Por la naturaleza de su trabajo, William Benavides sabe que existen muy pocas posibilidades para ascender. Y es que este vecino alajueliteño de 33 años se dedica a la limpieza en descenso desde hace 15 años, cuando un colega lo invitó a aprender los quehaceres del aseo desde las alturas.
Su especialización en higienizar ventanas le ha permitido estar en la cima de los edificios más altos de Costa Rica. Además, su facilidad para trepar lo ha llevado hasta la punta del mástil de un
“Para despegar en este campo, el entrenamiento empieza desde alturas bajas, como de un tercer o cuarto piso”, comenta, dejando a la imaginación lo que para él representa una altura significativa.
“En el hotel Aurola hay 19 pisos, y ya me ha tocado estar ahí. En el Banco Nacional hay 21, pero los vidrios son giratorios, entonces se limpian desde adentro. También he limpiado en el Banco de Costa Rica, que tiene nueve pisos y también...”. La lista de ventanales por los cuales han pasado las manos de Benavides es tan extensa como su destreza.
Hace cuatro años, llegó a la empresa Tica Kleen, donde se convirtió en jefe de cuadrillas de limpieza en descenso.
Su empleador, Leonardo Cajina, asegura: “Como él, he tenido pocos”.
Sostenido de dos cuerdas de poliéster cubiertas de
Un empleado en el mundo del aseo aéreo debe demostrar que no titubeará al colgar de los cables. “A veces, uno siente una sensación de vacío, y hay personas con vértigo que simplemente no sirven para esto”, cuenta Benavides, mientras mueve su mano como un péndulo para ejemplificar una de las situaciones en la que le toca estar en su trajín diario.
Parece irónico que el temor deba ser un aliado cercano de los expertos en este campo; sin embargo, su justificación tiene lógica: “El que diga que nunca tiene miedo no va a servir para esto, porque alguien con exceso de confianza dejaría de lado el protocolo de seguridad que hay que seguir por obligación”.
En su trabajo, no solo se expone a caídas, sino también a la rayería. Y aunque el riesgo es parte de su vida cotidiana, la seguridad es su fiel compañera.
Quizá por eso, en 15 años de experiencia, William solo recuerda dos acontecimientos que le han dejado mal sabor de boca.
Tiempo atrás, cuando trabajaba en otra empresa, uno de sus compañeros se quitó “la línea de vida” (así le llaman a la cuerda que lleva el freno de seguridad), y además se desamarró la línea de descenso (la segunda cuerda asegurada al cinturón por argollas aceradas). “Cayó de un quinto piso cuando resbaló. No se mató pero tuvo graves consecuencias porque quedó inválido de un brazo. Yo escuché el grito y cuando volví a ver, él ya estaba abajo. Los que estábamos arriba quedamos anonadados”.
En ese accidente, la negligencia estuvo de por medio. Sin embargo, en este oficio los implementos utilizados garantizan el sostén en el descenso, mientras el cuerpo cuelga desde rascacielos o superficies elevadas. Eso siempre que no haya fallas humanas.
“Es un trabajo en el que debe haber máxima seguridad”, dice Cajina, dueño de Tica Kleen.
Claro, William sabe lo que es un “pequeño sustillo”, como lo recuerda él con una sonrisa que se le escapa inevitablemente. “Fue como morir y volver a nacer”, relata, para referirse de inmediato a la vez en que cayó desde un cuarto piso y quedó colgando de cabeza, sostenido por cables, mientras laboraba en otra empresa. “Me golpeé todo, y si hubiera tocado el suelo, caigo sobre varillas de hierro”.
En aquella ocasión, la impericia fue del jefe de cuadrilla de turno, que dejó un cable flojo, dice él. Hoy ya no trabaja con esa otra compañía y, más bien, continuamente revisa las medidas de seguridad de sus compañeros y se dedica a capacitarlos.
“Yo prefiero estar arriba limpiando las ventanas que estar viendo. Es que si uno no está colgado, le da una fiebre; el descenso de un compañero se hace eterno y lo único que uno espera es que él termine de bajar para uno subir”, dice sonriente.
Su trabajo lo apasiona, no hay duda de eso. Y, a diferencia de otros campos, en este no es necesario tener los pies bien puestos sobre la tierra.
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