Un vestido de baile de Cristóbal Balenciaga, un traje sastre del “new look” de Christian Dior o un irreverente diseño de Jean-Paul Gaultier ya no son “convidados de piedra” en las salas de los museos. Al contrario, las filas para ingresar a Belleza salvaje –la muestra dedicada a los dramáticos diseños del inglés Alexander McQueen– han demostrado la vitalidad de la que ha gozado este tipo de exposiciones durante el año que termina.
En agosto, en el Museo Metropolitano de Arte (Met), de Nueva York, deslumbró la exhibición dedicada a McQueen, diseñador de oscuro y profundo romanticismo que se suicidó el 10 de febrero del 2010. Sus desfiles bordeaban la performance o la instalación artística. La exposición obligó al planificado Met a extender las horas de exhibición y a alargar en una semana la duración de la muestra.
“Ha sido el segundo día de apertura más visitado en la historia del Met, superado sólo por la muestra dedicada a los dibujos de Van Gogh en el 2005”, detalla un vocero del museo. Sin embargo, no fue un fenómeno aislado.
“El interés del público en el área de indumentaria, tejidos y moda ha aumentado constantemente en los últimos años, y es una audiencia muy fiel”, afirma Ligaya Salazar, crítica de la muestra que, a mediados del año, se ofreció en el londinense Museo Victoria y Albert en torno al influyente diseñador japonés Yohji Yamamoto.
Lydia Kamitsis fue la curadora de tal exhibición y es autora del reconocido Diccionario internacional de la moda (2005). Ella confirma la tendencia:
“Desde hace dos décadas se percibe una inquietud creciente en este ámbito. En varios países se han abierto espacios especializados, y los museos de arte y las galerías no temen programar muestras sobre diseñadores de moda u obras relacionadas con ese mundo, e incluyen fotografías e instalaciones. A la vez, los estudios en torno a la moda se desarrollan desde las más diversas perspectivas”.
En octubre, en Versalles se abrió El siglo XVIII al gusto de hoy , una completa exposición que exploró la influencia del Siglo de las Luces en una serie de modistas del siglo XX.
Los ejemplos suman y siguen. Acercarse a la liberación de la mujer a través de la mirada de Coco Chanel o explorar el espíritu británico en la mezcla de tradición y transgresión de un vestido de Vivienne Westwood son opciones cada vez más favorecidas por el público, y los directores de museos lo tienen muy presente.
Fuera del armario. “El Museo Victoria y Albert siempre ha estado involucrado en estos asuntos, pero, en el último tiempo, parece ser que un gran número de museos y espacios, que nunca han tenido exposiciones de moda e indumentaria, han comenzado a involucrase también”, opina Ligaya Salazar desde Londres.
Varias son las raíces de un fenómeno que parece haber explotado en los últimos años. Tradicionalmente, los grandes museos –en especial los de carácter histórico– han almacenado colecciones de trajes que pocas veces salían de los depósitos debido su delicada conservación y a enfoques más tradicionales, centrados en hechos y personajes históricos.
Sin embargo, el auge de los estudios sobre la vida privada vino a cambiar las cosas. “Hoy existe una tendencia a exponer, en los museos tradicionales, objetos que recogen diferentes aspectos de la vida cotidiana de las personas, incluido el vestuario, pues estos objetos ya no se consideran producciones menores, propias de las llamadas artes decorativas”, explica la historiadora chilena Pía Montalva, autora del libro Moda y sociedad en Chile (1960-1976).
“Se produce un cambio en la mirada museológica, cuya perspectiva de la ropa se distancia de la idea del mero vestuario para pasar más a la idea de un ‘objeto’ que constituye la expresión de un momento, de un estilo de vida. La ropa es así algo con valor patrimonial y que requiere conservación, y los museos están para eso”, agrega Acacia Echazarreta, integrante del equipo de curadores del Museo de la Moda de Santiago de Chile.
Para Lydia Kamitsis, una de las razones que explican este interés es que –cuando el arte contemporáneo parece bastante hermético– estas exposiciones constituyen, para muchas personas, “una manera de tener acceso directo a muchas preguntas sobre arte, identidad y comportamiento”. “A través de herramientas que le son familiares –el hecho de vestirse es algo que todos experimentamos– les parece más fácil ‘entrar’ en este universo que en otros más complicados”, añade Kamitsis.
Fusión de lenguajes. El cruce de lenguajes propio de la cultura contemporánea es otro factor que ha favorecido la incursión del vestuario. Ya no escandalizan maniquíes con creaciones contemporáneas en museos de objetos antiguos, como los diseños de Yamamoto en la sala de los tapices del Museo Victoria y Albert.
La moda tampoco escandaliza a Francisco Brugnoli, director del Museo de Arte Contemporáneo de Chile: “La tendencia es algo muy válido y, por tanto, en camino de clara consolidación. Se ve cada día en forma más nítida por el carácter transversal que ha alcanzado la producción. En el caso de los museos de arte contemporáneo, esta línea de trabajo se hace entonces de total necesidad. Hoy, exposiciones de arquitectura o diseño, así como actividades de teatro o danza, son parte de un campo mayor, cuya puesta en visibilidad en estos espacios permite una mejor comprensión de las obras”.
Pía Montalva coincide con aquella visión:
“El desarrollo que han experimentado las artes visuales desde los años 60 en adelante ha vuelto difusos los límites entre lo bidimensional y lo tridimensional. Las obras mezclan lenguajes de procedencia muy diversa; además, las experiencias habidas en torno a la instalación han enriquecido las posibilidades de tratar el espacio de exhibición de un modo menos tradicional. En otro sentido, la presencia del cuerpo es un tema que ronda la producción intelectual contemporánea”.
Al filo de la navaja. La ropa parece haber entrado en los museos en gloria y majestad como testimonio de otras épocas y culturas, y también como expresión creativa pues las obras de destacados diseñadores ocupan espacios privilegiados.
No solo son creadores del pasado, como los influyentes Worth, Poiret y Balenciaga; también “entran” otros en pleno ejercicio, como Giorgio Armani. Sin embargo, las exposiciones monográficas suelen ser las más controvertidas.
“Lo que debe ser criticado no es la iniciativa de hacer muestras en torno a la moda o la indumentaria, sino ciertas prácticas curatoriales, como aquellas que en los últimos años tienden a generalizar los ‘shows’ monográficos de una marca o un diseñador, exhibiciones que usualmente son auspiciadas por esa marca. He aquí un melange de genres [conflicto de intereses] que no ayuda a un acercamiento objetivo y crea confusión entre los espectadores”, apunta Kamitsis.
En tal sentido, la retrospectiva de Armani en el Museo Guggenheim de Nueva York (en el 2001) marcó un punto clave, según Acacia Echazarreta: “Fue un llamado a replantearse el concepto de moda, a sacarla de la pasarela y a recontextualizarla en un museo. Dio mucho que hablar, tuvo partidarios y detractores”.
Uno de los puntos controvertidos fue previsiblemente la donación de Armani de 15 millones de dólares para los proyectos del museo neoyorquino. “La industria de la moda contribuye a esas exposiciones porque es una interesante forma de publicidad indirecta. En cierta forma, los bienes de consumo adquieren un ‘ status cultural ’”, agrega Lydia Kamitsis.
Ante esta oferta creciente, el consejo de los expertos es discernir entre las instituciones de mayor experiencia y las muestras que incluyan líneas curatoriales más sólidas.
Arte y moda. Otra de las preguntas que plantea esta tendencia museística atañe a saber si existe un punto en el que arte y moda se encuentren. La mirada de Acacia Echazarreta es que son universos distintos, pero que pueden dialogar: “Son caminos creativos válidos, pero diferentes”.
Echazarreta recalca que las expresiones en el mundo de la moda son de muy diversa índole: “Está el artesano, más centrado en la técnica, y están los también creadores de una mirada vinculada el espíritu de su tiempo y que saben dialogar con otras artes, como Schiaparelli, Poiret y Gaultier, y Alexander McQueen, con todo su juego escultórico”.
En el caso de McQueen, el Met recalcó la dimensión artística de este diseñador que se inspiraba en Shakespeare, Jack el Destripador y la “opresión inglesa” sobre Escocia.
“Sus icónicos diseños constituyen la obra de un artista cuyo medio de expresión fue la moda”, señaló Thomas Campbell, director del Met. Para Andrew Bolton, curador de la muestra, “McQueen fue un verdadero romántico en el sentido de Lord Byron: desafió lo sublime”.
¿Demasiada moda en los museos o arte en nuevos formatos? La discusión está abierta. “No es fácil catalogar un producto como obra de arte; son demasiadas las variables las que se presentan”, reflexiona Francisco Brugnoli y agrega: “Un buen museo de arte actual debe vivir constantemente en esa ‘zona de riesgo’; esto significa que toda producción humana tendría el potencial de alcanzar la categoría de obra de arte”.