiente empresa de su marido.
En un dos por tres montaron una campaña publicitaria jamás vista en Hollywood, para transformar a una desconocida actriz teatral en la primera
Lo primero fue cambiarle el nombre. Theodosia Burr Goodman pasó a ser Theda Bara, el anagrama de “arab death” –muerte árabe– y sus padres ya no serían el judío polaco Bernard Goodman ni la suiza Pauline Louise Francoise DeCoppet que la alumbró en Cincinnati, en 1885.
Ahora, Theda habría sido fruto del amor prohibido de una bohemia actriz francesa, Theda de Lyse, y su amante, el escultor italiano Giusseppe Bara. Creció bajo la sombra de la Gran Esfinge, poseía poderes diabólicos y mamó la fría sangre de serpientes venenosas.
Su cuerpo trémulo retozó en las aguas del Nilo; a la luz de las hogueras oyó los consejos de los señores del desierto y su silueta de niña se hizo mujer en las tiendas beduinas.
En plena Gran Guerra, mientras en Europa las trincheras eran un depósito de cadáveres, el público enloqueció con esa diva oriental que vivía en la
De la nada la Fox creó el mito de la mujer destrozahogares, la devoradora de corazones, la primera vampiresa del cine cuyos sortilegios acabaron con más de un pobre hombre, cuyos huesos relamía con el deleite de una hiena.
Con la película
La economía del inglés redujo el término a ‘vamp’ y este quedó como sinónimo de la hembra parásita, perversa, cruel, implacable, irresistible, que desangra, arruina y humilla –sin remordimientos– al macho.
Un cartel promocional de la película anunciaba: “La más célebre de las vampiresas, en el papel más osado, provoca la ruina y toda clase de desastres a miles de hombres”.
Nadie resistía el embrujo de sus ojos maquillados con khol; su mirada punzante, su triste hermosura, las caricias de sus negros cabellos y como las sirenas de Ulises, atraía a los incautos al abismo de sus anhelos ocultos, haciéndoles soñar que la podían poseer.
En realidad no había tal culebra de pelos. Theda Bara era muy tímida fuera de los escenarios; carecía de buena silueta, era más bien gordita y como actriz podía asumir cualquier papel, no solo los eróticos y perversos, sino los de virgen y madre desesperada.
Así lo demostró en muchas de sus 40 películas, filmadas entre 1915 y 1919, dirigidas tanto por Frank Powel, como por su marido Charles Brabins.
Su larga melena negra y los aires de mala mujer la hicieron única. Theda aprendió a gatear en los escenarios; tanto se interesó en el teatro que se matriculó en Walnut Hills High School, de donde pasaría a la Universidad de Cincinnati y de ahí saltó a Nueva York, para un misérrimo papel en
Apenas pudo se unió a una
Mientras otros tardan una vida entera en corretear la fama, a Theda le bastaron solo cinco años para forjar el mito de la devoradora de hombres, que más tarde imitarían todas las divas del cine.
En
Entre 1915 y 1919 protagonizó 40 películas y encarnó a las pecadoras más célebres: Carmen, Cleopatra, Salomé y Camille, la inmortal Dama de las Camelias de Alexander Dumas Jr.
Eran los comienzos del celuloide y Theda rompió todos los estereotipos. Fue el contrapunto de Mary Pickford, la pura, ingenua y virginal chica victoriana que nació para casarse y tener bebés por docenas. Bara era la peor, la encarnación misma de la sexualidad, el misterio y la muerte.
De talla mediana, con una figura robusta para la época, rasgos varoniles y poses de mantis religiosa, Theda Bara se paseaba semidesnuda por la pantalla, cubierta apenas con unos velos que revelaban las sinuosas curvas de su cuerpo, salido de la fragua de Vulcano.
Si bien carecía de grandes dotes artísticas, poseía a raudales encanto y una impudicia que la colocaron de tercera en la fila de las estrellas más connotadas del cine mudo, detrás de Pickford y Charlie Chaplin.
En el mediodía de su carrera llegó a protagonizar películas a un costo de $60 mil y ella ganaba cuatro mil por semana, a fuerza de su imagen de diablesa oscura, alegre y despilfarradora.
Por aquellos años la dirigió Celia Freidlander en
El mejor papel le llegó con
El final de la Gran Guerra, los nuevos valores morales y la crisis económica se trajeron al piso la carrera de la vampiresa y los años de sedas y desiertos ya no volvieron. Su figura lánguida y triste fue sustituida por las alegres “flappers”, más en consonancia con los desmadrados años 20.
Para colmo de males, la Fox Films reveló en 1919 que la tal vampiresa egipcia, criada a lomos de camello en la rojas dunas del Sahara, arrullada por salmos paganos milenarios y hecha mujer bajo las palmeras del Nilo, en realidad era producto de una campaña publicitaria.
“Llevó dos vidas. Una como la ‘vamp’ diseñada por la Fox para hacer titilar las pupilas del público que acudía a los primeros intentos de hacer cine. La otra como Theodosia Goodman, una joven que quiso ser actriz de teatro”, apuntó Ronald Genini en
Theda Bara fue víctima de sí misma, devorada por su propia imagen intentó regresar a Broadway en 1920 y ahí encontró marido, Charles Brabin, con quien se marcharía a Los Ángeles y, en 1921, estrenaría en Hollywood
Apareció en 1923 en el número especial de la revista
El canto final de cisne llegó con
“El trabajo de Bara quedó registrado en los periódicos de la época, los filmes y las entrevistas que permiten al público tener una visión completa de la vida y las circunstancias de una de las primeras estrellas de Hollywood”, explicó Genini.
El mito ardió en su propio fuego. Theda se recluyó en la casa, se dedicó a la lectura y a la filosofía, así como a cuidar a su marido y escribió sus memorias inéditas:
La diablesa de los ojos oscuros murió de cáncer el 7 de abril de 1955, a los 70 años. Dejó películas eternas y una frase que aún retumba en las butacas: “¡Cállate y bésame!... tonto”. 1