En la cultura moderna, la historia de las ideas puede abordarse como la de creaciones binarias: la música en Mozart y Haydn, la psicología en Freud y Jung, el ajedrez en Lasker y Tarrash, la economía en Hayek y Keynes, la filosofía en Hegel y Kierkegaard, por ejemplos. En la pugna de la ópera, los contrincantes son Verdi y Wagner.
Respectivamente en Italia y Alemania, Giuseppe Verdi y Richard Wagner crearon escuela, renovaron el arte, desarrollaron el drama musical.
Ambos fueron nacionalistas; pero mientras para Wagner ello significaba un exasperado chauvinismo que se nutría de valkirias, nibelungos y pura gloria germánica, en Verdi el patriotismo es de apertura, de aspirar a la propia independencia y no al menoscabo de los otros, de nutrirse de las diversas fuentes creadoras de la humanidad. Wagner es Alemania por sobre el mundo; Verdi es Italia para el mundo.
Es cierto que, en contraste con la apabullante complejidad y profundidad de Wagner, las armonías verdianas son más simples. Así es porque, para Verdi, el foco era la voz y la belleza de las melodías. Por ello, en la música extrateatral, Verdi prevaleció. Su estilo por excelencia es el canto sublime, e inspira también a una relación de amistad para con el pueblo judío.
En términos generales, la ópera apela a pasiones, y por ello, en algunos casos, puede encender la chispa nacionalista. Un caso fue el estreno en Bruselas de La muerte de Portici , de Daniel Auber (1830), que desencadenó la rebelión belga contra los holandeses. El caso más renombrado fue Verdi, cuyas primeras óperas fueron recibidas como expresiones del nacionalismo italiano.
La ópera sionista. Las primeras grandes óperas de Verdi fueron corolario de su tragedia personal. Meses después de que en el teatro La Scala de Milán se estrenara la primera, fallecieron su esposa y sus dos hijos. Quebrado, Verdi decidió no componer nunca más.
Para contrarrestar su desánimo, Bartolomeo Merelli, el director de La Scala, solicitó al compositor que leyese un libreto de Temistocle Solera que había sido rechazado, y se basaba en la biografía del rey babilónico Nabucodonosor II.
El libreto venía en un largo manuscrito enrollado. Las biografías de Verdi revelan que, cuando regresó a su casa, arrojó con desgano el rollo sobre la mesa, y el libreto se abrió en unas líneas que resucitaron su imaginación: “Va, pensiero, sull’ali dorate!”, (¡Vuela pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el aire dulce de la tierra natal!). Era el calor de la patria.
Esta anécdota recuerda un episodio biográfico de uno de los prohombres del sionismo, Zeev Jabotinsky quien, durante los días del accionar de batallones judíos durante la Primera Guerra Mundial, había hallado –bajo desperdicios y ruinas– un trozo de pergamino de la Biblia .
Al quitarle la ceniza que lo cubría, el texto reveló dos palabras que despertaron su imaginación: “Beeretz nojriá” (En tierra extraña). Ellas resumían la estancia de los judíos en Rusia. ¡Oh, sorpresa!: mientras para Jabotinsky la patria anhelada era Sión, para Verdi... ¡también!
Verdi leyó con renuencia el drama completo, y regresaron a él las palabras del coro de esclavizados, que lo emocionaban una y otra vez. Era el clamor por la tierra perdida. “Va pensiero!”, ¡vuela pensamiento a la patria!
El público italiano lo recibió como un canto independentista contra la dominación austriaca, y hubo tumultos de agitación nacional durante el estreno, el 9 de marzo de 1842 en La Scala.
Tierra añorada. “Va pensiero” se convirtió en el grito de reunión para la resistencia contra la ocupación austriaca. Anhelaban coronar a Víctor Manuel de Saboya como rey de la Italia unificada. Hasta el mismo nombre Verdi pasó a ser símbolo de la causa patriótica ya que sus siglas indicaban “Víctor Emmanuel, rey de Italia”.
Así, cuando los militantes del Risorgimento italiano deseaban burlar a la policía austriaca, se limitaban a gritar “¡Viva Verdi!” y así ocultaban los vítores al rey.
Va pensiero! se ha transformado en una línea central de la historia de la música, un verso que ha despertado los sentimientos nacionales de la Italia que clamaba por independencia, y es al mismo tiempo una declaración sionista por antonomasia.
Los esclavos del coro son los judíos que en Babilonia imploraban retornar a su país y dejaban a su nostalgia estallar en la cuarta escena del acto tercero:
“¡Vuela, pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el aire dulce de la tierra natal! ¡Saluda a las orillas del Jordán y a las destruidas torres de Sion! ¡Ay, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Ay, recuerdo tan grato y fatal! Arpa de oro de los fatídicos vates, ¿por qué cuelgas silenciosa del sauce? Revive en nuestros pechos el recuerdo, ¡háblanos del tiempo que fue! Canta un aire de crudo lamento al destino de Jerusalem, o que te inspire el Señor una melodía que infunda virtud al partir”.
El Jordán, Sión, Jerusalén, y una paráfrasis de los Salmos. La tierra añorada es la de Israel.
En la plegaria de los judíos para sacudirse su cautiverio, la nación italiana sintió sus propias esperanzas en liberarse del imperio austriaco.
En efecto, en Nabucco se confunden el dolor de Verdi, el de Italia que lucha, y el del pueblo judío como arquetipo de la tragedia ante la cual uno no se rinde.
El duelo personal se sublimó en sus primeras obras maestras, con Nabucco a la cabeza, cuya principal soprano (Giuseppina Strepponi) se convertiría en la segunda esposa de Verdi.
En esa ópera se recuperaba Verdi: el hombre, el genio y el patriota. A partir de ese momento, sus composiciones pasaron a simbolizar la independencia italiana.
Éxito perenne. La historia de Nabucco es simple; transcurre en Jerusalén y Babilonia en el año 587 a. C. Cada uno de los cuatro actos se introduce con versículos de distintos capítulos del libro del profeta Jeremías que anuncian la destrucción de Babilonia.
Nabucodonosor (barítono) ha invadido Jerusalén, y los judíos lloran el saqueo de su capital y su inminente destrucción. El sobrino del rey hebreo, Ismael (tenor), anuncia la acechanza. El pontífice Zacarías (bajo) parte hacia el templo asediado, y se da una historia de amor entre la hija de Nabucco, Fenena (soprano), e Ismael.
Nabucodonosor ordena incendiar el templo hebreo; anuncia ser Dios y ordena que lo adoren. Sobre los hebreos se cierne una amenaza de muerte. Cuando repara en que su hija Fenena se ha convertido al judaísmo –ergo, está entre los condenados–, Nabucco termina pidiendo perdón y lidera a sus soldados para evitar el exterminio de los judíos.
El éxito de la ópera fue inmediato –más de cincuenta funciones en esa temporada y la presentación diversos teatros–: un éxito que acompañaría a Verdi hasta sus últimos días.
El texto de Nabucco abunda en proclamas de que “¡No descansará el extranjero sobre las ruinas de Sión!”, y se presentó varias veces por la Ópera de Tel Aviv, dirigida por Dan Etinger.
El 27 de enero de 1901, cuando murió el más grande operista de la historia, cientos de miles de personas acompañaron sus restos, y espontáneamente entonaron el Va pensiero!
EL AUTOR ES PROFESOR SOBRESALIENTE DE LA UNIVERSIDAD HEBREA DE JERUSALÉN. ES AUTOR DE 14 LIBROS Y DE ‘EL APORTE JUDÍO AL MUNDO DE LAS IDEAS’, MUESTRA QUE SE EXHIBIRÁ DEL 17 AL 22 DE AGOSTO EN EL CENTRO CULTURAL COSTARRICENSE NORTEAMERICANO, Y DEL 23 AL 29 DE AGOSTO EN MULTIPLAZA ESCAZÚ.