La publicación que hace La Nación sobre los miles de niños víctimas de abuso por parte de sacerdotes en Holanda, revive la angustia de saber que estos crímenes tan condenables hayan pasado muchas veces en el pasado y siguen ocurriendo en el presente, sin que las autoridades eclesiásticas tomen verdaderas medidas para acabar con este flagelo, sino que, por el contrario, pagan grandes sumas de dinero para tratar de apagar el fuego.
Hechos similares ocurrieron en Irlanda y en los Estados Unidos que significaron el pago de sumas millonarias, y, en menor grado, sucedieron también en muchos países, incluyendo el nuestro. Y aquí, como en todas partes, la Iglesia católica ha tratado de ocultar, de tapar, de pagar para acallar el escándalo.
Maltratar a un niño, destruir su inocencia, es un crimen que no tiene perdón ni en el cielo ni en la tierra. Sé que esta conducta no es exclusiva de los sacerdotes, pero, por su investidura, son los que menos debieran cometer estos delitos. Además, precisamente por esta investidura y por lo que ella representa, los padres de familia tienden a confiar más en ellos que en cualquier otro adulto. ¡Qué equivocados están los que piensan “con el padrecito están seguros y a salvo de todo”!
Habrá que cambiar el precepto bíblico “Dejad que los niños vengan a mí” por “Alejad a los niños de mí.”
Encubrimiento de la jerarquía. Sé también que esta condenable conducta no es la habitual en la mayoría de los sacerdotes, e incluso he conversado con varios de ellos que se sienten avergonzados y condenan a los miembros de su Iglesia que cometen estos delitos, pero lo que es inaceptable es el proceder de las máximas autoridades eclesiásticas, para quienes lo más importante, en realidad lo único importante, es el evitar el escándalo, y no el buscar medidas drásticas para acabar con este mal.
Disfruto de la valiosa amistad de un sacerdote, quien, cada vez que publico un artículo en esta página, me envía un mensaje comentándolo. A veces no está de acuerdo con alguna aseveración mía y me lo hace saber con respeto y dando las razones en las que basa su discrepancia. Conducta muy diferente a la de varios lectores, algunos muy cercanos por parentesco o amistad, que nunca dan razones y lo único que hacen es escribir insultos.
Recomiendo a los lectores buscar una película de Luis Buñuel que se encuentra en casi todas las tiendas de video, Nazarín , que, por cierto, ganó el Premio Internacional del Jurado en el Festival de Cannes de 1959, y que cuenta la historia de un sacerdote humilde que trataba de seguir no solo las enseñanzas de Jesucristo, sino también sus costumbres, su pobreza, su dedicación a los más necesitados, los enfermos, los abandonados, lo cual despertó la furia de sus superiores religiosos que lo consideraban un enemigo sumamente peligroso.
Espero que esta manera de ver la religión desaparezca algún día y el precepto “dejad que los niños vengan a mí” adquiera su verdadero significado.