“Nombrar mal las cosas, es contribuir al infortunio del mundo”, escribió Albert Camus. Nombrar mal las cosas, es lo que suelen hacer los sofistas: utilizan, por ejemplo, el lenguaje de la tolerancia y de la diversidad para disfrazar una práctica y un discurso manifiestamente intolerantes e irrespetuosos de la diversidad. Para enturbiar el debate, acusan de intolerantes a quienes critican sus discursos y acciones discriminatorias.
En su confuso universo mental, la “tolerancia” consistiría en quedarse mudos e indiferentes ante la intolerancia. Pretenden ir alegremente por el mundo cercenando derechos, sin que nadie eleve una voz crítica contra la injusticia a la que conducen su acciones. Si son racistas, acusan de intolerantes a quienes critican el racismo; si son antisemitas, le atribuyen intolerancia a quienes critican su odio por los judíos; si son homofóbicos, reclaman tolerancia hacia su derecho a promover acciones para discriminar a los homosexuales.
Manipulación. No es otra la estrategia de la líder del Observatorio ciudadano por la vida y la familia , promotora del fallido referendo sobre uniones civiles entre personas del mismo sexo. La Sra. Loría pretende que quienes criticamos el apoyo político a un discurso y a una actividad manifiestamente hostiles a las uniones entre homosexuales , somos intolerantes y rechazamos la diversidad.
Es precisamente todo lo contrario: porque queremos una sociedad más tolerante, deseamos que personas cuya orientación sexual es diferente a la de la mayoría tenga acceso a derechos básicos. Justamente porque queremos más diversidad, criticamos las acciones de quienes buscan impedirla.
Son la Sra. Loría , y sus aliados, quienes están en contra de la diversidad, al pretender que las únicas personas que pueden legalizar sus uniones son las heterosexuales. Son la Sra. Loría, y sus aliados, los que han actuado de modo intolerante, al obstaculizar por medio de su activismo el acceso a estos derechos.
La Sra. Loría y el Observatorio ciudadano por la vida y la familia dicen sentir condescendencia por quienes lamentan que, según recientes encuestas, la mayoría de los ciudadanos se oponga a las uniones entre personas del mismo sexo. Que los prejuicios en contra de ese sector de la población sigan favoreciendo la discriminación es, aparentemente, una realidad que complace a la señora Loría. Sobra pronunciarse sobre la opinión que nos merece su condescendencia.
Si la presidenta de la República, un Ministro y la jefa de fracción del PLN aceptaron honrar con su presencia una actividad religiosa donde se hablará de temas que involucran el acceso a derechos , es de esperar que, como dignos represen- tantes de nuestra democracia, defiendan, en su discurso, la igualdad de todos los ciudadanos en el acceso a derechos, sin distingo de raza, sexo, religión u orientación sexual.
El diálogo entre sectores religiosos y el poder estatal es, por supuesto, legítimo, pero esa relación no está desprovista de riesgos. Comienza a ser peligrosa cuando las decisiones de los gobernantes se toman sobre la base de una visión religiosa particular, con la cual no todos los miembros de la sociedad coinciden. El proyecto de ley para la FIV en Costa Rica no es un ejemplo de autonomía con respecto a la Iglesia Católica, a diferencia de lo que pretende la Presidenta : si se prohíbe almacenar embriones y se decide implantar todos los óvulos fecundados, sean 5, 6 ó 7, poniendo en riesgo la salud de la mujer, es precisamente porque, de acuerdo con una visión religiosa, hay un ser humano desde el momento de la fecundación. Sea para complacer a la Iglesia Católica, sea por espontánea coincidencia con su visión, se elaboró un proyecto que va en perjuicio de la salud de las mujeres.
Criticar ese peligroso maridaje entre Dios y el César, no es intolerancia, como declara la presidenta Chinchilla, en una desafortunada coincidencia de léxico con la señora Loría. Como lo expresó hace unos meses el periodista Eduardo Ulibarri, “han surgido indicios de preocupante contaminación entre religión y política. El ambiente podría enrarecerse si no hay una actitud prudente, contenida y considerada hacia otras creencias o descreencias, de parte tanto de las autoridades eclesiásticas como gubernamentales” . No ha sido otro, el sentido de nuestra crítica.