El sismólogo costarricense Marino Protti se marchó a Antártida sin dejar de pensar en Nicoya y regresó con Osa en la cabeza.
Así lo dejó entrever ayer tras conversar en un chat con los lectores de La Nación .
Protti viajó en enero al continente de hielo para participar en la expedición Wissard, un esfuerzo internacional y multidisciplinario para estudiar el lago subglacial Whillans y los procesos sísmicos que se derivan de su movimiento.
Entender estos procesos de “acople” y “desacople” en un lugar donde ocurren dos veces al día, permitirá comprender procesos de subducción en Costa Rica.
“Se puede medir la velocidad con que se mueven las placas y cuánto de esa convergencia se queda en la falla, y uno puede calcular qué partes de la falla están acopladas a qué porcentaje y cuándo se puede estar llegando al umbral de ruptura. Ese tipo de análisis, evaluación de potencial sísmico, sí se puede hacer”, dijo Protti.
Eso es lo que se viene haciendo en Nicoya, lugar que ya entra en una fase de deformación postsísmica, y eventualmente se haría en Osa, ya que este lugar ha tenido terremotos en 1904, 1941 y 1983, aproximadamente cada 40 años.
“Ya estaríamos a más de la mitad del ciclo sísmico de Osa y sería un buen momento para comenzar a documentar todo el proceso”, señaló Protti. Y agregó: “De nuevo, este no es un ejercicio de predicción, sino de recopilar información que eventualmente pueda ser útil”.
El científico explicó a los lectores que el hecho de que exista un potencial sísmico no quiere decir que va a ocurrir un terremoto. “La falla tiene muchas formas de liberar la energía”, puntualizó.
Trabajo en hielo. En algunos lugares, los ciclos sísmicos son de cientos de años. “En Costa Rica, esos ciclos se dan entre 40 y 60 años. Una ventaja de que sean más frecuentes es que las fallas no cargan tanto como para generar terremotos de gran magnitud”, explicó Protti.
“En el caso de Antártida, eso se da dos veces al día y se debe a las mareas. El glacial ‘cabalga’ sobre el basamento del continente y después entra al mar. Cada vez que hay una marea alta, el hielo se levanta y facilita el deslizamiento”, apuntó.
Para medir ese movimiento, Protti y dos investigadores más colocaron 17 estaciones sismológicas en la plataforma helada de Ross.
Para ello cavaron un hueco de 1,5 metros, donde colocaron un sismómetro, que detecta los temblores. Este se halla conectado, mediante un cable, a una caja que está en la superficie donde se guardan los datos. Todo funciona con baterías de 12 voltios y la energía la suministran paneles solares.
Protti contó que, el próximo año, irá otro grupo a bajar la información de la caja y darles mantenimiento a las estaciones que ellos instalaron.
También se instaló un sismómetro de banda ancha en el fondo del pozo, de 800 metros, que lleva al lago subglacial Whillans, y tres sensores que quedaron suspendidos.
Curiosidades. El sismólogo también compartió con los lectores algunas curiosidades sobre su viaje y vivencia en Antártida.
Por ejemplo, todos los artefactos que se encuentren de las dos primeras décadas del siglo XX no se consideran basura, sino patrimonio histórico. “Si se encuentran, se deben dejar ahí y avisar a los encargados”, dijo el tico.
Un lector le preguntó sobre cuál fue su pensamiento más frecuente, Protti contestó : “Lo diferente que es todo. Uno no está acostumbrado a esos paisajes, estar en medio de una plataforma donde todo es plano y blanco. Es una monotonía total y aún así tiene su belleza”.
Y continuó: “Las dunas que se forman en el suelo parecen de otro planeta. Cuando uno va en el mototrineo, la nieve se levanta como si el terreno estuviera en ebullición, parece que uno anda sobre vapor”.
Asimismo, el científico se refirió a los días de total claridad. “Otra cosa que uno no deja de tener en mente es la ausencia de oscuridad. El hecho que el Sol dé vueltas encima de uno hacía que perdiera la noción del tiempo. En todo momento en que uno salía, estaba claro”.
¿Qué es lo que más se extraña en Antártida? Las verduras y las frutas. De hecho, antes de salir de Nueva Zelanda, sus compañeros en la estación McMurdo le pidieron llevar bananos. “La fruta fresca es un manjar”, dijo Protti.