Con George Martin, los cuatro Beatles fueron cinco; con Marvin Araya, en Costa Rica, son seis. “El próximo año presentaremos otro concierto de la Filarmónica con veinte temas nuevos de los Beatles”, adelanta Marvin Araya, director de aquella orquesta, quien ansía repetir el éxito de los ocho recitales beatlemaníacos que la Filarmónica ofreció a Teatro Nacional lleno en el 2011. Precisamente por esos conciertos, y por otros más –como los dedicados a la música de películas–, Marvin Araya es uno de los personajes costarricenses de la cultura en el año que nos da las gracias y se va.
Desde el 2003, con la Filarmónica, que él fundó, Araya y sus colaboradores han pasado muchos temas populares a versiones sinfónicas. Araya está así en la línea de grandes directores, como Leonard Bernstein y Nino Rota, quienes iban y venían entre la música académica y la popular como dentro de una casa. Araya ha demostrado a los ticos que las orquestas majestuosas no muerden, sino sonríen. Marvin ha probado que, sí, una canción de Ray Tico puede ensancharse de cuerdas, de vientos, de maravillas, y seguir siendo una esquina de música en el corazón del barrio.
Marvin Araya (Alajuela, 1963) también ha sido director invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional –con la que toca desde hace 30 años– y dirige la Sinfónica Infantil. De vez en cuando huye con su clarinete o su saxofón para sumarse a una descarga cubana o a un
Hace demasiado frío aquí, en la altura de Tres Ríos decorada por un temporal, pero un té caliente rompe el hielo. Marvin Araya tiene la sencillez que a otros artistas les hace falta –es decir, si “Luis Miguel” fuese artista–. Su casa-oficina es amplia, pero carente de lujos, y, desde este jardín, la vista se pierde en un viaje ya gris entre los árboles.
–En mi familia no había músicos, sino amantes de la música. Mi mamá cantaba temas de Jorge Negrete y Pedro Infante, mis tías oían a Beny Moré, mi papá escuchaba
Marvin Araya prueba que se es clásico por estudios, pero se es popular por inocencia.
–Yo caminaba por entre toda esa música sin saber qué era popular y qué era clásico –añade el también clarinetista de la Sinfónica–. Para mí, en cierto modo, no hay música popular ni música clásica, sino buena o mala música, según se interprete. Hay raíces populares en Mozart, Beethoven, Strauss (hijo) y Chaikóvsky. ¿Qué es la música popular? Es aquella que es tan buena que a muchos les gusta –define Araya.
M arvin tiene las ideas claras y, por dicha, no es de quienes esperan permiso para pensar.
– Mi acercamiento a toda la música fue natural y me quitó el prejuicio terrible de que la música popular es profana, vulgar, y de que los músicos populares son bichos raros y bohemios degradantes.
A los ocho años, Marvin empezó a estudiar clarinete en la Orquesta Sinfónica Juvenil, y no ha parado en su pasión por interpretar y compartir el misterioso sánscrito de los pentagramas.
–A los 14 años, en un grupo de amigos, fui baterista por accidente; al año se enfermó el pianista, y toqué el piano. A los 18 años decidí que podía demostrar que se podía ser un buen músico popular si uno se esforzaba. A comienzos de los 80, los músicos clásicos afirmaban que el músico popular carecía de buena técnica y de buena lectura, y que todo lo suyo era de oído. A su vez, los populares decían que los de formación clásica eran cuadrados, faltos de sensibilidad. Había un muro que debía romperse.
Desde los tempranos 80, Araya se movió como viajero entre dos mundos: “La gente de la música popular casi no sabía que yo tenía formación académica, y los académicos ignoraban que yo tocaba el saxofón y el piano en bares, como el Charleston, frente a La Soledad, y el Colette, en el paseo Colón. Nada de esto me importaba: mi objetivo era que me respetaran como músico integral
–Para la gente. Si se compone para los intelectuales, uno está frito. Los compositores académicos de ahora suelen volverse elitistas; no entienden que su función es llevar el arte a la mayor cantidad de personas. El arte debe ser comprensible y existe para ser compartido.
M arvin Araya ha dado pruebas al canto integrando cantantes a los recitales de la Orquesta Filarmónica, la que ha ido en un
–Aparecen familias, y, muchas veces, los hijos llevan a los padres. Antes de un concierto de
Marvin está ahora en la minisala de cine de su casa, que parece la Biblioteca Nacional de los cedés, y desde la cocina tienta el aroma de un cocido como otro aire popular. Araya siempre crea en la práctica o en la imaginación: ahora imagina conciertos gratuitos de la Filarmónica en La Sabana.
O tro “muro” que Marvin deseaba romper es el que separa al director del público: “El director no habla en el concierto; es impersonal, pero yo quiero que la gente vea al director feliz por lo que hace para que también salga feliz del teatro; quiero que la gente y la orquesta sepan que están vivas las dos, que convivimos en el concierto. No puedo hacer que los ticos ganen más dinero, pero sí puedo ayudar a que tengan mejor calidad de vida”.
Muchos años al frente de la Orquesta Sinfónica Juvenil han enseñado a Marvin que el talento no falta en Costa Rica, sino la constancia: “Los ticos ‘llegamos cerca’. A veces alcanzamos algo notable, como en el Mundial de Futbol de 1990, pero luego bajamos. ¿Por qué no nos estabilizamos? Porque no hay constancia. No nos exigimos como país. Estudiamos solo para el examen. Nos preparamos para vencer un determinado obstáculo, no para vencer cualquier obstáculo; por esto, si no hay obstáculo, no hay esfuerzo. La gente habla de ‘sacrificio’ cuando debería decir ‘esfuerzo’. No creo que deba apoyarse a los ticos porque son ticos, sino cuando son buenos en su trabajo.
“Una vez hablé con el presidente de una empresa y le pedí $5.000 para enviar a unos estudiantes a un campamento de música. Me los negó porque habían dado todo su fondo a la Selección de Futbol después de que había sido eliminada”, recuerda.
Marvin siempre está en movimiento; y, cuando no hace algo, hace planes. Anuncia que, en el 2012, la Filarmónica brindará recitales dedicados al
Marvin admira a Ray Tico, pero lo único que le cambiaría a su música es un título pues, para Marvin Araya, cuando se propone un objetivo, nunca canta