En estos tiempos, los de la era Google, no hay que informar, pero sí argumentar y clarificar.Muchas opiniones importantes –sean de un artículo o de un correo de trabajo– no tienen el impacto necesario pues abundan en información y datos que no apoyan un mensaje claro.
Para que los argumentos convenzan, es vital establecer las opiniones desde el principio. Si los autores relegan sus puntos de vista al final de sus artículos, el lector solo se confunde.
Igualmente, importante es darles sustento a esas ideas. Una opinión o creencia es solo la mesa sin las patas. Estas patas son los argumentos bien fundamentados. No son hechos interesantes ni pensamientos relacionados. La atención se pierde si no se ofrecen buenos argumentos.
A la hora de esbozar tales argumentos, hay que hacerlo de la misma manera en que estamos obligados a hablar. La retroalimentación inmediata nos obliga a argumentar bien en las conversaciones cara a cara y, cuando se está en una conversación, es fácil darse cuenta si estamos perdiendo la atención de nuestro interlocutor. Lo mismo debería pasar con la lectura: muchas veces, artículos y correos se dejan de leer antes del final. Así como hablar no implica que seremos (bien) escuchados, escribir no implica que seremos (bien) leídos.
Lo más irónico es que a menudo son los grandes pensadores y líderes quienes más pecan en este sentido. Escriben artículos largos, que van de aquí para allá. Le sucede a profesores de universidad y a líderes religiosos, también a funcionarios con puestos de jefatura en connotadas empresas: creen tener un gran acervo pero nunca aterrizan en sus discursos.
Un cambio es posible y necesario. Solo pensemos en el valioso tiempo que nos ahorrarían a todos y en los muchos árboles que se salvarían porque, además, sigue habiendo miles que imprimen sus largos discursos.