La juventud se desborda en su rostro, mas por la indumentaria que lleva, podría confundírsele con un misionero mormón: corbata rayada, camisa blanca de mangas cortas y pantalón negro, pulcro, como nuevo de paquete.
La elegancia pesa en la formalidad de su oficio, pero además le combina bien con la libreta azul en la que anota cifras y datos que deben ser tan precisos como el tic-tac de un reloj suizo.
Ralph Hannah desenfunda esta herramienta de trabajo cada vez que alguien intenta batir un récord. Sin él presente, el mérito no vale lo mismo. Con él y su rigurosidad, cada nueva meta que aparezca llega a registrarse en el libro Guinness de los récords , con todas las de la ley.
De esta especie profesional hay pocos ejemplares en el mundo, pues apenas existe una veintena de adjudicadores que trabaja oficialmente para la más prestigiosa empresa de récords. En conjunto, se reparten el globo terráqueo para lograr cubrir los rincones más recónditos donde se puedan encontrar metas a batir.
En la famosa publicación anual, constan los récords de la especie marina con los ojos más grandes, el salto más alto en un monociclo y hasta el hombre que le da más golpes a un tambor en un minuto.
Desde hace cinco años, a Hannah –londinense de 28 años de edad– le corresponde hacerse cargo de los récords que se rompen en toda Latinoamérica. Así, por ejemplo, presenció la ejecución del baile más grande del ritmo peruano ‘marinera’ y dio como válida la preparación de la enchilada más enorme del mundo, que tuvo lugar en México. En su último viaje, llegó a Costa Rica para certificar el arroz frito más grande que se haya cocinado en el mundo. Nunca antes, ni él, ni un colega suyo había pisado estos suelos.
“Es un trabajo muy divertido; a veces te toca presenciar cosas muy locas y en otras ocasiones vas a ver a gente reunirse en una comunidad para vencer un desafío que les trae cosas positivas a todos”, asegura en perfecto español, el idioma que se habla en su casa, en Asunción, donde habita con su esposa paraguaya.
De hecho, el dominio de este segundo idioma fue su mejor carta de presentación para que se le abrieran las puertas al empleo en Guinness World Records. El mismo Ralph asegura que en su contratación no pesó su título en Historia, y es más probable que se fijaran en su pasión por la estadística y por las curiosidades dignas de publicación.
“Nunca pensé que terminaría trabajando en esto. Recuerdo que desde que estaba niño, yo leía el libro de los Guinness; ahora me toca editar parte de su contenido y soy de los primeros en recibir un ejemplar”.
La sede central de esta compañía está ubicada en Londres, donde Hannah dio sus primeros pasos como adjudicador. Cerca de 50 personas laboran en la base, que se fundó en 1954, un año antes de que se editara el primer libro.
En su momento, Ralph obtuvo el récord como el trabajador más joven de la empresa, cuando tenía apenas 23 primaveras.
“Cuando me retire, me gustaría vencer algún reto de explorador. Vencer récords es algo lindo y emocionante; es una muestra de que la gente quiere ser mejor”.