La elección del nuevo Papa trajo varias sorpresas. Tardó menos de lo que se esperaba. Es el primer papa latinoamericano y el primer jesuita. El primero que se hace llamar Francisco. Pero tal vez la más grata sorpresa ha sido el centro del mensaje que ha querido transmitir el papa Francisco: él quiere enfocar su ministerio en los pobres.
Lo empezó a demostrar desde la elección del nombre, en honor a Francisco de Asís, el santo modesto que se preocupó de gran manera por los pobres. Luego, en la homilía de inauguración de su papado dijo: "Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio... y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles (...)".
Por los actos que acompañan su discurso, el papa Francisco se ha ganado el afecto de la mayoría. Su simpatía y ternura, su sencillez y manera austera, han servido para que su discurso sea más creíble y aceptado. Al hacer bromas en sus discursos. Al viajar en bus, en vez de papamóvil. Al salirse del protocolo para saludar a los enfermos. Todos actos que demuestran que el Papa quiere estar más cerca de los fieles. Una actitud refrescante para una Iglesia que parecía cada vez más lejos de la gente.
Hay quienes esperaban que el nuevo Papa transformara a la Iglesia. Pero creo que estaban pensando más en cambios dogmáticos. Supongo que muchos quisieran que la Iglesia se acerque a las nuevas corrientes del mundo, en lugar de que el mundo sea el que se acerque a la interpretación que la Iglesia hace de los designios de Dios.
Puede ser que este nuevo Papa sea un gran reformista. Pero parece difícil que eso suceda en una institución tan vieja y tan rígida como la Iglesia. Se está cambiando el líder pero no al resto del cuerpo. Un cuerpo formado por pecadores. El Papa puede influir en la dirección del cambio, sobre todo a través de su ejemplo. Pero, para cambiar a la Iglesia, se requiere que cambiemos todos los que la formamos.
De ahí que el Papa actúa en lo suyo, pero también nos tira la pelota a nosotros. Nos invita a que nos enfoquemos más en los pobres. Que para atenderlos hay que empezar por pensar en ellos. Preocuparnos y ocuparnos, cada uno de nosotros, en ayudar a los que menos tienen. De nada serviría vender las joyas del Vaticano para aliviar las necesidades materiales momentáneas de los pobres, si no nos preocupamos, en forma personal y como pueblo, en crear las condiciones para que los pobres puedan salir de forma permanente de ese estado. No se trata de esperar que la Iglesia, o el Gobierno, sean los únicos que atiendan a los pobres. Tenemos que poner de nuestra parte.
Un buen tema para reflexionar durante estos días de Semana Santa.