Hay un poema de Luis Chaves que lleva por título “El 2002 fue un mal año”, y, aunque es imposible dudar de la sinceridad de esta frase, lo cierto es que, a la vuelta de una década, Chaves difícilmente podría decir lo mismo. Apenas vamos por agosto, y ya el 2012 ha traído consigo una reedición española y otra tica de su libro Asfalto, una edición alemana de sus poemas, traducciones al inglés que aparecerán en los próximos meses, y hasta una antología personal de su obra: La máquina de hacer niebla.
Hasta el Club Sport Herediano, equipo del que Chaves es devoto, fue campeón este año. Si tan sólo esta reseña la hubiera escrito Chaco Sasso , el 2012 habría sido perfecto.
Sin embargo, no todo puede ser perfecto, y esto lo sabe bien Luis Chaves. Sus poemas hablan de una realidad que no es imagen de la muerte, como en Quevedo, sino más bien proximidad de la ruina: “En el departamento nuevo, / el albañil pica la pared buscando / dónde está la fuga de agua”. Nada de esto importa: ante la inminencia del diluvio, los poemas de Luis Chaves son como balsas de tiempo, íntimas maneras de permanecer.
Además de ser el autor de varios de los libros más leídos, comentados, premiados, antologados e imitados de los últimos quince años, Luis Chaves ha servido de puente entre muchos lectores locales y varios escritores contemporáneos y del pasado (sobre todo por medio de esa educación sentimental que fue para algunos la revista Los Amigos de lo Ajeno ).
Se trate de Osvaldo Sauma, Juan Gelman o Hunter S. Thompson, Luis Chaves es un autor que obliga a leer de forma distinta a sus predecesores y contemporáneos. Es como si fuera un movimiento literario entero conformado por una sola persona.
La máquina de hacer niebla , publicado este año en Sevilla, es un volumen retrospectivo de su poesía, y reúne textos de Monumentos ecuestres (2011), Asfalto : Un road poem (2006), Chan Marshall (2005), Historias Polaroid (2000) y Los animales que imaginamos (1997).
El peso de la selección recae sobre el material más reciente, tanto por el orden cronológicamente inverso de los poemarios como por la cantidad de textos provenientes de Monumentos ecuestres y Chan Marshall . De esta manera, el libro muestra una depuración consciente, por parte del autor, de su obra publicada hasta la fecha.
Entre lo desechado están, por ejemplo, las imágenes excesivamente privadas y el surrealismo juvenil de Los animales que imaginamos . En su lugar , La máquina de hacer niebla subraya una cierta elegíaca nostalgia, como de primera pérdida, que da lugar a la voz más reconocible de Chaves: “Donde comen dos siempre falta uno”.
En Historias Polaroid , Chaves sustituyó la nostalgia con ironía, y su primera víctima fue la misma poesía. Chaves ha definido este gesto como “poesía menor”, y lo ha expresado por medio de una desconfianza natural por los grandes pronunciamientos.
Lo decía ya en el poema “Esteves sin metafísica”, y más recientemente en el poema “Mudanzas”: “Aquí tendría que ir una frase decisiva / pero se destiñe la camiseta / de la tarde que hablábamos / mientras crecía el pasto...”. A toda la inflación de la Poesía con mayúscula, Chaves contrapone la ataraxia verbal y el bathos .
Ajena a la grandilocuencia, siempre atenta a los entresijos emotivos de lo que no se dice, la poesía de Luis Chaves a partir de Chan Marshall ha sido un esfuerzo por aferrarse a lo vivo cercano, “un intento de reconstrucción / con pocos elementos”, como dice en el poema “Falsa ficción”.
No es de extrañar, entonces, que el espacio privilegiado de sus últimos poemas sea la casa, con sus mutaciones, sus estropicios y sus domingos familiares, la vida medida en reses asadas y botellas de licor: “A las 11 a. m., con los primeros en llegar, se descorchará la botella inaugural (a lo largo del día el arco democrático del vino cubrirá desde cosechas 2004 hasta cajas de tetrabrik). A las 11 p. m., ya en su casa, demasiado cerca del lunes, herido de gravedad por la bala lenta del alcohol , el último en haberse ido repasará, en diapositivas mentales, el primer domingo de marzo...”.
Refris vacías, cumbia playera, tapias rayadas, fotos torcidas: cada poema de Luis Chaves contiene en esencia un retrato hablado de nuestra clase media.