Ni tan siquiera las estrellas de rock. Quizás lo necesiten, sí, sus compañías disqueras, para lucrar como Lucifer manda, pero fama desmedida y desmedida riqueza las más de las veces lo que conllevan es desmedida desgracia. Máxime si se trata de niños o jovencitos impulsados por el narcisismo (o la codicia) de sus padres.
No vamos a enumerar a las criaturas cuyo único don en la pantalla o el escenario era ser niños, los cuales, una vez desvanecida la niñez y su encanto, tropezaron con un mundo que, tras idolatrarlos, los desechó. Conocemos el resto: drogas, alcohol, promiscuidad, suicidio. O no los desechó, como a las estrellitas marca Disney, pero igual el peso de la fama los desbarata.
No se salvan las actrices ni las modelos. La conejita Ann Nicole Smith, por más pecho y más millones, fue siempre víctima de su propio cuerpo. Por el dinero que este le procuró la envenenaron con fármacos, se suicidó su hijo, se pelearon su cadáver y a su recién nacida su propia madre y parejas reales y ficticias.
A tales bellas, ¿de qué les vale su belleza? ¡Cindy Crawford fue cornuda! A Lady Diana no la quiso el marido, no la quiso la suegra, ni gozó de sus hijos. Actores brillantes de Hollywood se suicidan. A Michael Jackson le arrebataron la infancia. A Madonna le está costando envejecer.
En fin, no toda celebridad acaba en drama, pero algo me dice que para ser dichoso no es imprescindible ser millonario, joven, bello y famoso. La juventud y la belleza son un pequeño lujo que dura solo un ratito. La fama, vimos, no previene el infortunio: muchas veces lo provoca. La riqueza, la verdadera, podría ser, en mi criterio, lo que una persona esté dispuesta a hacer por otra: respetar a su pareja, proteger a su niño, acoger a su nuera, amparar al afligido, amar la esencia del otro, no su apariencia; ayudar a construir la felicidad ajena para poder construir la propia. Somos la estrella de nuestra propia producción. Cambian las locaciones y el presupuesto de la película, eso es todo. Somos, además, nuestros guionistas: tomamos decisiones en el margen, amplio o estrecho, que nos ofrece la vida. Siempre podemos optar y trazar nuestro destino.
Este es el tiempo y el sitio que nos tocó en suerte: en nuestra mano está dejarlo en mejor estado cuando faltemos, empujar o entorpecer la ruta al carruaje de la historia.
Qué más riqueza que te quiera tu madre, que te esperen en casa, que salgás a bailar y a enamorarte.
La felicidad, honestamente, no requiere de paparazzis .