A las greguerías de Jaques Sagot en este espacio (15/9/11), fraternalmente respondo con las siguientes: En compañía, todo es mejor; en soledad, todo es peor. Propongo eso como experimento vital permanente. Reconociendo –pretenciosamente, como Sócrates– que “no sé nada”, menos temo a la muerte que a la soledad: la primera, en sí, solo es una espiral instantánea hacia la eternidad; más fea es la espera en su antesala del yo sin “otro yo”, según la expresión de los rastas jamaiquinos.
Es allí, precisamente, donde y cuando se generan y fluyen las imágenes que Sagot describe de modo tan abigarrado. Pero pienso que no son únicos ni inevitables; y cabe preguntar en qué medida y cómo son construidas en esa antesala o derivadas del camino hacia ella.
Nadie nace, ni camina, ni muere siempre o necesariamente solo. Entre otras posibilidades, lo primero puede ser por amor, lo segundo de otras manos solidarias y lo tercero un verdadero “¡A Dios!”.
Pero ese amor, esa solidaridad y ese “A Dios” a veces no se ven, no se sienten ni se oyen por estar opacados en la distancia, cubiertos en el óxido del tiempo o dispersos en la infinitud interna. Entonces, escapan o difuminan la percepción, pero allí estuvieron, están y estarán siempre.
Recuerde también, estimado lector, estimada lectora, que cada amor, cada solidaridad y cada “A Dios” es un mundo bipolar de relaciones –una vía de tránsito doble– que hacemos al andar, diría Machado.
Y también ayuda tomar en cuenta lo que dijo Thomas Merton en su librito de reflexiones No somos islas:
“No importa cuán arruinado parezca un ser humano y su mundo, no importa cuán terrible haya devenido su desespero, su humanidad continúa diciéndole que su vida tiene un significado. Eso, en efecto, es una razón por la cual el ser humano tiende a rebelarse contra sí mismo. Si pudiera entender ese significado sin esfuerzo y realizar su propósito último sin molestias, no cuestionaría si su vida vale la pena. O, si pudiera ver de inmediato que su vida no tiene propósito, la pregunta no surgiría. Cualquiera fuera el caso, el ser humano no sería capaz de encontrar en sí mismo problema alguno”.
Parte esencial de ese significado se encuentra en las relaciones con otros. Por cierto, en el “orden cuántico” de las cosas, tan de moda en estos días, Stephen Hawking y sus acompañantes no dicen “parte esencial”, sino “todo”, que, para ellos mismos, es contradictorio, extraño y feo, pero para otros es armonía, claridad y belleza. Entonces, a la pregunta ¿ quo vadis, homo sapiens? , Leonardo Boff devuelve estas con el temor y temblor de Kierkegaard: ¿al homo sapiens demens ? ¿Al homo sapiens cooperatur ?
En soledad, acecha la alienación. En compañía, brotan flores.