Lo que acostumbro todos los días es darle gracias a
Trabajando. Ya son 46 años terminando así y lo disfruto.
Era bastante sencilla; para nosotros valía mucho una libra de uvas o manzanas y el olor de los cajones de pino en los que venían. Era toda una ilusión.
El Niño Dios. Uno soñaba y pedía, aunque fuera poco lo que le traían, pero siempre hubo algo.
Soy ramonense de madre. Aún queda el escribir prosa, poesía y algunas frases. San Ramón vive muy cerca de mi corazón, de pequeño iba mucho allá, a conversar con el enano del parque.
A los 16 años. Pero nunca me gustó mi voz. Me cuesta llegar al punto que quiero, todavía no lo he encontrado. Esos días no encontraba la forma de estar frente a un micrófono; entonces lo hacía con tarros, el sonido rebotaba a mis oídos y me sentía feliz.
La radio era muy pobre, donde empecé le hacían filo a las agujas del tornamesa con una lima. Puse el primer disco y comenzó a saltar un colocho, ¡le habían hecho mucha punta a la aguja! El disco era
Transmitía el programa
En 1965. Ahí empezó a escucharse
Publicar un libro, un poemario. Hay camino adelantado, pero no he dado el paso aún.
Solo río cuando estoy feliz. No soy de risa fácil; soy muy serio.
Juan Pablo II.
Las culebras. Cuando me gustaba la cacería, en una montaña cerca de Jacó, una cascabel me mordió la bota, esa misma noche vendí la carabina a mitad de precio y nunca volví a cazar.
Mi ilusión sería viajar a Egipto, visitar el Museo de El Cairo.
Ser abuelo. Uno se apega tanto a los muchachos que llega al corazón. Tengo dos, Santiago y Esteban, son parte de mí.
Nunca me ha gustado cantar ni bailar. En la estación me gusta poner cumbia, tal vez porque viajé muchas veces a Colombia.
Seguir transmitiendo y seguir al lado de mi señora.
Deseo que me quemen y mis cenizas sean esparcidas en una montaña mientras se dice: “Que nada se escriba, que sobre esta montaña soplen y que esto que fue se lo lleve el viento”.