Universitarios marcharon el mes pasado para exigirle al Ejecutivo un presupuesto mayor al ofrecido. ARCHIVO
Fue un acto sencillo; corto pero sustancioso. Cinco aviones caza partieron el cielo en dos y dibujaron con su estela de humo la bandera sudafricana; un enorme escarabajo de papel jugueteó con una pelota gigante y cientos de jóvenes bailarines interpretaron danzas tribales para tender un puente imaginario entre la África ancestral y la modernidad.
La ceremonia duró 45 minutos, los suficientes para mostrar siglos de historia africana y detonar la alegría de un continente que hacía tiempo pedía a gritos ser sede de un Mundial de futbol.
El viernes 11 de junio, todo el territorio africano vibró con la inauguración de Sudáfrica 2010. La fiesta arrancó a las 2 p. m., y convirtió el césped del estadio Soccer City de Johannesburgo, en un mágico escenario de cantos, bailes y mucho colorido.
Al final, pocos se dieron cuenta de que el cronograma original sufrió un ligero retraso y el partido inaugural comenzó seis minutos tarde. Las selecciones de México y Sudáfrica saltaron a la cancha de un estadio abarrotado con 85.000 almas, y disputaron la primera de 64 batallas de 90 minutos que tuvieron lugar en suelo sudafricano.
El empate a un gol entre ambas selecciones fue el marcador ideal para aquel ambiente de fiesta. Sin embargo, ese día la celebración tuvo un triste lunar, una notable ausencia. Horas antes de la ceremonia de apertura, Zenani Mandela, perdió la vida en un accidente de tránsito luego de acudir a los conciertos previos al Mundial, en Soweto.
La pequeña, de 13 años, era bisnieta de Nelson Mandela, el primer presidente de color de Sudáfrica y principal invitado a la inauguración.
Por luto y respeto,
Ruido, color y goles
Durante 30 días, los sudafricanos obedecieron la orden. Cada rincón del país vivió una fiesta: la fiesta de las vuvuzelas, esas cornetas multicolores capaces de enloquecer al más cuerdo.
Diez estadios en nueve ciudades albergaron los 64 partidos de la Copa, la mayoría de ellos, con las graderías al tope.
Con temperaturas cercanas a los cero grados centígrados, Sudáfrica 2010 fue el mundial más frío de la historia. Pero también fue el Mundial del pulpo Paul, un singular cefalópodo de un acuario de Alemania que vaticinó con éxito todos los triunfos y las derrotas de la selección germana en el certamen.
Su nombre acaparó los medios de comunicación antes de cada partido y tomó una fama descomunal conforme el torneo se acercó a sus instancias finales. Los perdedores lo odiaban, los ganadores le profesaban respeto, pero fueron los españoles quienes terminaron amando al octópodo profeta, sobre todo cuando vaticinó una victoria a su favor en la final ante los holandeses.
El 11 de julio, España y Holanda disputaron la Copa del Mundo en un partido que permaneció sin goles durante 118 minutos, hasta que la pierna derecha del manchego Andrés Iniesta convirtió a Madrid en un manicomio y terminó de consagrar a Paul.
Minutos después, tras la vuelta olímpica de los españoles, el Soccer City quedó en silencio. La fiesta africana había terminado.