Cuando Robert J. Lefkowitz recibió su asignación en el Instituto Nacional de Salud, como parte del servicio militar, los científicos ya sospechaban que debían existir receptores que detectaran –en el ambiente exterior a la célula– la presencia de hormonas y así era como se desencadenaba una serie de mecanismos vitales en el interior de la célula.
“Estos pequeños receptores permiten a cada célula sentir su ambiente, lo que les facilita adaptarse a nuevas situaciones”, diría –años más tarde– la Real Academia de las Ciencias de Suecia.
Aunque nunca los vieron, se asumió que esos receptores estaban allí y eso permitió el desarrollo de fármacos capaces de actuar a través de ellos.
Lefkowitz, un aspirante a cardiólogo, se dio a la tarea de buscarlos. Eran pocos y a la mayoría los encontró “atrincherados” en la membrana celular.
Ya aparecieron, ahora restaba saber cómo funcionaban. Fue así como a Lefkowitz, cada vez más lejos de su sueño de ser cardiólogo pero aún queriendo trabajar en enfermedades cardíacas, se le ocurrió buscar y estudiar la estructura del gen que codifica el receptor llamado beta adrenérgico, el cual percibe la adrenalina y la noradrenalina.
En ese momento, al equipo se le sumó un joven médico llamado Brian Kobilka.
Tras observar que el receptor beta adrenérgico tenía una estructura con siete hélices, la misma cantidad que poseía el receptor de la rodopsina que actuaba en la retina del ojo, Kobilka se dijo que esa similitud no podía ser casual.
Fue así como se dio cuenta de que se trataba de una familia de receptores asociados a proteínas G (GPCR), las cuales funcionan como “detectoras” y “mensajeras” de información química entre las células y componentes como neurotransmisores y hormonas.
Esta familia de receptores está conformada por “detectores” de hormonas como la adrenalina, dopamina y serotonina, entre otras. De hecho, los receptores han sido vinculados a diferentes enfermedades y estos cumplen una plétora de funciones biológicas en nuestro cuerpo.
Una vez descubierto el “clan” y aislado el gen, Kobilka quería obtener una imagen del receptor en plena acción de transmisión de la señal desde el exterior al interior de la célula. Le tomó 20 años, pero la consiguió captar en el 2011.
Ayer, todos esos años de investigación, esfuerzo y disciplina que datan de finales de la década de 1960, fueron recompensados cuando la Real Academia de las Ciencias de Suecia otorgó el Nobel de Química 2012 a Lefkowitz y Kobilka.
“Gracias a los estudios de Robert y Brian sabemos cómo son los receptores (...) Algunos dicen que hasta el 50% de todos los productos farmacéuticos se basan en una acción dirigida contra los GPCR. Saber cómo son y cómo funcionan nos dará herramientas para crear mejores medicamentos con menos efectos secundarios”, destacó Sven Lidin, miembro del comité Nobel.
Lefkowitz y Kobilka recibirán el galardón en una ceremonia que se realizará el 10 de diciembre en Estocolmo, Suecia.