F.B.I. Director J. Edgar Hoover February 1950 --- F.B.I. Director J. Edgar Hoover --- Image by © Bettmann/CORBIS
El dueño de tu secreto es el dueño de tu libertad. Solo escuchar su sibilante voz hizo temblar a ocho presidentes norteamericanos. Con el ojo siempre abierto, vigilaba al rebaño político y a las luminarias de Hollywood.
Sinuoso, oscuro, misógino, enigmático, duro y despótico, reptó sobre las almas de sus víctimas y absorbió sus secretos más inconfesables, para chantajearlos, manipularlos y destruirlos.
Fundó un imperio personal donde reinó 48 años. Desde 1924 hasta 1972 –al frente de su amado FBI– ni una hoja caía al piso en Estados Unidos sin que él se diera cuenta. Cuando el presidente Richard Nixon se enteró de la muerte de J. Edgar Hoover preguntó: “¿¡Está seguro!?”.
Levantó todas las piedras y persiguió a comunistas y a feministas; acosó a los intelectuales y a los ignorantes; investigó a mandatarios y ciudadanos de a pie; creó una vasta red de informantes y acumuló ingentes archivos sobre las más notorias personalidades del siglo XX: sus apetitos sexuales; las orientaciones partidistas; las amistades y cuanto dato fuera útil para calmar su paranoia.
Hoover llegó a pensar que Mickey Mouse propagaba el comunismo, aunque Walt Disney le dio una extensa lista de los actores involucrados en actividades políticas; uno de ellos fue Ronald Reagan, que para salir de la lista negra se convirtió en un soplón.
Solo la Mafia resistió los embates de este moderno Savonarola. Al parecer, la Cosa Nostra poseía fotografías de Hoover disfrazado de mujer durante las orgías que organizaba con jovencitos en compañía de su amante, asistente y heredero Clyde Tolson.
J. Edgar Hoover hizo de la información un mazo y utilizó, como pocos, el poder de los medios de comunicación para forjarse una imagen de patriota en franca lucha contra quienes socavaban el estilo de vida americano.
Él, que conocía la vida y miserias de todos, supo nadar y guardar la ropa, porque es muy poco lo que se conoce de su infancia; a su muerte – el 2 de mayo de 1972 – su secretaria Helen Gandy quemó todos sus archivos con cientos de fotografías, grabaciones y documentos.
Al periodista Anthony Summers le llevó cinco años indagar y entrevistar a 850 personas para escribir el libro más documentado sobre el misterioso Hoover, que tituló
En la trilogía literaria
El cineasta Clint Eastwood dirigió
Es poco lo que se conoce de su niñez y adolescencia, pero se sabe que nació en 1895, en Washington D.C.; su padre Dickerson Naylor Hoover pasó los últimos ocho años de su vida en un hospital psiquiátrico y su madre, Annie Marie Scheitlin, lo educó bajó un rígido espíritu presbiteriano.
En
El padre fue un burócrata en la sección de impresos del Instituto Geográfico de Estados Unidos y su hermano mayor llegó a ser jefe del Servicio de Inspección de Barcos a Vapor.
Gruesa y bajita, Annie Hoover ejerció una rara influencia sobre J. Edgar imponiéndole severas conductas para hacerlo un “hijo de mami”. El nunca se casó y vivió con Annie hasta que murió en 1938.
Summers cuenta que desde niño manifestó un extraño deseo de control y a los 13 años “tomaba nota todos los días de las temperaturas y la nubosidad, los nacimientos y las defunciones en la familia, los ingresos que obtenía haciendo alguno que otro trabajo; incluso escribía listas con las tallas de sus sombreros, calcetines y cuellos”.
Debido a la muerte de su padre tuvo que suspender los estudios; para ayudar a la familia, trabajó como mensajero en la Biblioteca del Congreso.
Gentry sostiene que madre e hijo discutían por cuestiones baladíes y que J. Edgar era un “tirano con la comida”. Su platillo favorito era el huevo tibio sobre una tostada, cocinada acorde con sus estándares.
Él supervisaba a sus sobrinas y les advertía de mantener impoluto el nombre de la familia; utilizó J. Edgar, para que no lo confundieran con un tal John Edgar, que tenía varias deudas comerciales.
En 1917 se graduó de abogado y un tío le buscó empleo en el Departamento de Justicia, ahí fue ayudante del fiscal general –de 1919 a 1921–; avanzó al de asistente del jefe de la Oficina de Investigación, de 1921 a 1924, y ese año el presidente Calvin Coolidge lo nombró director.
Cual Hércules con los establos de Augías, J. Edgar dejó el FBI como un ajito. Obligó a sus agentes a utilizar vestido entero, no admitió mujeres ni negros, los hombres jamás usarían bigote ni barba y se cortarían el cabello al ras. Introdujo nuevas tecnologías para combatir el crimen: huellas dactilares, fotografías, cine, grabaciones, escuchas telefónicas y estableció la lista de los Diez Más Buscados y el Enemigo Público Número Uno, que estrenó con el asesinato del asaltabancos John Dillinger.
J. Edgar rompió todos los traseros necesarios para cimentar la imagen del FBI. En 1933, Ray Tucker, de
Así, las teleseries:
El director Howard Hughes, según el escritor Koldo Landaluze, llamaba a J. Edgar para tenerlo al tanto de los cotilleos y las andanzas de los actores, esos “perturbadores de la vida”.
Pero fue con el Comité de Actividades Antiamericanas, del senador Joseph McCarthy, donde desplegó sus baterías contra Hollywood, un lugar donde “se olía el aire malsano del comunismo.”
Entre bastidores designó con su mirada a quienes irían al ostracismo. Con ayuda de su oficina en Los Ángeles elaboró una lista de sospechosos, encabezada por los “Diez de Hollywood”, un grupo ligado al cine que se negó a delatar a sus amistades.
John Huston, Katherine Hepburn, Lauren Bacall, Humphrey Bogart, Frank Sinatra y hasta Marilyn Monroe, fueron algunos de los que hizo pasar por el aro de la sospecha, sin contar directores de periódicos, productores, directores y renombrados escritores. En 1993 el novelista Norman Mailer dijo: “Hoover ha hecho más mal a los Estados Unidos que José Stalin”.
También levantó expedientes secretos contra literatos, escogidos al azar, cuyos textos contenían “factores subversivos”; el FBI los siguió, los vigiló y les abrió el correo. La lista incluyó a: Ernest Hemingway, Tennessee Williams, Sinclair Lewis, Aldoux Huxley y Truman Capote. Este último corrió la voz sobre la homosexualidad de Hoover y sus amoríos con Tolson, su fiel escudero con el que departió 44 años.
Tras su muerte muchos respiraron con alivio y revolcaron sus huesos. En el documental
Pero' si no quieres que se enteren, no lo hagas; muchos lo hicieron y J. Edgar Hoover se enteró. Una vez le pidieron al presidente John F. Kennedy que lo echara del FBI y este contestó: “¡No puedo despedir a Dios!”