El éxito le llegó de golpe y sin un instructivo para digerirlo. Es un niño –de 10 años, vacila él mismo–, enfundado en el cuerpo de un hombre de 25, a quien hoy todos admiran, todos persiguen... y él no sabe cómo actuar.
Estoy sentada frente a Nery Brenes Cárdenas, en una tarde lluviosa y fría.
Es el primer día de diciembre, pero el último habilitado para escribir esta historia.
Llego a la entrevista con un poco de rabia y desazón.
Cumplo un mes intentando concertar una cita con el que es, hasta hoy, el mejor velocista en la historia del atletismo nacional.
Mi periplo detrás del corredor me llevó a marcar más de una veintena de veces el número de su celular. La respuesta fue siempre la misma: “Comience a grabar después del tono”.
Pedí ayuda a su vocera de prensa, Ana Yanci González; a su entrenador Wálter Salazar; a su novia Sasha Sanabria. Ninguno logró acercarme a él.
Busqué su casa; lo esperé. No apareció. Nery, a quien todos recuerdan como el chiquillo tímido del barrio Los Corales, no estaba dispuesto a hacerme el trabajo fácil y, mucho menos, placentero.
En un año estéril de alegrías deportivas y cuando muchos aún no se resignaban a ver el Mundial de Futbol sin la
Cosechó 11 preseas de oro y se ganó un lugar especial en el corazón de los ticos.
Pero la esperanza era justo lo que yo estaba a punto de perder.
A cinco días de cerrar esta edición, y sin intercambiar una sola palabra con el atleta, llamé a su madre, Maidela Cárdenas. ¡Quemé mi último cartucho!
Con voz dulce, pero interrumpida por un ahogo, dice que no entiende por qué su hijo no contesta a mis insistentes llamadas. Quiere hablar más, pero se asoma la tos y el ahogo aumenta. “Estoy muy enferma, si hablo mucho me agito”, dice, y me pide que la llame al día siguiente.
Ella, la persona más influyente en la vida del atleta y a quien él corresponde con amor incondicional, no descansó hasta asegurarse de que esto ocurriría: al fin estoy sentada frente al joven capaz de recorrer 400 metros en solo 44 segundos y 84 centésimas.
Él sonríe. Frota sus manos, juega con el micrófono, se acomoda en el sillón. Está listo para empezar a rodar la película y, poco a poco, deja salir al Nery real.
“Me encanta estar en la casa –con los teléfonos apagados, aclara– , jugar
¿Qué ‘lo saca de las casillas’ fácilmente?, le consulto.
“Que mi teléfono suene cien veces en un día... No es normal. Uno contesta y luego llama alguien más y pregunta lo mismo, y lo mismo”, dice entre risas.
¿Está peleado con el teléfono ahora o de toda una vida?
“Es que siempre lo he dicho: yo quería ser bueno, no quería ser famoso. Son dos cosas muy diferentes, pero lastimosamente van de la mano. Yo hubiera preferido pasar en el anonimato toda la vida”, afirma serio y reflexivo.
Reitera que no devuelve llamadas a nadie. “Ni a periodistas ni a nadie”. Odia estar hablando por teléfono y no le gusta mandar mensajes desde su celular.
Esto me lleva a adelantar otra pregunta: ¿De qué forma el éxito ha cambiado la vida de Nery?
“Sinceramente, me ha hecho más cuidadoso. No puedo hacer cosas que hacía antes: salir con los amigos, ir a algunos lugares. Pero sigo siendo la misma persona. Quienes no me conocen piensan que soy un agrandado o un arrogante,pero sigo siendo el mismo. No he cambiado” , afirma.
Empiezo a pensar que este joven tan raudo en la pista, apenas está en línea de salida en cuanto al manejo del éxito y la exposición pública que este conlleva.
Nery asegura que no tiene problema con el público. Más bien se siente halagado con el cariño de la gente; mas no así con la idea de ventilar su vida privada.
“Sé que tengo que aprender a lidiar con eso, porque son cosas que van juntas”, reconoce.
¿Le está costando esa parte?
“Yo no quiero esa parte. No es que me cueste, es que no la quiero”, contesta sin reparos.
No se considera una persona tímida o humilde, pero tampoco soberbio. “Soy discreto”.
Aunque un periodista puede pasar un mes llamándolo sin que él le conteste, asegura que no está peleado con los reporteros y sí le gusta salir en la prensa.
Entonces, ¿cuál es la parte que no le gusta?, lo cuestiono.
“Es eso, es que los periodistas llaman tanto que ya uno no quiere ni contestarle a los amigos. Me llaman cinco y me preguntan lo mismo los cinco, y un día después lo preguntan de nuevo. Y pienso: ‘¿Pero no se lo dije ayer?’ Claro, no puedo decirles eso porque entonces soy arrogante”, confiesa.
Consciente de que necesita ayuda para el manejo de su vida pública, Nery acaba de inscribirse en la carrera de Relaciones Públicas en una universidad privada. “Estoy en el primer cuatrimestre y ya me ha servido”, dice.
Afuera, el aguacero se convierte en llovizna. En la pequeña sala de sillones color marrón, cubiertos con vistosos tapetes tejidos en blanco y amarillo, la conversación con el velocista se torna más relajada y amena.
Nery tiene claro cuáles son sus sueños como atleta: ser campeón olímpico o del mundo.
Así que lo interrogo sobre cuál es su gran sueño en lo personal, no como deportista. “El gran, gran sueño... Yo quisiera ser cónsul en Japón. Es mi gran, gran sueño”, sonríe.
Esa ilusión, afirma, nació desde hace tres años, cuando tuvo la oportunidad de estar en ese país y se encantó con su cultura. Sobre todo, añade, admira el orden y el respeto que tienen en esa nación por los adultos mayores.
La carrera de Relaciones Internacionales y los estudios de idiomas, serán el siguiente paso en su carrera profesional, dice.
Aprovecho esa pasión declarada por la diplomacia para saber qué piensa el limonense por cuyas venas corre sangre nicaragüense –sus abuelos maternos eran de Nicaragua– sobre el conflicto por la isla Calero, y le pregunto:
Si tuviera que asesorar a la Presidenta de la República sobre ese tema, ¿qué consejo le daría?
“Qué difícil. Es un conflicto de ellos (los nicaragüenses); no de nosotros. Nosotros solo estamos tratando de que nos respeten”, afirma el atleta, quien se describe poco apasionado por la política.
No quiero terminar la conversación sin conocer otras facetas de su vida personal.
¿Se ve con familia, casado, con hijos? , lo interrogo. “Más adelante. Todo va saliendo muy bien, Gracias a Dios, tenemos planes para más adelante, pero prefiero que se cumplan”, dice medio sonriente. Minutos después le encuentro la explicación a esa sonrisa nerviosa: Nery se convertirá en padre dentro de poco tiempo.
Sasha, su novia, con quien tiene una relación de más de cinco años, está esperando un hijo.
Así como el éxito, la noticia de su paternidad lo tomó por sorpresa. “Fue antes de la primera carrera en Europa; casi agarro un avión y me vengo”, narra sin disimular su felicidad.
Ahora el niño –grande– que a punta de veloces zancadas llenó de oro su pecho e hinchó de orgullo a toda una nación, empieza la carrera más importante de su vida: la de ser padre.