Por una inesperada coincidencia, a partir de 1910, en Costa Rica empezaron a aparecer niñas que compartían un nombre un tanto exótico: Zulai . ¿A qué se debía esa casualidad? Como veremos, al título de una novela aparecida en 1909 y que fue una de las primeras expresiones costarricenses de una disciplina no menos extraña: la teosofía.
La teosofía (“sabiduría divina”) había aparecido en los Estados Unidos en el decenio de 1870. Su influencia llegó a Costa Rica en la última década del siglo XIX, aunque la primera logia formal fue de 1904.
Surgió asociada con grupos artísticos e intelectuales que buscaban nuevas ideas, y vino como anillo al dedo de las personas ansiosas por ampliar referencias culturales y seducidas por un lenguaje altisonante y embriagador.
Los escritos teosóficos estaban plenos de términos en lenguas asiáticas, como el sánscrito y el pali; aludían a la mitología, la filosofía y la religión, de forma no dogmática y sin apoyar un credo en especial.
Vivekananda. En uno de sus escritos titulado “A propósito de Vivekananda”, recogido en sus Motivos literarios , el poeta Rogelio Sotela (1894-1943) reconoce y homenajea ese lugar especial de la teosofía en la vida intelectual de nuestro país, como elemento renovador.
Rogelio Sotela la defiende, además, de las pullas del poeta Rafael Cardona, quien había pasado de la teosofía de Helena Blavatsky al neovedantismo de Swami Vivekananda, y se quejaba porque los teósofos ticos se mantenían fieles a sus viejos moldes.
Entre otras cosas, Sotela dice: “Fue allí, en aquella modesta y generosa asociación, donde se juntaban Omar, Brenes Mesén, Povedano, su hermano Jorge y otros; fue allí donde oímos los muchachos una palabra original, nueva, elevada, acerca de la naturaleza de las cosas, acerca de planos de evolución”.
Los nombres mencionados por Sotela son ejemplo de la cotizada nómina teosófica de las primeras décadas del siglo XX: tanto Omar Dengo como Brenes Mesén son intelectuales, artistas, funcionarios, que no ocultan sus preferencias teosóficas.
Habrá que añadir después a poetas como Rogelio Sotela y José Basileo Acuña. De los Povedano, Tomás cultiva el arte clasicista, favorito de quienes ejercen entonces el poder. En 1929, su familiar Diego publicará Arausi , novela de indigenismo fantástico, con trasfondo del mito de la Atlántida.
Su libro es similar al de María Fernández, destacada teósofa y esposa de Federico Tinoco. Veinte años antes y bajo el pseudónimo de Apaikán, doña María había publicado Zulai y Yontá , dos noveletas que también relacionaban el indigenismo con un trasfondo ocultista. Zulai logró cierto éxito de público y –hasta hoy– popularizó el nombre de Zulai entre recién nacidas.
Krishnamurti. En el origen de la teosofía en Costa Rica aparecen notables familias locales, así como personajes extranjeros (de Cuba y sobre todo de España).
Destacó el pintor español Tomás Povedano de Arcos (1856-1943), primer director de la Escuela de Bellas Artes y favorecedor de un arte académico y clasicista, a la usanza europea, que además debía ser sublime. En su caso, esto le permitió la vinculación con lo alegórico y, a veces, lo simbólico.
La cercanía de la teosofía al poder le brindó mayores facilidades de difusión, con espacios en los diarios, como queda claro en las memorias de Sydney Field Povedano. Él había nacido en una de las familias ticas de origen extranjero inmediato vinculadas al poder local (político, financiero, artístico).
Nieto del pintor Povedano y crecido en el nódulo de la red teosófica, Field conoció desde dentro sus intríngulis y sus conexiones políticas. Más que teósofos al viejo estilo de Madame Blavatsky, Sydney y su familia eran afectos a Krishnamurti, pero no del Krishnamurti librepensador e independiente de la madurez, sino de uno todavía vinculado al proyecto neoteosófico de Annie Besant y C. W. Leadbeater,
Ambos habían previsto, en el joven hindú, la potencial morada del Mesías de la nueva época. Para realizar este proyecto, se fundó la Orden de la Estrella de Oriente, promovida desde las más altas esferas y entidad paralela a la estrictamente teosófica.
Aunque trata sobre todo la vida de Krishnamurti, el libro de Field, El cantor y la canción, no puede evitar involucrarse en la escritura autobiográfica pues Field había nacido en una familia krishnamurtiana y había sido educado como tal.
Field fue krishnamurtiano durante el resto de su vida e incluso fue amigo cercano del maestro. Es significativo el subtítulo de su libro: Memorias de una amistad.
Field Povedano siguió siendo amigo de Krishnamurti aun después de la disolución de la Orden de la Estrella de Oriente y de la conversión de su líder a librepensador independiente de cualquier religión, con un nuevo lema: “La verdad es una tierra sin senderos” (llamativamente, “No hay religión más elevada que la verdad” es el lema de la Sociedad Teosófica desde los tiempos de Blavatsky).
Federico Tinoco. La imagen que del dictador Tinoco da Sydney Field es ambigua: por un lado, se muestra como niño embelesado frente a aquel raro y poderoso hombre, ante quien debía leer el librito clásico del primer Krishnamurti, A los pies del Maestro , en inglés y en voz alta para que Tinoco le corrigiera la pronunciación.
Field muestra también al militar que se apodera del gobierno con beneplácito de mucha gente y con expectativas de cambio. Al inicio fue un golpista popular.
Sin embargo, Tinoco choca con la inviabilidad internacional de su régimen, sin reconocimiento de los Estados Unidos y con una Europa en guerra. De tal modo, no puede realizar sus programas, afronta problemas crecientes y dicta medidas fatales –como la disolución del Congreso–, que lo transforman, ahora sí, en dictador.
Entonces aparecieron insurgencias adversas, que incluyeron a antiguos amigos de credo teosófico, como Rogelio Fernández Güell y Julio Acosta: el primero sería asesinado por el régimen tinoquista, el segundo derrocaría al derrocador.
El retrato de Tinoco es así matizado por este testigo de primera mano que es Sydney Field: el dictador es elegante, es ominoso, es melancólico' y también es ladrón.
Cuando se exilia, dice Field, Tinoco no duda en apoderarse del dinero público que está a su alcance, mas lo perderá en el juego, en Montecarlo y París, lugar este donde acabaría sus días, arruinado, trabajando como croupier en los casinos o como exótico guía turístico de ricos americanos.
Field presenta con otros ojos –los de un testigo cercano– a personajes históricos ya encasillados, no como los buenos y malos de la historiografía política, ajenos a los matices, sino más ambiguos, de cierto modo más cercanos a nosotros, más de carne y hueso, atrapados en sus circunstancias, verdugos y víctimas de sus pasiones y actos.
Los textos de Field y Sotela son testimoniales y hablan de las influencias teosóficas recibidas en Costa Rica en diversos niveles: el intelectual, el artístico y el político. Permiten ampliar las referencias de los personajes y sucesos políticos ahí mencionados –los que, por cierto, han sido bien atendidos por la literatura y por la historiografía de Costa Rica–.
Ambas miradas, la literaria y la histórica, coincidieron luego en las memorias apócrifas de Tinoco según la pluma novelesca del historiador Eduardo Oconitrillo, conocidas como Un dictador en el exilio .
La presencia de la teosofía fue generalizada en los países hispanohablantes a principios del siglo XX, pero la organización teosófica tocó techo en Costa Rica pues se incrustó en el más alto nivel de poder.
A Felicia Corrales, in memoriam.
EL AUTOR ES ESCRITOR COSTARRICENSE Y RESIDE EN MÉXICO. SU MÁS RECIENTE NOVELA ES ‘FAUSTÓFELES’ (URUK, EDITORES).