Ante un peligro, nuestros dispositivos primitivos se plantean la disyuntiva de luchar o huir. Lo de luchar suena a enzarzarse, trenzarse, batallar. Lo de huir suena a retirarse, retroceder, escurrirse. Hace algún tiempo se viene hablando de una tercera posibilidad: huir hacia adelante. Se trata de saltar el obstáculo, neutralizarlo, transformarlo. Veamos.
Alguien se agita en la prueba de los 14 escalones y, a partir de ahí, sigue utilizando el elevador. Huyó. Otra persona lee un mensaje en inglés y como se quedó sin entender la mitad, nunca más vuelve a intentarlo. Huyó. Ante el error o la deficiencia, estas personas se retraen y evitan situaciones semejantes en el futuro.
Luchar consistiría en seguir todos los días subiendo la escalera hasta que resulte menos tortuosa, o comprar un diccionario e ir pacientemente engrosando el vocabulario en una palabra al día.
Si en vez de eso se inicia un programa intenso de acondicionamiento físico o se sistematiza con todos los medios disponibles el aprendizaje del inglés, se está huyendo hacia adelante.
Se huye hacia adelante cuando en una frontera conflictiva, en vez de mojones y vigilancia, se intenta un esfuerzo de desarrollo que beneficie a los colindantes, de tal manera que pierdan interés en el conflicto. El santo y seña de estas soluciones es no darse de cabeza contra el asunto, sino usar la cabeza para superar la situación.
Es lo que ocurre cuando convertimos la basura en insumos valiosos. O cuando los altos precios del petróleo dan lugar a formas novedosas de transporte público. O cuando la inseguridad genera nuevas formas de solidaridad, que dificultan la acción de los delincuentes y forman un tejido social útil; además, potencia los resultados de las actividades educativas y de prevención. O cuando la ineficacia política pasa a la indignación, que abre paso a formas novedosas de participación ciudadana. acedenog@gmail.com