Parque Metropolitano La Sabana, sbado 5 de marzo del 2011, fotos para la revista Proa sobre el tema de suspensiones Participaron : Melissa Salazar, Randy Mungua (camiseta gris), Gustavo Ziga (camiseta negra), Eduardo Mndez (suspendido) y Johan Lpez (t-shirt negra) perforador, modificador y propietario de New Skull. Fotografa : Jose Daz/La Nacin
Su cuerpo no se ve igual que como lucía diez años atrás; él lo sabe y se enorgullece de ello. Todo comenzó con un
Así se ve Eduardo Méndez López, un profesional en mecánica industrial de 29 años de edad. Ya se acostumbró a las miradas de extraños que lo persiguen con recelo por las calles. No le molesta que “lo vean raro” y sabe que no le debe justificaciones a nadie. “Esto lo hago por puro gusto, soy un amante del arte corporal”, asegura. Cada vez que se va a hacer algo sobre su cuerpo, lo piensa dos veces. “No quiero arrepentirme más adelante si no me gusta lo que me hice en la piel”.
Como él, ahora los costarricenses tienen a su disposición una variada oferta de modificaciones corporales que van desde las figuras hechas con quemaduras, las cicatrices en relieve y los implantes en áreas no convencionales del cuerpo.
En nuestro país también se hacen muchos de esos procedimientos tan “exóticos” que algunos todavía consideran exclusivos de la televisión por cable.
No obstante, los dueños de locales donde se realizan otras modificaciones aparte de los ya conocidos
¿Por qué hacerse alteraciones corporales que involucran dolor y riesgos? ' pero ¿y por qué no? Para entender las motivaciones que subyacen tras estas prácticas, buscamos razones e interrogamos a un buen número de “modificados”, como se hacen llamar. Al final, la respuesta a la pregunta del millón equivale a un millón de respuestas.
Los motivos que impulsan a intervenirse el cuerpo, varían entre los interrogados. Algunos señalan al arte como musa única; en otros casos, hay un reto personal de por medio; existen quienes pretenden retomar una tradición ancestral, y están los que solamente lo hacen por moda. Usted escoja.
En este campo, no hay mejor experto que el que lo ha vivido en carne propia. Si no, que lo digan las orejas de Federico Cortés. Cada uno de sus lóbulos se adorna con una expansión de 35 milímetros y un
“Yo me hago estas cosas cuando tengo un motivo personal de peso. De alguna forma, cada modificación marca un momento importante de mi vida”.
Cortés se inició en el mundo de las intervenciones haciéndose dibujos sobre su piel. Hoy tiene 35 años, ocho tatuajes, tres implantes de silicón en las manos y el antebrazo y, en algún momento, tuvo hasta 18 perforaciones en diferentes partes de su cuerpo.
A los 15 años de edad se enamoró a primera vista del arte sobre la piel. “Me acuerdo que vi fotos y artículos del tema en una revista de patinetas y me encantó. Después me hice a mí mismo un par de cosillas, y luego empecé a investigar y a aprender con amistades de otros países”. En 1993 fue a Alfa Vibra –el primer estudio de tatuajes en Costa Rica– y el propietario del local le hizo otro dibujo sobre la epidermis. Para entonces, nuestro país estaba en pañales en el tema.
Cortés asegura que él fue quien primero hizo
“Las modificaciones corporales van más allá de los tatuajes o los
El Ministerio de Salud no cuenta con la cifra exacta de establecimientos dedicados a hacer tatuajes y perforaciones. Sin embargo sí tiene conocimiento de que existen “ofertas más excéntricas” en una minoría de locales en el país. Esto incluye expansiones, escarificaciones (cicatrices producidas por cortes superficiales o profundos con bisturí), implantes subdérmicos de figuras en silicón, quemaduras con trazos (
“Uno asimila el dolor cada vez más. Lo que uno aguanta tranquilamente quizás otra persona no lo soporte”, manifiesta Johann, quien ha ido probando varias técnicas sobre su propio cuerpo, y asegura que es imposible hablar de un umbral de dolor, o hacer un
“Yo quiero experimentar conmigo mismo; pero, a la vez, con estas modificaciones, uno está retomando tradiciones ancestrales. Esto requiere de cierta investigación sobre por qué otras culturas lo hacían, aunque no deja de ser algo personal”, agrega, mientras muestra el diamante implantado en una de sus manos, de similar tamaño a la manopla de silicón que luce en su otra extremidad.
Rato después exhibe el
“Las modificaciones de este estilo no están exactamente prohibidas porque es un derecho individual de las personas el hacerse este tipo de cosas. El problema sería obligar a otros, pero no es el caso”, asegura la ministra de Salud, María Luisa Ávila, al ser consultada sobre el tema.
Eso sí, los implantes no están permitidos, asevera la jerarca de Salud. “Hablar de profesionalizar a una persona que haga esto es complicado, porque habría que darle a la práctica una característica que no tiene. Ellos lo ven como arte y no como un procedimiento médico”.
Dependiendo del establecimiento y de la joyería utilizada, los precios de los servicios varían. El precio mínimo de un
En el caso de los implantes de silicón, estos ascienden a $150 (¢75.000), y los mismos modificadores advierten que hay que tener cuidado con el material utilizado, pues no cualquier silicón es apropiado para estos procedimientos. En algunos casos las piezas se modelan manualmente, mientras que en otras ocasiones los perforadores compran las figuras hechas en el extranjero.
En cuanto al
Johann está convencido de que en la calle nunca dejarán de juzgarlo por sus cambios corporales. “Siempre hay gente a la que le molesta, pero a mí ya me da igual si me dicen algo. Yo hice mis estudios y escogí esto, y admito que no dejo de impresionarse cuando veo a otros con orejas más expandidas que uno”.
Cortés asegura que en más de una oportunidad lo rechazaron para puestos de cocinero por las expansiones que lleva en sus orejas y nariz. “Yo veía la cara que me hacían... evidentemente les molestaba que yo tuviera esto. También sé de una amiga a la que, por escrito, le llamaron la atención por los
La psicóloga social Alexandra de Simone interpreta las modificaciones como una manifestación de “hedonismo extremo” con las que algunas personas se sienten identificadas y hasta deleitadas. “Es muy fácil juzgarlos de masoquistas, decir que tienen un hedonismo patológico o que lo hacen por algo que les pasó de chiquitos. Hay elementos de estas prácticas que los conectan con un subgrupo o una subcultura y eso los hace sentirse identificados”, explica.
La especialista insiste en la importancia de contextualizar a estos individuos en su entorno social, familiar, individual, de clase y de género, antes de satanizar tales prácticas o de verlas con un gran simplismo.
“Así están comunicando su deseo de distanciarse de un criterio de mayoría. Son capaces de experimentar el dolor porque quieren sentirse vivos. Sin embargo, a otras personas, estas tendencias las llenan de confusión y miedo”, opina De Simone. “No porque elijan tatuarse o perforarse significa que tengan un proyecto político o transformador”, agrega.
Quienes se modifican parecen coincidir con ella. “Uno no hace esto para rebelarse contra el mundo”, asegura Johann, mientras que Cortés opina que “esto es puramente estético... hay quienes sí se modifican para tratar de calzar en un grupo, pero a mí eso me parece patético. La sociedad es bastante hipócrita porque acepta los cambios de aumento de senos o que alguien se opere para cambiarse la forma de la nariz, pero si alguien quiere meterse implantes en las manos lo tacharían de loco”, añade Cortés. Y sabe de lo que habla porque en su antebrazo porta una figura alargada modelada en silicón; en su mano derecha, un círculo en forma de pulsera magnética, y en la otra, un aro a modo de anillo.
En línea con lo que argumenta Cortés, la psicóloga menciona la época en que la figura femenina era modificada mediante el uso de corsé para perfilar la cintura. “Eran los criterios de belleza del momento; hay que tener presente que hay prácticas de intervención corporal distintas en todos los tiempos y las culturas”.
La tendencia de intervenirse el cuerpo con alternaciones visibles no es de reciente data; todo lo contrario. El arqueólogo Gerardo Alarcón asegura que no es necesario irse a culturas de otros continentes para encontrar evidencias de modificaciones en el cuerpo. De la Mesoamérica precolombina hay rastros de expansión craneana y en orejas desde el año 1000 a.C. hasta el 1500 d.C.
En la misma región se practicaba la escarificación con cortadas provocadas por navajas en pedernal. (
Las suspensiones corporales también son una tradición practicada desde el pasado y, aunque no son modificaciones, se relacionan con el “arte corporal”.
Por ejemplo, a inicios del siglo XIX, esta práctica era común en la tribu amerindia
En la década de 1970, el mismo ritual fue investigado y retomado por el estadounidense Fakir Musafar, considerado el padre de un movimiento de “primitivos modernos” (que retoman prácticas tribalistas de antaño para traerlas a la actualidad).
Esta “experiencia extrema” consiste en sostener el cuerpo con ganchos que atraviesan la piel sin tocar ningún órgano, en puntos donde el cuerpo se puede equilibrar. El grosor de los utensilios metálicos –de acero quirúrgico– varía dependiendo del peso de quien se suspenda y de los tipos de posiciones que asumirá.
La elevación sostenida del pecho se llama
En Costa Rica, la primera suspensión se realizó a inicios de la década pasada en un
“Lo hacemos más que todo por satisfacción personal; uno se puede encontrar a uno mismo. Es algo personal, espiritual y tradicional. El dolor no es exagerado, pero sí requiere de una preparación mental y física”, afirma Johann López, y agrega que la única recomendación que da a quienes se suspenden es: “tranquilidad y concentración”.
Aunque se ha suspendido pocas veces, Federico Cortés dice que “es delicioso, se siente una libertad... todo se relaja cuando la endorfina se esparce por el cuerpo”. Él también admite que ha suspendido a otros, principalmente para espectáculos.
Apenas una semana antes de esta publicación, Eduardo Méndez se suspendió por primera vez; sus fotos aparecen en este reportaje. La cámara y el lápiz de
A la sombra de uno de los tantos árboles de La Sabana, Méndez está acostado boca abajo en el suelo, descamisado. Johann saca las herramientas necesarias –debidamente esterilizadas– de un estuche lleno de implementos: el primer paso es desinfectar con jabón quirúrgico el área de trabajo, en este caso, la espalda de su amigo. Acto seguido, traza con un marcador los puntos a perforar.
Con guantes de látex, uno de los asistentes levanta un trozo de la piel del torso, alzándolo cual tienda de campaña, mientras el otro atraviesa los ganchos de acero quirúrgico de 4 milímetros de grosor. Nada de anestesia.
“Respire profundo”, le dice Johann antes de insertar cada uno de los cuatro extremos puntiagudos. Eduardo yace callado, apenas gesticula cuando entran los ganchos y se atreve a decir: “Es como un pellizquillo”.
“¿Todo bien?”, pregunta reiteradamente el encargado. El otro asiente con la cabeza.
“El dolor se siente en el momento de la perforación, pero ya desapareció”, cuenta López, a punto de ser colgado. Pasan pocos segundos antes de que todos rían, inclusive el que tiene cuatro ganchos atravesados en su cuerpo. “No es nada del otro mundo”, opina antes de levantarse y prepararse mentalmente.
El derramamiento de sangre es fútil, sorprendente para quien recién vio cómo los instrumentos puntiagudos ingresaron por un lado y salieron por otro.
Manos a la obra... Viene la parte de atar cabos o, más bien, de amarrar los ganchos a la polea que previamente fue fijada y asegurada en la rama del árbol elegido. La cuerda pasa sobre la extensión del tronco y baja hasta que se engarza con los cuatro ganchos.
“¿Listo?”. El más fornido del grupo jala la cuerda hasta que el cuerpo se levanta aproximadamente medio metro del suelo. “Mae, parece una piñata pero sin confites”, bromea uno de los amigos en tono jocoso. La aventura por los aires ha comenzado.
Se acercan curiosos; algunos arrugan el rostro cuando ven aquello, y otros ríen, casi incrédulos. Un niño se acerca, cámara en mano, fotografía al tipo y se va corriendo; una pareja se queda atónita y decide parquearse en un punto con buena visibilidad.
Pasan algunos minutos, 10 quizás, y el cuerpo de Eduardo se empalidece. Se enciende la alerta entre los encargados de la suspensión, por lo que esta se detiene brevemente. Parece que Eduardo está cerca de perder el conocimiento; Johann sostiene su cuerpo, le habla y le da confites para que se recupere. “El cerebro tarda en entender lo que está pasando, pero la reacción no tiene relación con el dolor”, comenta el ejecutor, para añadir que si los ganchos están bien puestos, no hay riesgo de desgarre.
Segundos después, Eduardo recupera el color y hasta se permite hacer un chiste. “Él ya ha experimentado en su cuerpo cosas más fuertes que esto, pero la reacción ocurre por ser esta su primera vez”, explica Johann. Pasada la alarma, Eduardo sonríe y espeta: “Démosle una más”.
¿Son estas prácticas locura o una cordura muy particular? En la calle, las opiniones se dividen, mas algo está claro: en la piel de muchos ticos son una realidad.