El atropello militar en suelo soberano costarricense ha agitado vientos patrióticos. Cada vez que un gobierno nicaraguense, legítimo o no, empieza a desaguarse, la salida fácil es activar conflictos con algún país fronterizo, ya sea Colombia (por los límites marítimos), Honduras o Costa Rica. Para tales fines de agitación interna, el río San Juan les viene muy bien tanto a los Somoza como a los Ortega, sin dejar de lado, en los tiempos que corren, ciertas fantasmagorías geopolíticas o técnicas. Me refiero al ajedrez de fuerzas continental en la perspectiva del ALBA y a la hipótesis de una planta hidroeléctrica o de un canal que utilice el río nicaraguense y el lago, aunque solo el diablo entiende cómo se pueden construir canales o represas sin margen derecha.
En otros países la violación de suelo soberano da lugar a un casus belli. Por supuesto, Costa Rica debe contar con los organismos internacionales de solución de conflictos para reaccionar frente a la provocación urdida en Managua. En mi opinión, el Gobierno ha seguido el proceso deseable, acudiendo en primera instancia a la OEA. Con ello obtuvo una legitimación política valiosa para dirigirse a otras instancias, incluso a la Corte de la Haya.
Ninguna potencia se va a rasgar las vestiduras por este conflicto, no lo dudo, pues en el plano internacional es casi invisible bajo el oleaje de agendas mundiales urgentes. Pero el asunto no es solo si algunas potencias se implicarán a fondo aquí o no. Importa que este acto de fuerza bruta hiere la sensibilidad de cada costarricense y le despierta sentimientos de identidad legítimos. El tema que me interesa es hasta dónde debería llegar la respuesta nacional(ista) costarricense, sin abismarse en excesos de xenofobia, racismo o incluso de anticentroamericanismo. Esto último es una ironía, pues el tico que no se sienta centroamericano mejores razones tendrá para creerse extraterrestre.
Prudencia. Hay que ser prudente. La acentuación del nacionalismo –ya sea oportunista o cargado de buenas intenciones– corre el riesgo de derivar en expresiones negativas de patriotismo mal expresado e incluso, para mayor confusión, puede darles caja de resonancia a voces hostiles a la comunidad nicaraguense. A los dos países y a ambos pueblos los vincula el pasado y, más aún, el futuro. Por cálculo frío de unos cuantos políticos, no debemos malversar esta relación que beneficia a las dos comunidades, para citar aquí solo el aporte mutuo en la economía y la cultura, en las relaciones personales, e incluso en la obligación moral de proteger la biodiversidad fronteriza, tan maltratada en estos días sin cordura por la tala, la invasión y el depósito de sedimentos.
Hay mejores formas de realizar el amor patrio que la de caer en manos de oportunistas. Cuidando el ambiente, por ejemplo. Pero en serio, porque también ahí hay mucho ruido y poca música. Para hablar de nosotros: que solo cuelgue una bandera de Costa Rica quien no ensucie los ríos. También será buen patriota el que haga construir carreteras bien hechas o el que mejore la prestación de servicios públicos.
Quiero contextualizar el tema. Para desgracia de muchos pueblos, el nacionalismo se manejó con método: los ingleses atizaron el fuego de las diferencias entre naciones, con el desventurado propósito de debilitarlas y afianzar así el dominio colonial (el Chipre grecoturco y el gran territorio que dio origen a la India y a Paquistán son dos casos, entre otros). Stalin, en cambio, sofocó las nacionalidades a nombre del poder central en Moscú. Más en nuestra época, Sarkozy, por cálculo electoral bastante cínico, ha reanimado el sentimiento racista contra los gitanos, muy viejo en Europa y destructivo en la política nazi.
Cuando no obedecen a meras maniobras de poder, incluso en el juego electoral, los conflictos entre nacionalidades pueden ser la manifestación visible de crisis viejas, con raíces largas. Las diferencias étnicas en muchas guerras crónicas de África son tristes ejemplos, como el de la masacre de tutsis en Ruanda. El trazado de fronteras, en África, obedeció a los intereses de las potencias coloniales más que a los emplazamientos étnicos que comportan sentimientos nacionales, los cuales, en los tiempos modernos, se asocian al Estado-nación. Hay nacionalidades identitarias que carecen de estado. Eso las mantiene en situación de conflicto, como los curdos en Turquía y en Irak. Otras naciones se han afirmado contra vecinos poderosos. Es fascinante la historia del reino de Armenia, bien plantado desde la época de las infaustas Cruzadas y, en los tiempos modernos, frente al Estado turco. La cuestión nacionalista se complica también con la variante de las religiones.
Un segundo ejemplo es Polonia, tan solitaria y firme, entre dos fuertes presiones territoriales y demográficas: Rusia y Alemania. Vietnam se impuso contra las potencias invasoras de su época: Japón, Francia, Estados Unidos, y se resistió siempre a la presión china. Otras formas de nacionalismo se ajustan más bien al Estado y a sus políticas: un país híbrido como Suiza, a pesar de tres idiomas y tres identidades, conoce una identidad representada en la idea de país (territorio, Estado e incluso política internacional). El caso de Canadá es muy complejo, a causa de un fuerte movimiento soberanista en Québec.
Peligros. El nacionalismo, cuando se vuelve chovinista o patriotero, corre varios riesgos:
1. El menos grave es que se vuelva forma pura, simple exterioridad de banderas, “nacionalismo” que distingue apenas entre la Pepsi made in Costa Rica y el escudo nacional (ejemplo de un taxista, quien me lo dijo así un día memorable). Esto recuerda el sentimiento de tribu que pone en trance a los fanáticos deportivos.
2. El nacionalismo es muy peligroso cuando la autovaloración se construye o afirma a costa de otros, sobre todo extranjeros, etnias o religiones diferentes a la mayoritaria, asentadas en el mismo territorio y que comparten obligaciones y derechos.
3. Exaltar sin medida el orgullo patrio suele ser un recurso utilizado para encubrir ciertos males: la debacle económica, la pérdida de legitimidad de los gobernantes por ineptitud o desgaste y, más aún, la brutalidad del poder. Un ejemplo paradigmático es el caso de los militares argentinos cuando improvisaron la guerra de las Malvinas.
4. La demagogia es otra de las tentaciones del nacionalismo, cuando una fuerza política, social o económica utiliza esa materia frágil y voluble para obtener réditos.
Como se ve, existen, para decirlo de algún modo, variantes positivas y negativas de los sentimientos nacionales. Un pueblo necesita percibirse a sí mismo como algo unitario y particular, diferente de otras naciones a causa de valores que por ello mismo reivindica y que, si se dan las condiciones, corrige y mejora. En principio la identidad nacional no es necesariamente conflictiva y, más bien, le da congruencia y miras sociales y políticas a una comunidad.
¿Con cuáles formas de nacionalismo nos enfrentamos hoy tanto en Costa Rica como en Nicaragua?
Tengamos en cuenta una cosa, si sirve de algo llamar a la sensatez antes de que las aguas se desborden: el nacionalismo exacerbado, la irracionalidad como materia prima de la patria, acaba arrastrándola a la violencia. Mejor no jugar con ella.