Portrait of Mae West 1933 --- Scene from the Paramount picture She Done Him Wrong, written by and starring Mae West, and directed by Lowell Sherman. Cary Grant, Noah Beery, Owen Moore, Gilbert Roland, Rochelle Hudson and David Landau all costar. --- Image by © Bettmann/CORBIS
Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes. Desde joven solo tuvo dos obsesiones: el sexo y el trabajo, pero en orden inverso y por dicha nunca tuvo que escoger entre uno y otro.
Escritora y actriz sacó el sexo de la clandestinidad. Mae West fue famosa por su mordacidad y frases agudas y punzantes. Nunca tuvo envidia de nadie, porque solo vivió para sí misma.
De 1932 a 1943 filmó diez películas que escandalizaron a los puritanos del universo cinematográfico, gracias a sus curvas sinuosas que exhibía provocativamente mientras ronroneaba como una gata en celo.
A mandobles enfrentó a la Liga de la Decencia, una organización religiosa dedicada a boicotear las películas de la curvilínea actriz, tras el estreno de
Procaz, irreverente y lasciva su primera película fue
Nada intimidaba a la rubia explosiva, ni siquiera el magnate periodístico William Randolph Hearst que la acusó de “monstruo de lascivia” y “amenaza para la sagrada institución de la familia norteamericana”.
Los diálogos concupiscentes de su obra teatral
En la prisión rechazó el trato de una estrella, cada noche comía con el jefe de la cárcel y declaró a la prensa que “seguía llevando ropa interior de seda”. “Me dijeron que si pagaba la fianza podría salir de la cárcel, pero decidí que sería más interesante cumplir la condena. Siempre me fascinaron las prisiones y las instituciones psiquiátricas”, relató a su biógrafa Charlotte Chandler en el libro
Desde la celda escribió varios artículos sobre las presidiarias y patrocinó la biblioteca de la cárcel. Apenas cumplió la condena volvió a meterse en líos con su obra
Este súcubo de formas rotundas, rostro travieso, agudo ingenio y lengua resbalosa sacudió la beata sociedad de los años 30 con frases como: “Cuando tengo que escoger entre dos tentaciones, siempre escojo la que no he probado antes”.
Sus admiradores incluyeron al pintor español Salvador Dalí que la inmortalizó en “Retrato de Mae West que puede utilizarse como apartamento surrealista”. También salió en la portada del mítico álbum de The Beatles,
Mae era una niña mala con buen corazón. Nunca se tomó en serio, era una caricatura en un mundo de hipócritas. Vino al mundo con tacones altos, apenas alcanzaba metro y medio de estatura y usaba zapatillas con plataformas de 14 cm. para tener más presencia escénica.
Era hija de Jack West, un empedernido fumador y camorrista de origen irlandés, casado con Matilda
Abrió los ojos en Brooklyn, el 17 de agosto de 1893, y desde muy pequeña entendió que para salir de la miseria debía explotar su talento, buena presencia y –por consejo maternal– utilizar su sexualidad para construir alianzas y dominar a cualquier hombre que se cruzara en su camino.
“Solo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez puede ser suficiente”. Al amparo de esa idea a los cinco años ya se contoneaba sobre las tablas, a los siete ganó una medalla de oro en un concurso de talentos con el seudónimo de “baby Mae”. A los 12 apareció en un vodevil y pronto perfiló su imagen de “baby vamp”; ya a los 18 actuaba en las tabernas de Chicago.
Iconoclasta, atrevida, escandalosa, descreída e insolente, a los 23 años escribía guiones y sus propios diálogos cargados de picardía, lo cual la enfrentó con la censura y acabó con sus huesos –varias veces– en la cárcel.
A los 40 años, cuando muchas actrices iban rumbo al cementerio de elefantes, entró como una tromba en Hollywood y filmó
Por esta cinta cobró 50 mil dólares y dos años después, en 1934, le pagaron $400 mil por
Una década después, cansada de luchar contra los censores y por estar incluida en la lista de “malas mujeres” del
El cuerpo de Mae era un arma de destrucción masiva que masajeaba todos los días con aceite para bebé, eso sí “te lo tiene que poner un hombre, por todas partes”, aconsejó en una entrevista con Chandler, su biógrafa. West detestaba el licor y el tabaco, nunca se exponía al sol y se bañaba en agua mineral para cuidar su cutis de melocotón.
Mae West se “vestía para las mujeres y se desvestía para los hombres”. Solía enfocar la vida desde un ángulo muy masculino, según le confesó a Chandler, en
Así como Arquímedes necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo, Mae decía: “Dadme un hombre y una mano libre y él danzará a mi alrededor”.
Consideraba que estar con mujeres era perder el tiempo y sus únicas compañías femeninas fueron su hermana Beverly y su madre. Adoraba a
Sus apetitos masculinos eran eclécticos, podían ser bajitos, rechonchos y calvos, siempre que tuvieran “fuego”. Le gustaban los guardaespaldas atléticos y los boxeadores o fisioculturistas con “especiales” particularidades físicas. “Estos sujetos eran los únicos admitidos en la intimidad de su cama rosada y en forma de concha”, comentó el escritor Anger. Mae pensaba que “más vale un hombre en casa que dos en la calle”; se preciaba de nunca haberle quitado el marido a otra y de que “no hay hombre en el mundo que merezca que te salgan arrugas.”
Aunque nunca se enamoró, siempre estuvo rodeada de pretendientes y sabía que “los hombres son fáciles de conseguir, pero difíciles de conservar.” Contra sus propias reglas se casó, en 1911, con Frank Wallace; apenas lo soportó un par de semanas y lo dejó, si bien se divorció legalmente 31 años después.
Mae asistía poco a las fiestas del gremio y respetaba en extremo la vida privada de los demás. “Yo no salía a comer a restaurantes ni iba a otros sitios tanto como me habría gustado porque ¿quién iba a pagar por ver a alguien a quien puede ver gratuitamente”, explicó a Chandler.
Nunca tuvo hijos porque la “maternidad es una carrera a tiempo completo” y ella ya era actriz. Tampoco le interesó el matrimonio: “si quisiera una familia, me habría comprado un perro.”
Pasó sus últimos días acompañada de Paul Novak, un viejo amigo que hacía las veces de mayordomo y confidente, quien la aceptó como era y nunca intentó cambiarla.
Mae West no esperó a la vida, fue directo hacia ella. Murió, a los 87 años, fiel a sí misma, enamorada de su propia imagen, sin dejarse amedrentar por sus enemigos porque, como decía, “cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor.”